Estamos cavando nuestra propia tumba, nos dice la ONU desde la Cumbre del Clima en el día de los muertos, ese día en el que limpiamos el polvo al aparadorcito de los difuntos o paseamos esqueletos con colores de piruleta. Aquí con los muertos hacemos dulce en los conventos y patinaje en los cementerios, así que poco nos va a asustar un cambio climático que, explicado así, sólo parece el médico quitándonos del tabaco. La muerte, la danza macabra, tan cristiana y manriqueña, la tenemos asumida y folclorizada, no da miedo sino hambre de pestiños, moscatel y miel de flores, un carpe díem con cazalla. Además, las noticias sólo nos sacan a Boris Johnson, a Biden, a Sánchez o a Greta Thunberg, pilotando ese cuatrimotor infantil contra el fin del mundo. Habría que hablar de que el cambio climático, antes de matarnos, nos arruinará y nos joderá de lo lindo. Y habría que sacar a los científicos, no a Miércoles Addams con nuestros presidentes, ahí todos como teleñecos en globo.
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