Una vez más, Europa, la vieja y orgullosa Europa, sufre en sus puertas una crisis humanitaria en forma de avalancha de miles de refugiados que, desesperados, llaman a sus supuestamente opulentas puertas en busca de una oportunidad para mejorar sus condiciones de vida. En este caso le ha tocado a Polonia, que sufre lo que los más ultras han calificado ya de auténtica invasión, promovida y alentada por un país tan dudosamente democrático como Bielorrusia, en realidad país satélite de la poco democrática Rusia.

Se trata de una situación que ya hemos vivido en varias ocasiones en otros puntos del continente. Lo vemos a menudo en las costas de mi querida Italia, en Lampedusa, donde la continua afluencia de inmigrantes crea situaciones límite que desbordan la capacidad de acogida de los centros de refugiados. O en las recurrentes tensiones entre los gobiernos francés y británico por el paso de migrantes a través del Canal de La Mancha. Lo común a estas desgraciadas situaciones es la incapacidad de los respectivos gobiernos nacionales, y por ende de las autoridades europeas, para dar una respuesta coherente y articulada a un problema que exige mucho más que medidas puntuales de fuerza o de mera protección fronteriza. 

Es una evidencia que la diplomacia europea ha estado, una vez más, torpe, en su respuesta a esta nueva crisis. Este selecto club, llamado Unión Europea, sigue sin entender aún de manera correcta que la inestabilidad en el Báltico, en Ucrania, en algunas de las antiguas repúblicas exsoviéticas con las que comparte frontera, no es un avispero local, sino que puede poner en riesgo la estabilidad de todo el continente.

Su respuesta, por boca del presidente del Consejo Europeo -por no ir a la del propio secretario general de la OTAN- ha sido burda y extemporánea. Hemos llegado a escuchar al señor Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, insinuar la construcción de un muro… así de brutal, aunque haya tratado de disfrazarlo con el eufemismo de "infraestructura física". Más comedida ha estado la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión que, aunque conservadora, es alemana hasta el tuétano, y a la cual la sola mención de la palabra muro le provoca sarpullidos, como cualquiera puede imaginar. La ironía se completa al recordar que son los mismos políticos que caricaturizaban, y con razón, a Donald Trump cuando comenzó a hablar, allá por 2015, de la construcción de una gran muralla en su caso 4.000 kilómetros de frontera física con México. Lo más suave de lo que fue tildado, y con toda la razón, fue de fascista.

Hago notar, en este punto, que estamos hablando de las fronteras polacas -que son también de la Unión- pero que afectan eminentemente a uno de los dos países más populistas, díscolos y xenófobos de la UE junto con Hungría.

¡Qué paradoja que los polacos, que llevan meses reivindicando de forma tremendamente beligerante su independencia sobre las autoridades de Bruselas y haciendo apología de la prevalencia de su propio derecho y de sus propias leyes, al igual que la Hungría de Orban, corran ahora a pedir auxilio al primo de Zumosol europeo y a la propia OTAN! "Cosas veredes, amigo Sancho”, hubiera exclamado don Quijote, si existiera, en este enloquecido 2021.

Polonia no está cumpliendo con los valores que le deberían ser tan propios como a Francia, a España, a Italia o Alemania"

Por hablar con toda claridad y con toda crudeza, Polonia no está cumpliendo con los valores que le deberían ser tan propios como a Francia, a España, a Italia o Alemania, y con los que se comprometió cuando entró a formar parte del selecto club europeo. Por un lado, abjura de sus reglas, pero por otro, corre a pedir auxilio cuando se ve en apuros. Como reza el viejo refrán castellano, utilizado para zaherir a los autosuficientes, no se puede escupir hacia el cielo… porque con frecuencia, el gargajo cae sobre la propia cabeza del soberbio.

No hay pruebas, pero sí evidencias más que sobradas. Para el jerarca ruso, todos los Estados que pertenecieron, y que siguen bajo su control, no son más que apéndices que algún día volverán a la casa madre, a esa Gran Rusia con la que sigue soñando en sus delirios expansionistas. En Ucrania le salió bien porque Bruselas respondió con tibieza. Ahora, se ha encontrado con una respuesta mucho más contundente, igual de torpe políticamente, en mi opinión, porque en la diplomacia, como en la vida en general, los dos extremos son malos.

La presencia de 20.000 soldados en la frontera polaca y la consideración del comportamiento de Lukashenko como un acto de guerra, guerra híbrida pero guerra, al fin y al cabo, no hace presagiar un final ordenado ni mucho menos feliz de este conflicto. ¡Claro que hay que castigar a este dictador! En su triste haber cuenta ya con la sospecha, más que fundada, de la eliminación física de varios opositores, al más puro estilo putinesco. Las sanciones que sufre Ucrania por parte de la UE deben continuar siendo aplicadas con dureza. Pero en uso de la fuerza abierta, con el peligro real de que Rusia acumule tropas por tierra y aire en la zona, abre un panorama ciertamente inquietante.

El otro peligro real es el energético. El suministro de gas puede verse seriamente afectado durante los próximos meses de invierno si Lukashenko cumple con su amenaza de cortar el grifo del gaseoducto que circula por su territorio. Con el flujo cerrado por el sur argelino y esta peligrosa incertidumbre, los europeos podríamos comenzar a pasarlo muy mal en las próximas semanas. Era lo que le faltaba a países como España, que ya arrastra sus propios problemas derivados de las malas relaciones entre marroquíes y argelinos. España que ya sufrió un conato de invasión cuando en mayo pasado más de doce mil marroquíes, muchos de ellos menores, fueron lanzados en tromba, engañados por su gobierno, hacia territorio español en castigo por la controvertida acogida del líder del Frente Polisario Ghali.

En aquella ocasión, la OTAN y la propia UE se pusieron de perfil, sin duda atemorizados por la protección que los EEUU ejercen sobre el país alauita. El caso polaco, como vemos, es diferente, habida cuenta de que la OTAN ha sido rápida y contundente en advertir al sátrapa Lukashenho que no tolerarán lo que consideran un acto de pura agresión. Las autoridades comunitarias han llegado incluso a amenazar con elaborar una lista negra de aerolíneas que den cobertura al transporte de todos estos refugiados que ahora se siguen hacinando sin agua, sin calefacción y sin comida, ante las alambradas de la sufrida Polonia.

El polvorín está servido y puede estallar en las próximas horas, o días a lo sumo. Cabe esperar que, por una vez, una política que combine la habilidad diplomática con el necesario respeto a los Derechos Humanos que se presuponen a los valores de la Carta Fundacional de la Unión, y no solo el fácil recurso a la disuasión militar, resuelvan un conflicto que puede poner en jaque la estabilidad de un área geográfica decisiva para el equilibrio mundial. Alemania pudo acoger a casi un millón de refugiados sirios que huían de una terrible guerra y no ha saltado por ello por los aires. Estaremos atentos a la respuesta, no solo del gobierno polaco sino de las autoridades comunitarias. 

Mientras tantos las únicas ayudas humanitarias a los pobres migrantes vienen de campesinos polacos que, a pesar del riesgo que corren de acabar detenidos, están pasando, mejor dicho, tirando al otro lado de la frontera mantas, leche y patatas. Siento vergüenza frente a tanto dolor y a tanto egoísmo.

Una vez más, Europa, la vieja y orgullosa Europa, sufre en sus puertas una crisis humanitaria en forma de avalancha de miles de refugiados que, desesperados, llaman a sus supuestamente opulentas puertas en busca de una oportunidad para mejorar sus condiciones de vida. En este caso le ha tocado a Polonia, que sufre lo que los más ultras han calificado ya de auténtica invasión, promovida y alentada por un país tan dudosamente democrático como Bielorrusia, en realidad país satélite de la poco democrática Rusia.

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