En un periquete, la que se preveía como tensa reunión en Moncloa, con la presencia estelar de Nadia Calviño y Yolanda Díaz, el ying y el yang de este gobierno dual, el presidente ha resuelto la pugna, "la madre de todas las batallas", como la calificó la ministra de Trabajo, con un veredicto claramente favorable a la representante de Unidas Podemos.
Díaz así lo ha asumido y, fiel a su gusto por las frases lapidarias, declaró a los periodistas sin cortarse un pelo: "Hoy han ganado los trabajadores y las trabajadoras de este país". Amén.
Me imagino la escena. Pedro Sánchez presidiendo una reunión, tras el Consejo de Ministros, en la que estaban presentes, además de las ya mencionadas, el titular de la cartera de Seguridad Social, José Luís Escrivá; la responsable de Hacienda, María Jesús Montero; la de Educación, Pilar Alegría, y la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez. El encuentro, más bien una formalidad, debió defraudar a más de uno, ya que ni siquiera duró una hora: a las 12.52 del mediodía la Secretaría de Estado de Comunicación difundió el comunicado que llegó a los medios transmitiendo la buena nueva. Se discutió poco, por tanto. Más bien nada. Porque lo que allí se dilucidó fue quién ganaba el pulso de la terminología, el mensaje.
A Sánchez no le duelen prendas en ese aspecto. Él ha utilizado para referirse a lo mismo distintas fórmulas: "modernización", "corrección", "derogación".
Pero Yolanda Díaz debería estar preocupada. ¿Cómo es posible que el presidente haya cedido tan rápido y sin pelea en esta batalla tan trascendental?
El presidente ha cedido ante Yolanda Díaz en la "derogación" de la reforma laboral. Pero lo que aún no se sabe es si el Gobierno asumirá en la mesa de negociación con patronal y sindicatos todo lo que ello implica
Trascendental para la economía del país, ya que de la nueva normativa dependerá en gran medida que el crecimiento económico se transmita de forma eficaz a la creación de empleo; trascendental, porque de ella dependen también los fondos europeos, y, finalmente, trascendental porque políticamente la derogación beneficia más al socio minoritario del Gobierno que al PSOE.
Un miembro de la cúpula de la CEOE, alucinado con lo que acaba de ocurrir, me confesó: "Esto es un paripé".
No le falta razón. Entre otras cosas, porque en el comunicado de Moncloa no se dice nada concreto; es más, se cae en alguna contradicción, como equiparar lo que dice el Pacto de Coalición y el Plan de Recuperación enviado a la Comisión Europea, en el que no se menciona la palabra "derogar".
Es posible que el presidente esté actuando como Romanones (que solía decir, "hagan ustedes las leyes y déjenme a mí los reglamentos"), concediendo a Díaz un triunfo más aparente que real, ya que aún no se sabe qué es lo que se va a llevar a la mesa de negociación con los agentes sociales, y que sea en ese momento cuando Calviño llegue con las rebajas del realismo. Puede ser.
En todo caso, esa táctica tiene un peligro: que la ministra de Trabajo y los sindicatos -la base social para su proyecto político- se lo hayan creído y acudan a la negociación dando por hecho que sus reivindicaciones están conseguidas de antemano.
El presidente del Gobierno se ha metido en un lío. En primer lugar, porque ni Calviño, ni Escrivá, ni Alegría, ni Montero, ni Rodríguez saben mucho de legislación laboral. Los que saben del asunto son Díaz y sus asesores, gente amamantada en la lucha sindical. La ministra de Trabajo tiene a su favor que sabe mucho más que sus colegas del Consejo de Ministros sobre la reforma. Pero no solo eso. Además, es mucho más trabajadora.
No le va a ser fácil al presidente, aunque tampoco me cabe duda de que lo intentará, reconducir la negociación hacia un reforma light, una táctica lampedusiana, que le permita cambiarlo todo para que nada cambie.
Algún pelo se dejará en la gatera.
Por otro lado, este "paripé" cabrea a los empresarios. Aunque Antonio Garamendi es hombre de talante y acudirá a la negociación con ánimo de acordar, en la CEOE ya hay muchos que están hasta el gorro de un Gobierno que, al menos en apariencia, se ha puesto del lado de los sindicatos.
Abierta queda la pugna. Veremos cómo se desarrolla la negociación en las mesas del diálogo social. Y si Sánchez, en efecto, está dispuesto a darle a Díaz todo lo que ella quiere.
Por lo pronto, le ha concedido la victoria en la batalla de los conceptos. A partir de ahora, ya no podrá eludir el uso del término "derogar".
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