Aún no sabemos cómo quedarán los trabajadores luego, pero la reforma laboral se va a derogar, se va a modernizar, se va a actualizar, se va a reformar en precioso círculo virtuoso o irónico, e incluso contempla uno que se quede exactamente igual después de pasearla por todo el tesauro de la Real Academia o por el rosco de Pasapalabra. Al obrero me lo imagino últimamente muy semántico, concernido y desvelado por la semántica del asunto, porque no es lo mismo presentarse en el curro modernizado, derogado, actualizado, enjabonado o estafado. El trabajador está que no sabe si ponerse mono o luto esproncediano, gafas de soldar o quevedos; no sabe si ir a por el coche o a por la parejita, no sabe si afiliarse al sindicato o al Atlético, ahí pendiente de si lo suyo se deroga, se moderniza, se voltea o se redora. Es cosa de poetas afanarse por esa palabra justa que puede cambiar la historia y el amor. Lo que no sé es cómo le puede ir al trabajador con un Gobierno de tan sutiles poetas.
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