Me tendió la mano Simon John Charles Le Bon y me parecía que me la estaba dando un gigante. Y no es que yo fuera demasiado pequeño, es que este hombre que roza el metro noventa tiene algo tosco en sus movimientos que le convierte en casi un gigante. Sobre todo en el escenario, donde no es grácil, pero sí impresiona lo suyo. Recuerdo su extraordinaria “politesse”, casi rozando la desidia, con la que trató a los medios que fuimos al entonces europeo Reino Unido a cubrir un éxito inesperado del que hablaré al final.
Cuando hay detrás alguien que sigue haciendo vibrar tanto a miles de personas desde los 80, algo tiene
Simon tampoco es que sea el mejor afinado, ni un extraordinario cantante desde el punto de vista técnico, pero es que en su caso se le perdona. Cuando hay detrás alguien que sigue haciendo vibrar tanto a miles de personas desde los 80, algo tiene. Pues, prepárense para el impacto, mañana cumple 63 años este líder de Duran Duran.
Desde las fotos que forraban las carpetas de las colegialas hasta las estanterías de los hogares de las mismas, ya con familia formada y hasta nietos, ha sido la música de una vida para muchos. Pues van y sacan nuevo disco. Como si estuviésemos en los 80 viendo Tocata. Bueno, diferente. Ahora lo hacen para celebrar el 40 aniversario de su primer disco, y de aquel primer experimento suyo que descubrimos los inquietos. Se llamaba Planet Earth
¿Por qué triunfaron estos príncipes pícaros del pop? Bueno, siendo subjetivos, el impacto de la ola New Romantics de techno británico ochentero inspirada por los alemanes Kraftwerk tenía mucha más gracia que los robots de Düsseldorf. Y estos chicos tenían mucha marcha, hasta para rellenar trozos sin rellenar de la letra diciendo “pa-pa-pa…”. Los bailes, los sintetizadores, la parafernalia y los trucos del incipiente vídeo con efectos fueron importantes. Pero en realidad, lo que destacaba de esta banda de nombre llamativo (el malo de “Barbarella”), eran los acordes. No eran planos como en una mala noche de Depeche Mode, o no venían envueltos en el dramatismo de Spandau Ballet. Las canciones sacaban partido a la educación musical de John Taylor y Nick Rhodes, verdaderos creadores del fenómeno.
Todo esto, y un buen escándalo llamado Girls on film, hicieron todo lo necesario para conseguir un sitio en el “top ten” mundial.
La que se encuentra como oficial en plataformas es la versión “clean” (limpia), pero el pelotazo fueron los “top-less” que aparecieron en la versión original del clip, destinado a ser proyectado en el número creciente de salas con pantalla gigante que estaban de moda a principios de los 80. La consecuente censura en BBC y MTV (hicieron esta edición limpita solo para ellos) ya les dio alas para ser elegantes pero malotes.
Salpicaron de laca y hombreras los 80 con un álbum llamado Río, que no estuvo mal, pero fue 1983 su gran año. Fue entonces cuando consiguieron por fin llegar a ser número uno en UK y entrar en 1984 con cuatro éxitos de dos álbumes distintos sonando en las radios. El que pegó más en España fue “The Reflex”.
Para entonces ya había fenómeno fans y eran referente de modernidad total. Tanto es así, que el vídeo de esta canción es una actuación multitudinaria del grupo, bajo el liderazgo total de Simon y hasta con efectos digitales con los que vertían toneladas de agua sobre el público.
Luego vino la inevitable separación, frenada repentinamente por su participación en la “franquicia” de las películas de James Bond. Le pusieron música a View to a kill. El único tema de la serie cinematográfica que llegaría al número uno en Estados Unidos. No lo consiguió ni siquiera Tina Turner con Goldeneye. Triunfó la mezcla de tecnología, estética moderna y espionaje.
Ya nada fue lo mismo desde entonces. Idas y venidas entre ellos, con las drogas, de las listas... Se complicaba hacerles viajar juntos para la promoción internacional, y nos acabaron llevando a un hotel muy cuco de las afueras de Londres para entrevistarles. Y ahí fue cuando me estrechó la mano el grandullón de las carpetas de los 80. No recuerdo nada de lo que hablamos. Porque no fue trascendente. Y es que la sensación era la de una habitación en la que había habido una fiesta, pero ya no quedaba nadie. Salvo los fans, que fueron, con sus llamadas a las radios inglesas, los que rescataron de la quema del olvido un tema que podría ser el que puso banda sonora a su final. Uno que no pareció interesante a su discográfica por aquel entonces: Ordinary World.
Es innegable que se trataba de un himno de despedida. Sin embargo, quedarían todavía todo tipo de episodios de separación y reunión, y hasta un premio MTV sorpresa por su trayectoria. Pero ahora y siempre, el verdadero apoyo de la banda han sido sus seguidores incondicionales. Ellos siguieron llenando los ya pequeños locales en los que volvieron a actuar. Y seguramente serán los que verán maravilloso este retorno, de hace apenas unos días. Esto sí que es una despedida. Se llama Future Past, y va más allá de la melancolía.
Es muy de agradecer que usen sintetizadores y sonidos absolutamente ochenteros. El toque navideño en estas fechas en las que esperan vender algo, y hasta la referencia velada a una gran balada de aquellos años como Take my breath away, de la banda sonora original de Top Gun. Reconozco que a pesar de su languidez y poca originalidad, una vez más, los acordes de los genios originales del grupo consiguen llegar dentro, muy dentro. Es muy posible que sea por el recuerdo de una época ya perdida en el tiempo. Que han durado lo suyo, estos Duran Duran.
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