Recuerdo cuando en las primeras elecciones democráticas de 1977 muchos dijeron que Adolfo Suárez las había ganado por su buena imagen pública, hasta algunas votantes manifestaban ante las cámaras de televisión que era “el hombre más atractivo de España”. Creímos entonces que tras una época tan oscura de cuarenta años, cualquier joven candidato desprendía luz propia para ganar. Pero se volvió a repetir el fenómeno cinco años después con Felipe González, muchos afirmaron que su belleza le había llevado al poder. Ni una ni otra afirmación fue del todo cierta, pero sin duda su estética y aspecto influyeron en que sus victorias fuesen tan contundentes, Suárez por casi un 35% de los votos y González con un 48%, nunca más superado por ningún presidente hasta hoy. Nos dimos cuenta de lo poderosa que era la imagen de un político y que sucedía lo mismo en otras democracias mucho más consolidadas que la nuestra, en los sesenta Kennedy ya había ganado de esta forma a Nixon.
Los analistas aseguran que la imagen es primordial a la hora de votar porque millones de electores lo deciden a última hora, y lo hacen por impulso, no con reflexión política. Ya no se vota tanto por ideología y cada vez más se hace por emociones. Pedro Sánchez es prueba de ello. Casi cincuenta años después de que esos aspectos mundanos llevaran al poder a Suárez y González, un cambio de imagen sitúa a Yolanda Díaz como la candidata mejor valorada para gobernar, y mucho tiene que ver en eso su cambio de look desde que es ministra. Siendo diputada de En Marea se vestía con tejanos y camisa ancha, sin cuidado alguno por su aspecto, sin querer destacar de los demás. Su pelo moreno, al viento, nada de maquillaje…hoy en cambio parece siempre recién salida de la peluquería, con su rubio, sus recogidos con ondas, los ojos perfectamente maquillados, labios siempre rojos y elegantemente vestida, en ocasiones incluso excesiva, con un estilismo más propio de una boda que de un Consejo de Ministros. Ha sido la primera comunista en el gobierno que ha roto con la consigna de vestir como lo hacen en la calle, “para mostrar la cercanía con el pueblo” como rezaba Pablo iglesias. Pero hay algo más. Mide sus palabras desde que es vicepresidenta y no está Iglesias marcándole el camino, evita insultos y agravios tan comunes en otros ministros y ministras. Busca el consenso hasta en los gestos, aunque sea solo una apariencia. Nada en ella es del todo natural, todo esta premeditado de antemano, impostado, pero funciona.
Ha sido la primera comunista en el gobierno que ha roto con la consigna de vestir como lo hacen en la calle
Ha cometido los típicos errores de recién llegada a la primera línea política, como son mantener las coletillas ideológicas sin sentido de Irene Montero, le sucedió en el Congreso de CCOO cuando inició su discurso con un lenguaje inclusivo que resultó vergonzoso :“Autoridades, autoridadas,….auto…autoridades”.
O cuando retrocedió a su lucha comunista contra el patriarcado al afirmar “Debemos abandonar el concepto de patria, para trabajar sobre el de matria”. Todavía hoy ni ella misma ha explicado qué quería decir con esa frase. Esto sucede cuando aflora su origen, la niña gallega que quería dedicarse a la música, hija de un histórico sindicalista, que conoció a Santiago Carrillo con cuatro años y se hizo comunista años después, como era tradición familiar. Casada con Juan Andrés, dibujante técnico de profesión y con una hija a la que le puso de nombre Carmela, igual que la vieja canción republicana, y como se llamaba su madre, ya fallecida.
Lleva veinte años ocupando cargos públicos y sin intención de volver a una vida privada que a penas conoce, solo trabajó fuera de la política unos meses, abriendo un despacho como abogada laboralista en Ferrol. Sigue militando en el Partido Comunista de España y no olvida su ideología, que le hizo casarse con un traje de novia rojo, pero nadie la ha oído decir nunca públicamente “soy comunista”.
Muchos en el PSOE temen a Yolanda Díaz, como temieron primero y fagocitaron después a Pablo Iglesias. Si es inteligente dejará el gobierno lo antes posible, calculando que no queden muchos meses para celebrar unas elecciones anticipadas que pronostican para la próxima primavera. Así crece su figura día a día y si no comete errores, puede ser una candidata a tener en cuenta en las próximas generales. Otra vez votando la apariencia y no la experiencia. No aprendimos mucho en los últimos 50 años, incluso una comunista espera que la voten por su imagen.
Recuerdo cuando en las primeras elecciones democráticas de 1977 muchos dijeron que Adolfo Suárez las había ganado por su buena imagen pública, hasta algunas votantes manifestaban ante las cámaras de televisión que era “el hombre más atractivo de España”. Creímos entonces que tras una época tan oscura de cuarenta años, cualquier joven candidato desprendía luz propia para ganar. Pero se volvió a repetir el fenómeno cinco años después con Felipe González, muchos afirmaron que su belleza le había llevado al poder. Ni una ni otra afirmación fue del todo cierta, pero sin duda su estética y aspecto influyeron en que sus victorias fuesen tan contundentes, Suárez por casi un 35% de los votos y González con un 48%, nunca más superado por ningún presidente hasta hoy. Nos dimos cuenta de lo poderosa que era la imagen de un político y que sucedía lo mismo en otras democracias mucho más consolidadas que la nuestra, en los sesenta Kennedy ya había ganado de esta forma a Nixon.
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