Los muertos salen de sus hoyas para festejarse o saludarse, un poco como Sánchez y Biden agarrándose o sosteniéndose por sus brazos desbisagrados. Yo creo que tanto muerto festivo pega más que nunca en este fin del mundo de inflación, desabastecimiento, crisis de gobierno, crisis entre poderes, PIB parado como la estufa, estados de alarma ilegales y presupuestos fantasmas. Estos muertos discotequeros, estos zombis mechados de cucarachas y dulce, estas novias cadáveres con el cuerpecito como una marimba del amor, esta chirigota de cementerio, este Frankenstein con cesta de chuches, podrían ser el Gobierno y sus socios, o todos los españolitos que vamos entre el truco, el trato, la corbata de horca y la diadema de hacha. Yo no soy ni dejo de ser de Halloween, pero me doy cuenta de que el Gobierno en Halloween es simplemente el Gobierno, como la familia Addams en Halloween es simplemente la familia Addams.

Sí que parece el fin del mundo, salvo porque nadie en el fin del mundo se preocupa por que Netflix doble series al catalán

Escribo casi en la noche de los muertos, con la lluvia sonando como sobre un capote, con las sombras que adelantan a los cuerpos y las noticias que son ruido blanco, como aquella televisión de Poltergeist. El volcán está a punto de comerse un cementerio, que es como si una lengua de ceniza buscara besar otra lengua de ceniza; ha pasado una llamarada solar, poniéndole al planeta coronas de emperatriz difunta; Mark Zuckerberg ha presentado el Metaverso como si lo presentara Norman Bates o como si presentara el presupuesto del Gobierno, o las dos cosas a la vez; nos cortan el gasoducto de Argelia y es como si se nos apagara la vela en el sótano de todas las películas; Greta Thunberg se ha aparecido en la cumbre del G20 igual que Daenerys sobre un dragón, y Sánchez, allí mismo también, se ha tenido que despegar de Biden como si se arrancara la mandíbula de zombi arenoso y bailón, en otra pesadillesca asfixia de medio minuto. Sí que parece el fin del mundo, salvo porque nadie en el fin del mundo se preocupa por que Netflix doble series al catalán, y a lo mejor Esquerra nos salva hoy de esta pulsión de muerte y catástrofe.

Escribo casi en la noche de los muertos, con un reloj de caligrafía gótica que parece el péndulo de Poe, con una ventana que amaga guillotinas con mi reflejo, con el armario que se ha quedado entreabierto y parece lleno de curas ahorcados, con la radio haciendo con la política un sonido de insectos sobre madera. Es casi la noche de los muertos, con los árboles pelados ensartando la luna menguante como un cuchillo una cebolla podrida, con la oscuridad golpeando el cristal como con un trozo de tubería. En esta noche, mientras sonríe una calabaza en el porche de la Moncloa, saqueadores con farol remueven las tumbas y los anillos, Drácula persigue a un juez como a una muchacha en camisón, y un poseído vomita donetes desde el Infierno.

Ya es la noche de los muertos y quiero pensar que esto no es el fin del mundo, porque nadie en el fin del mundo estaría haciendo campaña electoral y ganchillo de Morticia Addams, con mucha lana o gasa de telaraña. Ya es la noche de los muertos y estoy solo, escribiendo bajo una luz como de quirófano, que abre y desinfecta la oscuridad sólo en su círculo. Diría que el piano acaba de sonar como pisado por el gato que no tengo, y temo ir a la cocina a por agua, por si en el frigorífico sólo está la cabeza o el torso de Sánchez, como lo único que queda ya para comer o para alumbrarse. Es la noche de los muertos, también en la Moncloa. Una bruja prepara caramelos con gelatina de hueso progre, un cojo con hacha baila entre cráneos y serpientes ancestrales, y una momia toda de papel de váter de carestía nos persigue con un martillo y un librito rojo.

Es la noche de los muertos y en el porche de la Moncloa la calabaza sigue sonriendo, con boca fabril del infierno y los ojos también acuchillados

Es la noche de los muertos, las luces han temblado un poco, como las de un submarino, y estoy pensando si podré mandar esto. Ahora me arrepiento de haber empezado este artículo con tanta guasa, porque quién sabe dónde puede estar la Sección Pi en estos días que incitan a las manos a salir desde las cortinas y a los cuchillos y a los pinchos a acudir a las gargantas y a los ojos. Y quién sabe cuántos demonios tiene por ahí Sánchez aún ajustando cuentas, saliendo como fantasmas de emparedados para vengarse de Susana o de mí. Es la noche de los muertos y en el porche de la Moncloa la calabaza sigue sonriendo, con boca fabril del infierno y los ojos también acuchillados. Devoradores de cerebros asaltan las casas saliendo de la televisión, como la niña chunga del pozo; una monja endemoniada nos persigue por nuestros pecados con tijera de coser, un cateto con sierra mecánica nos destripa entre el óxido y el country, y aún hay para baile, para fiesta y para golosinas.

Es ya noche cerrada, la noche de los muertos ha llegado hasta mí como sangre negra que devolvía el retrete. Algo ha crujido en el perchero o ya sobre mi hombro. Me tranquilizo pensando que en la Moncloa es exactamente como cualquier otra noche.

Los muertos salen de sus hoyas para festejarse o saludarse, un poco como Sánchez y Biden agarrándose o sosteniéndose por sus brazos desbisagrados. Yo creo que tanto muerto festivo pega más que nunca en este fin del mundo de inflación, desabastecimiento, crisis de gobierno, crisis entre poderes, PIB parado como la estufa, estados de alarma ilegales y presupuestos fantasmas. Estos muertos discotequeros, estos zombis mechados de cucarachas y dulce, estas novias cadáveres con el cuerpecito como una marimba del amor, esta chirigota de cementerio, este Frankenstein con cesta de chuches, podrían ser el Gobierno y sus socios, o todos los españolitos que vamos entre el truco, el trato, la corbata de horca y la diadema de hacha. Yo no soy ni dejo de ser de Halloween, pero me doy cuenta de que el Gobierno en Halloween es simplemente el Gobierno, como la familia Addams en Halloween es simplemente la familia Addams.

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