Son las Spice Girls de Yolanda Díaz, las Supremas de Yolanda Díaz, el coro de Julio Iglesias de Yolanda Díaz, al menos hasta ahora, porque uno sólo las ha visto hacer pósteres, coreografía y quintillicismo irritante, igual que aquellas hermanas argentinas que hacían trillicismo. De lo que piensan hacer en política no tenemos mucha noticia y cuando la tenemos no hay mucha novedad, pero vienen con mujeridad galopante, como chicas de Almodóvar.
Vienen con amor y caldito como una madre con sábanas limpias, vienen de hacerse trenzas, vienen de inaugurar una tetería, vienen de esas películas de mujeres que son como películas de Rocky dadas la vuelta. Después de ver su presentación / fiesta de pijamas, después de leer los cinco artículos como cinco capítulos de Mujercitas que ha publicado El País, yo lo que espero no es un partido sino un disco o una serie.
Son las Supernenas de Yolanda Díaz, son los ángeles de Yolanda Díaz, son mujeres juramentadas, son camaradas mosqueteras, son señoritas de la Cruz Roja, son hermanitas de los pobres, son enfermeras de guerra, son feministas de chorus line, son valquirias de Volkswagen vieja, todo a la vez.
“Es el comienzo de algo maravilloso”, decía Yolanda Díaz después de aparecer ellas cinco para presentarnos, como flores de función escolar, las obviedades, las penurias y las esperanzas de la vida. Maravilladas de ser tan maravillosas, nos traen esa esperanza y el futuro fundado en ella, como una señorita de anuncio de lejía. De momento no conocemos propuestas, sólo una inclinación del ánimo esencialmente femenina, orgullosamente femenina, tópicamente femenina. Han venido ellas, con toda la modestia de su corazón inmenso, el corazón desbordado, floreal y cursi propio de su sexo, a salvarnos. ¿Qué se puede decir ante esto?
A uno le sorprende que esto sea feminismo, eso de que tenga que venir la mujer a imponer la religión del amor, la fraternidad y la ternura; a hacer el escamondado de la cochinera social, política y moral, en fin, como una madre con mocho. Es humillante, como si el feminismo hubiera terminado en una religión de institutrices y chachas amorosas y a la vez dominantes. Las chicas de Díaz no nos van a salvar por lo que dicen o lo que han pensado, que todavía es nada, sino que nos van a salvar porque es su destino.
Son camaradas mosqueteras, enfermeras de guerra, feministas de chorus line y valquirias de Volkswagen vieja, todo a la vez"
Dice Mónica García en su artículo que toda esa cosa del poderío del mujerío no tiene nada que ver con los “genes” o la “naturaleza” de la mujer, sino con que ahora son las mujeres las que están apostando por la “política transformadora”. Yo no sé dónde deja eso a los hombres, incluso de su ideología, pero sí me suena lo de argumentar que la razón de la supremacía sea simplemente histórica, evolutiva; que ha sido la historia, la evolución, las que les ha conducido al inevitable liderazgo. Es lo que podría decir cualquier 'señoro' con tirantes rojigualdas, sintiéndose igual de maravilloso que ellas.
De momento, las chicas de Díaz no nos van a salvar por lo que dicen, que dicen poco o nada, sino por su presencia próvida y providente, como si viniera a salvarnos la Virgen María o la chica de Avon. Que su inevitabilidad sea por naturaleza o por necesidad histórica es lo de menos, aunque lo segundo suena a marxismo del sexo. En realidad ellas no se refieren a la mujer, sino a la mujer de izquierda, liberada y consciente de su papel revolucionario, con lo que el marxismo de sexo sería sólo simple marxismo de clase y para eso no hacía falta presentar nada nuevo, menos con esa estética femenil, universal y salpicante, como de hijas del Rin. Lo más remarcable es que esa necesidad histórica, hegeliana y algo escalofriante les parece suficiente para no necesitar más propuestas ni ideas, para presentarse, sin más, en su acuario de sirenas.
En sus cinco artículos, esencialmente sentimentales, intuitivos, performativos, feéricos, las cinco hadas nos hablan de faltas y de deseos, pero no de cómo van a resolver los problemas más allá de “mirarle a los ojos a la desigualdad” (Díaz), de una “salida ecofeminista y comunitaria” (Oltra), de “ponerse en los zapatos de los demás” (Hamed), de “una forma de hacer política que ponga la vida en el centro” (García), o del “impulso de algo nuevo, de esperanza, de construcción colectiva” (Colau). De ser algo, lo de Díaz sería una revolución de retales con elenco de musical o de Tu cara me suena. No dicen nada, ni siquiera intentan decir nada, salvo que allí están ellas para hacer “algo maravilloso” y para cantar coros a cinco voces que creen potentes como el Magníficat de Bach pero sólo son estribillos de las Spice Girls.
Detrás de lo de Díaz no hay nada, al menos nada diferente. Después de apartar las pegatinas de Rosie la remachadora, los recuerdos navideños, las hojas secas de los libros y la paz en el mundo de sus cinco lideresas como cinco mises de cava, lo único inteligible eran menciones contra el “individualismo” y a favor de los “derechos colectivos”, cosas que ya sabemos lo que significan: koljoses de rábanos y de miseria y comisarios ideológicos en la chepa, más el puntito de nuestros nacionalismos siniestros.
Detrás de lo de Díaz no hay nada o sólo hay lo mismo, de ahí que hayan apostado por la iconografía antes que por el argumentario. Del macho alfa han pasado al panteón de diosas madres o a las musas de simbolistas sobre la yerba. No se trata de construir un partido, sino una girl band: cada una con su personalidad, con su estilo, con su picante, para vender el mismo disco a toda la clientela en la edad del pavo. En las Spice Girls eran la pija, la atrevida, la niña, la deportista y la pelirroja. Para lo de Díaz esperamos ya el mote, el disco o la serie.
Son las Spice Girls de Yolanda Díaz, las Supremas de Yolanda Díaz, el coro de Julio Iglesias de Yolanda Díaz, al menos hasta ahora, porque uno sólo las ha visto hacer pósteres, coreografía y quintillicismo irritante, igual que aquellas hermanas argentinas que hacían trillicismo. De lo que piensan hacer en política no tenemos mucha noticia y cuando la tenemos no hay mucha novedad, pero vienen con mujeridad galopante, como chicas de Almodóvar.
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