Aún no sabemos cómo quedarán los trabajadores luego, pero la reforma laboral se va a derogar, se va a modernizar, se va a actualizar, se va a reformar en precioso círculo virtuoso o irónico, e incluso contempla uno que se quede exactamente igual después de pasearla por todo el tesauro de la Real Academia o por el rosco de Pasapalabra. Al obrero me lo imagino últimamente muy semántico, concernido y desvelado por la semántica del asunto, porque no es lo mismo presentarse en el curro modernizado, derogado, actualizado, enjabonado o estafado. El trabajador está que no sabe si ponerse mono o luto esproncediano, gafas de soldar o quevedos; no sabe si ir a por el coche o a por la parejita, no sabe si afiliarse al sindicato o al Atlético, ahí pendiente de si lo suyo se deroga, se moderniza, se voltea o se redora. Es cosa de poetas afanarse por esa palabra justa que puede cambiar la historia y el amor. Lo que no sé es cómo le puede ir al trabajador con un Gobierno de tan sutiles poetas.
La reforma laboral se va a derruir, se va a flamear, se va a ribetear, se va a ionizar, se va a revolcar, se va a regurgitar, quién sabe. Y para cada palabra hubo y aún habrá reuniones, secretos, apariciones retumbantes de Yolanda Díaz y Nadia Calviño luchando como si fueran ateneístas sobre las nubes de sus alegorías. Sólo ha sido una palabra, y una que no decía nada sobre qué le pasará a ese currante pendiente ahora de los diccionarios de lomo ancho igual que de la factura de la luz. Todavía no había empezado la jornada, el poeta aún estaba buscando una palabra como para el amanecer, que es algo en lo que se encharcan todos los poetas, como en los ojos amados. Pero es lo que pasa cuando uno tiene un gobierno de poetas, que ya se han enredado con el preludio de la ley como con el nombre del amante, como enredaba don Quijote sus bigotes no en el pelo sino en las sílabas de Dulcinea.
Lucharán por una sola palabra porque significa luchar por la ortodoxia y por la salvación, que son la misma cosa
Los gráciles poetas, con su sensibilidad de cosquilla de pluma de ave, ya se han puesto de acuerdo en que la palabra “derogar” aparezca por ahí, aunque no como el nombre de la amada sino de un gigante o monstruo, porque “derogar” suena como Caraculiambro o algo así. El obrero aún está ahí, con su candil de minero, ante la fría noche o ante el periódico que trae la noticia de Sánchez o trae el jurel, esperando a ver qué pasa, pero es que el poeta obrero tiene siempre algo que va antes que el obrero, y es el patrón, el capital, la derecha. El obrero puede esperar, debe esperar y de hecho espera mientras el poeta obrero busca la palabra, el escabel o la afinación para la diatriba o epigrama definitivo contra el capitalismo. En este caso, contra Rajoy.
El obrero debe esperar mientras a Rajoy se le arroja la palabra “derogar” como un gargajo, porque el capitalismo y la derecha no se pueden modernizar, ni actualizar, sólo abolir o extirpar. Estos poetas, pues, extirpan a Rajoy como una espina de rosa en un soneto espinado, dejando que ese desgarro consonante de la palabra “derogar” raje la carne de la derecha como una mejilla de molinera. Rajoy ya no es nada, excepto para los poetas que viven de reyes muertos y tronos fundentes igual que de novias muertas y alcobas fundentes. El obrero sigue esperando, pero es que los poetas no saben hacer otra cosa que poner nombre a las cosas imaginadas o imaginar cosas a través de sus nombres, sean amores, gigantes, islas o revoluciones.
Toda una guerra por una palabra, porque además de poetas son teólogos, llevan el ala de arpa de los angelotes cantores. El simple poeta buscaría la palabra por exacta, bella y eufónica, por hacerle a Rajoy, derogándolo, su gorigori de gorgona engolada con arrogante garra. Pero el teólogo, además, sabe que la palabra incorrecta, la idea incorrecta, o sea la herejía, lleva a la condenación. El trabajador, como el penitente, espera, pero el poeta obrero no puede sentarse a componer nada con la palabra incorrecta que perdone o justifique al demonio ahí triunfante. Lucharán por una sola palabra porque significa luchar por la ortodoxia y por la salvación, que son la misma cosa. Imaginen la lucha por cada palabra como por cada pañuelo o beso de la amada, como por cada pecado o virtud de los dioses. Una lucha por cada palabra hasta que al trabajador le llegue su derogación, su actualización, su modernización o su jubilación.
Tenemos un Gobierno de poetas y para cada gesto, para cada rizo, para cada desprecio nos espera una égloga ennoriada, un soneto agónico, una oda gibosa. Sánchez quizá no llegue a poeta inspirado, quizá sólo a tuno, pero su ámbito son únicamente las palabras, los hechos le resultan ajenos como a los rapsodas de leyendas. Además, todo lo que tarden los poetas más ardientes y elevados en componer sus versos es tiempo que él gana para no ir haciendo nada, que es su manera encamada de gobernar. Tenemos un Gobierno de poetas y se enzarzarán por el amor, como en el combate de canto de Tannhäuser, por la verdad, por la justicia, por la gloria o por la vanidad. No llegarán a la verdad, ni a la justicia, ni a la gloria, pero seguro que les basta con la vanidad.
La reforma laboral se va a derogar, o quién sabe. Sólo llevamos una palabra, no sabemos más que esa palabra, ese verbo que parece el del comienzo del Evangelio de san Juan. Eso y que habrá más subvenciones para los sindicatos, esa máquina multicopista de la poesía obrera. El trabajador espera a ver qué pasa con lo suyo, si va a necesitar calculadora o sólo laúd, pero eso ya se sabe. Tenemos un Gobierno de poetas y los poetas no saben hacer otra cosa que palabras. Son como los panaderos de palabras de la madrugada y no se le puede exigir a un poeta que por la noche de musas y musarañas se ponga a hacer leyes como si se pusiera a hacer tornillos.
Aún no sabemos cómo quedarán los trabajadores luego, pero la reforma laboral se va a derogar, se va a modernizar, se va a actualizar, se va a reformar en precioso círculo virtuoso o irónico, e incluso contempla uno que se quede exactamente igual después de pasearla por todo el tesauro de la Real Academia o por el rosco de Pasapalabra. Al obrero me lo imagino últimamente muy semántico, concernido y desvelado por la semántica del asunto, porque no es lo mismo presentarse en el curro modernizado, derogado, actualizado, enjabonado o estafado. El trabajador está que no sabe si ponerse mono o luto esproncediano, gafas de soldar o quevedos; no sabe si ir a por el coche o a por la parejita, no sabe si afiliarse al sindicato o al Atlético, ahí pendiente de si lo suyo se deroga, se moderniza, se voltea o se redora. Es cosa de poetas afanarse por esa palabra justa que puede cambiar la historia y el amor. Lo que no sé es cómo le puede ir al trabajador con un Gobierno de tan sutiles poetas.
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