No le conviene confundirse porque, cegada por la fama y los sondeos, puede calcular mal su impronta real y sus perspectivas de futuro y podría darse entonces de bruces con un chasco monumental. Estoy hablando de Yolanda Díaz.
A pesar de su éxito indudable en la consideración de la opinión pública - que trae consigo la consoladora demostración de que los buenos modales y la buena educación como actitud sigue cotizando al alza por encima incluso de la ideología- es muy dudoso que la estrella política del momento pueda traducir en votos y en consiguiente éxito político el tiempo dulce que la está arropando en este tramo de la legislatura, especialmente en el período que se abrió tras la renuncia de Pablo Iglesias a la vicepresidencia del Gobierno.
Fue a partir de entonces cuando los ojos de los electores empezaron a fijarse en esta mujer que tenía detrás una carrera política muy modesta pero que empezó a destacar por su eficacia negociadora y por el contraste que su persona y su actitud ofrecían respecto del líder de Podemos.
La subida en la apreciación ciudadana ha sido fulgurante, tanto es así que en los sectores de la izquierda la consideran como la próxima líder de un movimiento de amplio espectro que aglutine a las múltiples formaciones políticas, agrupaciones progresistas y ciudadanos particulares que compartan los planteamientos que se defienden desde posiciones situadas a la izquierda de la socialdemocracia.
Por no liderar, no lidera ni siquiera el partido del que se supone iba a ocupar la cabeza de lista en las próximas elecciones generales
Pero eso, así planteado, no es nada. Una cosa es tener una excelente reputación como negociadora paciente pero rocosa, tener buena imagen en términos generales y recibir elogios desde todos los puntos del espectro ideológico y otra muy distinta es tener la capacidad y la posibilidad de encabezar una opción política con ambición y perspectivas de alcanzar el poder.
Yolanda Díaz es vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo por designación directa del líder de Unidas Podemos Pablo Iglesias. Pero no tiene nada detrás. Por no liderar, no lidera ni siquiera el partido del que se supone iba a ocupar la cabeza de lista en las próximas elecciones generales, decisión también del señor Iglesias que ella jamás ha confirmado.
Por lo tanto, a día de hoy Yolanda Díaz es una individualidad política que al parecer tiene un proyecto que no es exactamente el Frente Amplio que querría llamarlo Pablo Iglesias pero eso no es más que una idea incipiente e incierta en la que -a tenor de sus silencios y de sus significativas ausencias en las convocatorias de Podemos- ni siquiera estaría implicada la señora Díaz.
¿Cuáles son entonces sus poderes reales, efectivos, cuantificables que permitan hacer una proyección de resultados a medio plazo? El apoyo de los sindicatos, sobre todo de Comisiones Obreras, una organización sindical que nació del Partido Comunista de España, partido en el que sí milita la actual ministra de Trabajo. Y eso es todo, porque sus contactos, especialmente con Ada Colau, que está de capa caída en la alcaldía de Barcelona, o con Mónica Oltra, a la que le sucede tres cuartos de lo mismo en la Comunidad valenciana, no permiten ni de lejos augurar el nacimiento de una plataforma política con una mínima potencia de crecimiento en el panorama político nacional.
La idea de que fuera Yolanda Diaz la que encabezara la lista electoral del partido morado se antoja cada vez más lejana
Pero estar próxima a los intereses sindicales y defenderlos desde su privilegiada posición actual no da la fuerza imprescindible para poner en pie algo parecido a una formación política que es en lo que inevitablemente terminan convirtiéndose esos movimientos transversales, esos “frentes” que, al final, comprenden que para participar en política les es imprescindible una cierta disciplina, una férrea unidad de acción y una organización cohesionada y con implante sólido en los distintos territorios.
Justamente lo que le ha faltado a Podemos y esa es la razón de que su caída en los sondeos de opinión sea constante y sostenida. Y la idea de que fuera Yolanda Diaz la que encabezara la lista electoral del partido morado se antoja cada vez más lejana. Primero, porque las aspiraciones de la actual ministra de Trabajo parecen ir más allá de esa formación política. Y segundo, porque las actuales dirigentes de Podemos no aceptarían en ningún caso seguir la apuesta de la vicepresidenta formando parte del pelotón de partidos, partiditos, asociaciones de nombres variados y ciudadanos particulares que se sumaran al proyecto.
Es más: la señora Díaz puede llegar a convertirse, precisamente por sus intenciones ya explicitadas en trascender los límites de Podemos, en alguien non grato dentro de las filas del partido que la aupó al poder e incluso en el enemigo a abatir. No es por casualidad el que las relaciones de la vicepresidenta con las dos actuales máximas figuras del partido, Ione Belarra e Irene Montero, son tensas, difíciles y presididas por la desconfianza.
Tener buena imagen, aunque sea inmejorable, no garantiza absolutamente nada de cara a poner en pie un proyecto político sólido
Insisto: tener buena imagen, aunque sea inmejorable, no garantiza absolutamente nada de cara a poner en pie un proyecto político sólido y con perspectivas de éxito. Hay que tener muy presente, además, que las percepciones ciudadanas suelen tener una duración temporal limitada y nunca son eternas.
Que sea la segunda preferida para encabezar un gobierno “progresista” no significa de ninguna manera que, llegado el momento de las urnas, los electores la vayan a votar porque antes de meter la papeleta en la urna el elector se hace muchas otras consideraciones que no son precisamente lo bien que le cae la candidata. Eso es algo que debería tener meridianamente claro antes de ponerse a armar cualquier plataforma .
El verdadero horizonte político de Yolanda Díaz sería prometedor si ella se pasara a las filas del PSOE. Eso sí que le daría resultado. Al fin y al cabo, ha sido a su vera, una vez que entró en el Gobierno de Pedro Sánchez, cuando sus perspectivas profesionales y políticas mejoraron sustancialmente. Claro que para eso tendría que abandonar su cuna política, el Partido Comunista de España, y eso es muy poco probable. Y tendría también que ser recibida sin reticencias por parte de la actual dirección socialista, lo cual es más improbable todavía.
Pero yo no la veo como líder de una opción política distinta a las que existen hoy en día y que además tuviera perspectivas de éxito. Creo que está ahora mismo en la cresta de su propia ola pero que no va a poder ir mucho más allá.
Lo de Iván Redondo en Antena 3 hace unas semanas -"Podemos estar ante la la primera presidenta de la Historia de España, Yolanda Díaz"- fue una afirmación muy llamativa. Pero dio la impresión de que, en lugar de estar analizando la realidad política española, se estaba postulando como asesor personal de una política en alza y con ambición de liderazgo.
No se equivoque y no se apresure, señora vicepresidenta, que los elogios no duran siempre y cambian tan rápido como la dirección del viento.
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