Lo más raro de la cloaca que cuenta Villarejo, ese CNI más cerca de la mafia de chatarreros que de Le Carré, es que se les escape el propio Villarejo, que le dejen cantar La traviata con tranquilidad y congestión, como un tenor gordo que canta en la trattoria con servilleta y batuta de albóndiga. Yo creo que Villarejo, como los autores mediocres, está sacando el guion del cartel del personaje, o sea de él mismo, de lo que puede resultar creíble con su porte. Por eso no le salen conversaciones en un puente londinense, con fina bruma geopolítica y cuenta atrás con tubos Nixie, sino coca, putas, bromuro de la mili y envenenamientos con pimentón de La Vera, como si en vez de con espías sólo tratara con travestis de Almodóvar. Toda la inteligencia del país dopando a don Juan Carlos para que no plante por ahí su blasón de nardo, preparando chantajes con puta vietnamita y accidentes con yunque, y luego se les escapa Puigdemont, se les pierde Bárcenas o se deja a Villarejo cantando el Funiculì funiculà.
A ver si va a ser que Villarejo está convirtiendo su negocio en novela (le ha faltado que el CNI monte el juego del calamar en El Perejil). Y es que no es lo mismo imaginarte detrás de una mirilla de casapuerta mientras controlas cuatro putas con piruleta, cuatro camellos de barrio chino y cuatro huelebraguetas de cornudo, que imaginarte con todo el palomar de jueces, políticos, empresarios, plumillas, infanzones, prebostes, todo el país allí al alcance de tu mano corta de jarrete. No es lo mismo, sobre todo ante el tigre del trullo, donde no hay que pensar mucho para elegir entre la baza del pringado y la baza de destapar la gran y oscura conspiración.
La gran, oscura, escandalosa y hasta cómica conspiración... Resulta que el miembro real se controlaba como desde el Meteosat, y al rey le llegaban, en teteras de veneno de papa o de señorita Marple, hormonas femeninas o bromuro del sargento de cocina que embridaban su borbónico báculo, su lobulada libido de lis, y que tampoco tuvieron mucho éxito, ésa es otra. Uno se pregunta por qué no han atufado aún a Puigdemont con feromonas de Abascal, a lo Tristán e Isolda, para que ese amor y ese escándalo de dimensiones wagnerianas destrozaran todo el proyecto secesionista. Pero, ah, esa inteligencia selectiva de nuestra inteligencia, o ese Bacterio del CNI que no tenía a mano ese conocimiento o ese tarrito...
La perversa y sórdida conspiración... Resulta que hay brigadas de “encaladores”, camellos a sueldo que informan de quiénes son sus clientes, que se anotan en un libro como de paje de los Reyes Magos... Digo yo que esto funciona porque aquí la mentira, la corrupción, la prevaricación o el mangazo no le importan a nadie, pero los tiritos de coca aún son como pólvora desintegradora, tumban elecciones, cambian veredictos, derriban gobiernos, someten partidos, pulverizan carreras, reputaciones, vidas. Bueno, con la excepción de los ERE andaluces, o de cualquier concejal chuleta de pueblo, o de cualquier yupi, o de cualquier camarero de la costa, o de cualquiera en general. Esa lista de la gente que se mete coca, cómo será, cuántos anaqueles ocupará, a quién le importará hoy en día eso, y por qué a nadie se le ha ocurrido que sería más barato apuntar quién no se mete nada... Pues brigadas enteras tienen para esto.
Villarejo sólo deja ganchos, sospechas, contradicciones y pisadas falsas de tinta como en los tebeos
La coca y, claro, el sexo, la seda o el traspelo o la soledad de tu sexo, si eres de cosplay o de osito, si eres de amante poligonera o kardashiana, o acaso de escort lánguida. Otra cosa que va a descubrir el CNI, ya ven, los cuernos, la paja urgente o aburrida, o la performance, que pillar a un juez en el acto con toga y birrete lo mismo te da ya todo el CGPJ. Esto, esto es el poder de verdad, saber si follas con tutú o con espuelas, o eso le parece a Villarejo. Aunque, desde luego, nada comparable a la Sección Pi. Pi del número pi o de Filemón Pi, que ése era el apellido del jefe de Mortadelo (yo creo que es una clave). La Sección Pi es la encargada, directamente, de hacer que la gente desaparezca. No sabemos si con un billete a Río, con un adoquín atado al cuello o por pianazo en la cabeza. Así lo contaba Villarejo y uno se preguntaba, precisamente, dónde está la Sección Pi cuando se la necesita...
Todo el poder de esta españolísima cloaca, con gente tan atareada y torpe, todas las hormigoneras vaciadas y todas las putas vestidas de majorette o de monja, todo eso para qué. Para que nos colaran el 1-O, para que presidentes pierdan mociones de censura por no levantarse del sillón, para que políticos intocables e infantas con su cara de pesetita y hasta el rey de nardo inquebrantable puedan desfilar ante ese juez con tirito o con liguero... Todo para que Villarejo cante como Fígaro...
Lo que pasa con las conspiraciones, claro, es que uno piensa que si la conoce ese tipo raro de la ruló o una madame de chaperos como Villarejo, la debería de saber mucha más gente más atenta, valiente o siquiera aprovechada. Demasiados desquites se deben aquí para que una conspiración sea tan universal y silenciosa. Es lo que siempre se dice sobre la luna: si los americanos no hubieran llegado, ya se hubiera encargado la URSS de avisar. Salvo, claro, que todos estén en ese informe Jano junto a tus gustos sobre lencería o lluvia dorada (también es un nombre gracioso, el del dios de las dos caras, de los umbrales, quizá por eso de que por una puerta entran y por la otra salen).
La gran conspiración, tan diáfana como ninguna gran conspiración consentiría... Si fuera cierta, sólo habría dos cosas inteligentes que hacer: salvar la vida callando o salvar la vida soltándolo todo tan rápido y con tantas pruebas que a la Sección Pi no le diera tiempo echar a andar la hormigonera ni alquilar el piano. Pero Villarejo sólo deja ganchos, sospechas, contradicciones y pisadas falsas de tinta como en los tebeos. Está haciendo justo lo que haría alguien que va de farol, asustar, improvisar y alargar la jugada. Lo más raro de este CNI de Villarejo o de Anacleto era, claro, cómo cantaba el comisario a pesar de que le apuntaban satélites, jeringas y zapatófonos.
Lo más raro de la cloaca que cuenta Villarejo, ese CNI más cerca de la mafia de chatarreros que de Le Carré, es que se les escape el propio Villarejo, que le dejen cantar La traviata con tranquilidad y congestión, como un tenor gordo que canta en la trattoria con servilleta y batuta de albóndiga. Yo creo que Villarejo, como los autores mediocres, está sacando el guion del cartel del personaje, o sea de él mismo, de lo que puede resultar creíble con su porte. Por eso no le salen conversaciones en un puente londinense, con fina bruma geopolítica y cuenta atrás con tubos Nixie, sino coca, putas, bromuro de la mili y envenenamientos con pimentón de La Vera, como si en vez de con espías sólo tratara con travestis de Almodóvar. Toda la inteligencia del país dopando a don Juan Carlos para que no plante por ahí su blasón de nardo, preparando chantajes con puta vietnamita y accidentes con yunque, y luego se les escapa Puigdemont, se les pierde Bárcenas o se deja a Villarejo cantando el Funiculì funiculà.
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