Volvemos a la España de los 90, pero con muchos más años a nuestra espalda. Vemos en televisión las imágenes de aquel 92, el año de las Olimpiadas y la Expo, en el que la inflación de septiembre alcanzó la cifra del 5,7% ¡Todo un récord!
Ahora, 29 años más tarde, el dato de octubre adelantado por el INE nos hace rememorar aquellos tiempos en los que todavía se podía recurrir a las devaluaciones. Estamos en el 5,5% fundamentalmente por la subida de los precios de la electricidad, un problema que, como ocurrió con el coronavirus, el Gobierno dio por zanjado demasiado pronto.
Algunos expertos rebajan el dramatismo fijándose en que la inflación subyacente (la que no incorpora los precios de la energía) está sólo en el 1,4%. Se trata, añaden, de un fenómeno coyuntural porque los precios de la energía comenzarán a bajar durante la próxima primavera.
Pero esa visión optimista no tiene en cuenta factores políticos muy relevantes.
Lo que se va a producir, en primer lugar, es que la previsión de crecimiento del Gobierno se va al garete. Es decir, que el Presupuesto que se tiene que aprobar en el Congreso próximamente es papel mojado. Hasta el Banco de España ha advertido que revisará la previsión de crecimiento de forma significativa. Nadie cree ya que se vaya a cumplir la previsión del 6,5% del Gobierno para este año, ni el 7% para 2022. Creceremos en 2021, todo lo más, en torno al 5,4%. Menos crecimiento significa menos ingresos y más déficit.
La economía se está desacelerando y eso tiene que ver con la inflación. No sólo estamos ante unas subidas de precios muy fuertes (la media del precio del megavatio hora en octubre está siendo de 208 euros y el precio del brent supera los 80 dólares por barril), sino que la falta de componentes electrónicos por una subida enorme de la demanda, está provocando escasez de algunos productos, que, lógicamente, también están subiendo de precio.
Vamos a vivir con esa espiral durante, al menos, otros seis meses. Eso suponiendo que no pase nada y que el gas vuelva a precios de principios de este año.
Pero incluso admitiendo esa tranquilizadora hipótesis, lo que sí se va a producir es una presión al alza de los salarios. Los sindicatos van a reclamar subidas que compensen la pérdida de poder adquisitivo. Ya hemos visto en otras ocasiones en este país lo que supone trasladar a los costes laborales la subida de los precios.
La elevada inflación no sólo afecta al crecimiento, sino que presionará al alza los salarios. Los sindicatos se sienten fuertes porque ven en Yolanda Díaz a su referente en el Gobierno
En España las pensiones ya están ligadas a la inflación. Otro tanto sucede, en la práctica, con los salarios de los funcionarios. Sin embargo, hasta ahora, eso no sucedía en las empresas.
El dato de empleo conocido ayer (la tasa de paro ha bajado al 14,57%) demuestra que la flexibilidad del mercado laboral -favorecida por la maldita reforma de Rajoy- permite que el empleo se recupere de forma más rápida incluso que el crecimiento económico. Además de permitir esa capacidad de adaptación del mercado de trabajo a la realidad económica, lo que implicó la preeminencia de los convenios de empresa sobre los de sector fue precisamente que la subida de precios no se trasladara de forma automática a los salarios.
Pues bien, estamos a las puertas de una contra reforma laboral que lo que persigue es justo lo contrario. Los convenios de sector, si sale adelante la reforma tal y como pretende la ministra de Trabajo, elevarán el conjunto de los costes salariales.
Estamos, por tanto, ante el peligro cierto de que se produzca ese círculo vicioso que ya hemos vivido en España y que consiste en una carrera sin fin de los salarios por igualar a los precios, lo que lleva inexorablemente a una caída de la competitividad empresarial.
Por cierto, esa caída ya se está produciendo y corre el peligro de agravarse. La inflación media de la eurozona en octubre se prevé en torno al 3,7%. De hecho, el dato de Alemania de octubre, conocido ayer, fue del 4,6%, y el de Bélgica del 4,2. España está ya casi un punto por encima de Alemania y casi dos puntos por encima de la media de la zona euro. Ese diferencial de precios afectará a nuestras exportaciones, lo que redundará en un menor crecimiento.
Los optimistas, inasequibles al desaliento, llaman a la calma fijándose en los bajos tipos de interés. No hay riesgo de que la inflación -que es un fenómeno coyuntural, proclaman- se traslade a una subida de tipos.
Eso es así... por el momento. Canadá ya ha comenzado a retirar los estímulos económicos precisamente para evitar una subida significativa del precio del dinero. Es un peligro que ya se ve en Estados Unidos o en el Reino Unido. Y Europa no es una isla.
El colchón de seguridad que está dando el Banco Central Europeo relaja muchas conciencias. El BCE compra al mes unos 100.000 millones de deuda. De ellos, 12.000 millones son deuda española. De hecho, todas las emisiones de deuda del Tesoro son adquiridas por el BCE. Pero el programa especial de compra de deuda lanzado tras la pandemia tiene fecha de caducidad: el próximo mes de marzo de 2022. No se va a producir una caída de las compras del BCE de golpe. Pero, la cifra se reducirá de forma paulatina hasta los 20.000 millones al mes, lo que significa que España sólo podrá colocar en el BCE unos 2.000 millones. El resto tendrá que financiarlo en el sector privado. Quien piense que los tipos van a seguir en los niveles actuales para siempre se equivoca.
Los factores económicos dependen en gran medida de decisiones políticas. Afrontar una tormenta como la que se atisba con un Gobierno social populista es casi una garantía de fracaso.
Tenemos, es verdad, las limitaciones de Bruselas. La amenaza de la retirada de los fondos europeos si se cometen desmanes tiene sus efectos. Pero este Gobierno vive ya en tensión permanente. Yolanda Díaz sabe que su futuro político depende en gran medida del resultado de su pulso con Calviño sobre la reforma laboral. Los sindicatos están envalentonados y van a apretar el acelerador en ese asunto y en la mejora de las condiciones salariales. Y, por si eso fuera poco, ahí tenemos a socios tan fiables como el PNV, ERC o Bildu siempre dispuestos a aprovechar la debilidad del Gobierno para arrancar nuevas conquistas.
Miremos lo que está sucediendo en Portugal, ese ejemplo para la izquierda europea y especialmente para el presidente español.
Nos esperan meses apasionantes.
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