Cuanto más se avanza en el culebrón del PP de Madrid más se atisban los enormes riesgos que corre Pablo Casado si se empeña en mantener el pulso para que Isabel Díaz Ayuso no logre su legítima y absolutamente lógica aspiración de liderar el partido de la Comunidad en la que ella ocupa la presidencia.
Hay que repetir constantemente que ese puesto no se lo ha regalado nadie ni es fruto de un pacto entre perdedores. Es el resultado obtenido después de una arrolladora victoria que tuvo la fuerza de levantar al partido de la postración en que se había sumido tras el fracaso cosechado tan solo tres meses antes en Cataluña.
Lo que se evidencia en la sede nacional es miedo. Un miedo cerval a que puedan repetirse dos situaciones que en la calle de Génova no se han olvidado: una, la guerra que se desató en la primera década del 2000 entre Esperanza Aguirre, entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, y Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de la ciudad. Y dos, el desafío que Aguirre estuvo planteando públicamente a Mariano Rajoy antes, durante y después del Congreso de 2008 en Valencia tras la derrota electoral del PP en las elecciones generales de marzo de ese año.
Aquellos fueron tiempos convulsos para el partido y es evidente que han producido un trauma en la dirección nacional del PP. No se quiere ni pensar en que pudiera repetirse un duelo entre una presidenta de Madrid crecida en su poder que pudiera caer en la tentación de retar al presidente nacional del partido.
Intentar cortarle las alas a Isabel Díaz Ayuso es un error de bulto
Por eso desde la calle de Génova se está intentando desgastar a Isabel Díaz Ayuso en esta batalla a campo abierto con el fin de impedir que se presente a presidir el PP regional o que, si se presenta, tenga que enfrentarse a otro adversario con posibilidades de ganar en votos de los militantes o, en todo caso, que obtenga el resultado suficientemente ajustado respecto de Ayuso como para que, siguiendo las normas internas, tenga que celebrarse una segunda vuelta en la que sólo votarían los compromisarios, más manejables por la dirección nacional.
Así fue como se organizaron las votaciones en el Congreso en el que Pablo Casado ganó la presidencia del partido frente a Soraya Sáenz de Santamaría. Y José Luis Martínez- Almeida es el contrincante elegido por la dirección nacional para intentar cortarle las alas a Isabel Díaz Ayuso.
Ése es un error de bulto. Primero, porque al alcalde de Madrid no le gusta nada esta clase de enfrentamientos internos y si llega a presentar su candidatura, lo hará obligado. Segundo, porque la presidenta de Madrid ya le ha garantizado al alcalde que no tiene la menor intención de inmiscuirse en las listas del Ayuntamiento para las próximas elecciones municipales, lo cual sin duda ha debido dar tranquilidad a Almeida. Y tercero, porque si se produjera ese duelo entre Ayuso y Almeida en unas primarias para asumir el liderazgo del partido en la región y venciera la presidenta, la derrota del alcalde le sería atribuida sin ninguna duda a Pablo Casado, lo cual dañaría su potencial electoral de cara a los comicios generales.
Pero no sería mejor si el candidato malgré lui, saliera vencedor en una contienda que todos sabrían que habría sido provocada por la dirección nacional. Y no sería mejor porque lo que Isabel Díaz Ayuso ha mostrado hasta ahora, que es una prudencia notable y una posición públicamente expresada al servicio pleno de Pablo Casado y su futuro electoral como presidente del gobierno y su declaración de que ella sabe cuál es su sitio, que no es otro que la Comunidad de Madrid -"Es absolutamente incierto que yo haya perdido la perspectiva de cuál es mi sitio", declaraba ayer mismo a El Confidencial- podría volverse del revés si se siente zancallideada por sus jefes.
Y como es verdad que Madrid es mucho Madrid y que otorga un poder muy considerable dentro del partido, contar con una presidenta de la Comunidad a la contra o en todo caso, no a favor, y que sangre por la herida asestada por sus compañeros a los que ella sabe que ha devuelto con su victoria arrolladora el vigor y la ilusión por alcanzar el poder en España, constituiría un problema de grueso calibre para quien dirija el partido.
El PP debe mantener y no deteriorar una relación personal y política que hasta ahora se había mantenido en el ámbito de la lealtad recíproca
Así que, ganara la una o ganara el otro, el resultado acabaría siendo un mal negocio para Pablo Casado.
Sucede además que en la reunión del viernes pasado de la Junta Directiva Regional del PP de Madrid, presidida por Pío García-Escudero, la mayoría de las voces que tuvieron la oportunidad de expresarse -y que no fueron todas las que pidieron hacerlo- expresaron su deseo de que el congreso regional que tiene que elegir al presidente del PP madrileño se celebre lo más tardar en marzo. Eso es también lo que quiere la propia Díaz Ayuso aunque durante esa reunión se cuidó muy mucho de decir: “El congreso será cuando lo decida el partido y yo lo acataré”.
Lo que quiere Ayuso es poder decidir, ya como presidenta regional del PP, las candidaturas en los ayuntamientos de la Comunidad con tiempo suficiente para garantizar que en las próximas elecciones municipales el PP vence en la mayoría de los consistorios, también en los ocupados hoy por alcaldes del PSOE. Pero eso no es seguro que lo pueda hacer. Antes de nada, tendrá que conseguir la presidencia del partido de Madrid.
Finalmente, el temor a que Díaz Ayuso se presente como posible adversaria de Casado y le dispute la dirección nacional del PP en el caso de que éste fracase en su intento de descabalgar al PSOE del Gobierno fue tajantemente desmontado por la propia Ayuso en las declaraciones citadas: “Jamás se me ocurriría disputar el liderazgo a quien lo tiene, yo estoy al servicio de España desde Madrid”.
Pero ese temor, si existe, no evidencia más que una peligrosa debilidad derivada de la no menos inquietante inseguridad ante las propias capacidades de vencer al contrincante socialista.
Lo que ocurre es que esa amenaza hipotética se podría hacer realidad siendo Ayuso presidenta regional del PP de Madrid o no siéndolo. Le bastaría con ser lo que ya es, la presidenta de la Comunidad más importante en términos de PIB, además de la capital de España.
Para conjurar esa posibilidad resulta más rentable mantener y no deteriorar deliberadamente una relación personal y política que hasta ahora se había mantenido en el ámbito de la lealtad recíproca. Pero están jugando con fuego
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