Pedro Sánchez aceptó a regañadientes la coalición con Podemos para formar gobierno tras el fiasco de las elecciones del 20 de noviembre de 2019. Iván Redondo le había asegurado al presidente que el PSOE podría llegar a 150 escaños, pero la realidad fue que obtuvo 120 (tres menos que en los comicios de abril de ese mismo año). Acudió Sánchez a la negociación casi de rodillas después de haber rechazado pactar con Pablo Iglesias unos meses antes bajo la excusa (otra frase de Redondo) de que con él en el Gobierno "no dormiría tranquilo".
Eso provocó que en el pacto político para la coalición Iglesias arrancara a Sánchez valiosos triunfos, como, por ejemplo, el compromiso de "derogar la reforma laboral" del PP. El punto 1.3 del documento es suficientemente explícito. No se habla de cambiar, ni de modificar, ni de "modernizar", que es el término que utilizan ahora el presidente y Nadia Calviño, sino de "derogar".
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ha definido la derogación de la reforma aprobada por el gobierno de Rajoy como "la madre de todas las batallas". Tiene razón. Y no sólo porque se trata de un pulso al mundo empresarial, sino también porque es una pugna que la enfrenta a la vicepresidenta primera y en la que Sánchez tiene que mojarse, y, además, y esto es quizás lo más importante, porque de esta batalla depende su futuro como cabeza de lista de un frente de izquierdas que quiere desplazar a Podemos del tablero político.
Es una situación, en definitiva, de las que le gustan a Pablo Iglesias, un capítulo crucial de su particular juego de tronos.
Conviene tener en mente quiénes son los actores principales y sus particulares intereses en este duelo a varias bandas: el presidente del Gobierno y Calviño -que no es más que un alfil de Sánchez- quieren una reformilla que guste en Bruselas y no enfurezca a su socio de Gobierno; Díaz, como una reina que aspira a agrupar una serie de piezas todavía dispersas, quiere llevarse el gato al agua; Ione Belarra e Irene Montero, desde sus ministerios, juegan a marcarle la pauta a la ministra de Trabajo y utilizan como ariete a Isa Serra -dirigente de Podemos, ahora cobijada de lujo en el Ministerio de Igualdad-; Unai Sordo, alineado con Díaz, el líder de CCOO ve llegado su momento histórico: es el hombre que le proporciona a la ministra la fuerza de sus bases para presionar a su favor en la pugna por la derogación y que le garantiza a futuro la base electoral de su proyecto; Paolo Gentiloni, comisario de Economía de la CE, que se ha encargado de dejar claro que España tiene el compromiso de aprobar una reforma con consenso si quiere recibir el próximo paquete de 12.000 euros en ayudas el próximo año, y, finalmente, Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, que no está dispuesto a ceder en los aspectos esenciales de una contrarreforma que iría contra la creación de empleo.
Varios pulsos de poder están en juego con la reforma laboral. Yolanda Díaz se juega su futuro como líder de un frente de izquierdas. Sánchez, los fondos europeos. Y Podemos, su subsistencia como partido político
Sánchez sabe cuáles son sus límites y por eso no puede derogar la reforma laboral. Si lo hiciera contra la opinión de la patronal, Bruselas cuestionaría la entrega de un dinero que el presidente necesita para consolidar la recuperación económica. Los presupuestos que quiere aprobar en el Congreso están heridos de muerte. No sólo el FMI o servicios de estudios como el del BBVA, sino organismos independientes como la Airef y el Banco de España ya han cuestionado la previsión de crecimiento que incorporan las cuentas públicas. El PIB no pasará de un 5,3 este año (un punto menos de lo que estima el Gobierno). En ese contexto de menor bonanza económica la necesidad de fondos europeos es aún mayor de lo que vaticinaba Sánchez. Por tanto, no se puede permitir el lujo de dinamitar esa ayuda con una reforma que sólo satisface a los sindicatos y a Podemos.
La pretensión de incluir a Calviño en la fase final de la negociación no tiene otro objetivo que dulcificar la contrarreforma en sus aspectos más nocivos: prevalencia de los convenios de sector sobre los de empresas y ultraactividad.
Yolanda Díaz no es sólo la ministra de Trabajo, sino que tiene su propia agenda política, quiere competir con el PSOE en las próximas elecciones generales. Si no logra la derogación de la reforma laboral, como ha prometido, estaría obligada a dimitir. Si no lo hace, desde la izquierda, es decir desde Podemos, siempre se le recriminará que haya seguido en el Gobierno a pesar de haber sido derrotada en esta "madre de todas las batallas". Díaz tiene, además de su propio interés como líder de un proyecto todavía por construir, un compromiso con los sindicatos; sobre todo, con CCOO. La prevalencia de los convenios de sector devolvería a las centrales sindicales un poder que han perdieron en su día. Si no es suficientemente hábil, Díaz puede perder no sólo esta batalla, sino la guerra por ser alguien en la disputa política nacional.
Resulta ilustrativo observar cuál ha sido el papel del Partido Comunista (del que Díaz es dirigente) en la ofensiva de Podemos contra su socio de Gobierno en los últimos días. Fue Alberto Garzón el que dijo que la querella de Alberto Rodríguez (de la que luego se retractó) no era de Unidas Podemos, sino un empeño personal del propio diputado. Curioso también cómo dentro del propio PCE una de sus facciones se ha alineado claramente con Díaz, y otra, encabezada por Enrique Santiago, se mantiene fiel a las tesis de Podemos.
Pero, con todo, lo más interesante de lo que está ocurriendo en estos días es el papel maquiavélico de Podemos. Sabedores de que Díaz quiere reducir su papel al de meros comparsas, los dirigentes de esta formación han visto una oportunidad de oro para desgastar a la ministra de Trabajo. Le imponen deberes abiertamente. El lunes, antes de la reunión de la mesa de coordinación del gobierno de coalición, que, por cierto, concluyó sin acuerdo, Isa Serra amenazó: "No vamos a permitir que Nadia Calviño haga una reforma laboral al servicio de la patronal". Es el todo o nada. Saben que Sánchez no va a ceder y pretenden que Díaz se estrelle contra ese muro: que muerda el polvo y se le bajen un poquito los humos.
El último en aparecer en escena ha sido Pablo Iglesias, que ha demostrado tener un poco más de olfato que las compañeras de su partido. Fue durante un duro enfrentamiento en la Cadena Ser con la ex vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, a la que utilizó como sparring para jugar su doble juego. El referente intelectual de Podemos llamó a la calma: "Es una batalla ganada. Unidas Podemos y Yolanda han ganado ya".
Bien sabe él que no. Que no han ganado nada. Pero salga lo que salga de la negociación, Iglesias sabe que habrá que apuntárselo como un éxito. ¿Por qué? Sencillamente porque ahora no toca romper el Gobierno, lo que llevaría a la convocatoria de elecciones generales que la izquierda perdería. En política, el tiempo lo es todo. Eso bien lo sabe el ahora tertuliano. Llegará el momento de romper. Llegará el momento de recordarle a Yolanda Díaz quién la ha puesto donde está ahora. Pero, mientras ese momento llega, lo mejor es calmar las aguas. No hay que dar batallas que no se está seguro de ganar.
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