El Valle de los Caídos, con su nombre egipciaco, pasará a ser simplemente Cuelgamuros, con su nombre de apeadero. El Gobierno actúa más en las palabras que en la realidad, más en la historia que en el presente, es un Gobierno dedicado a la heráldica, a la grabación de medallas y a dibujar ramones acandelabrados de árbol genealógico como vides de los abuelos. Quitarle al Valle de los Caídos esa cosa de mapa tolkiano, degradarlo llamándolo como un polígono o como una venta, a uno le parece muy bien. Lo malo es que se dediquen a condenar grutas y barrancos del pasado y se perdone a sediciosos de hoy, que se desmantele la obra de aquel fascismo meapilas que fue el franquismo y se colabore con los nacionalismos joseantonianos que aún existen. Pero el Valle de los Caídos es esa gran losa que lo tapa todo: que Rufián te mangonee, que Bildu te coma los ojos o que siga saliendo Ayuso en la tele cada día, entre Heidi y Xena.
El Valle de los Caídos se llamará Cuelgamuros y también se eliminarán esos ducados franquistas que venían con ministerio, gafas negras, chófer, pazo, galgo y sopera. Así, descolgando azulejos y arrancando trencillas, se seguirá vengando a los muertos y víctimas lejanos mientras se llama paz y concordia a olvidar o burlar a los recientes. En realidad Sánchez y sus socios no quieren trasladar el fascismo de su mausoleo a una escombrera, sino al contrario, quieren que aquello, se llame como se llame, con su épica vikinga o su intrascendencia de despeñadero de rebecos, siga siendo siempre la catedral fascista. Por eso vuelven una y otra vez, para desenterrar a Franco como a una moneda cartaginesa, para expropiar fantasmas igual que sembrados o para cambiarle el nombre de lejos, con pértiga de farolero.
Descolgando azulejos y arrancando trencillas, se seguirá vengando a los muertos y víctimas lejanos mientras se llama paz y concordia a olvidar o burlar a los recientes
Con cada acto en el Valle de los Caídos, con cada mención, con cada voluta germanoide que quitan, con cada muerto que migra en palmatoria, con cada oficinización de su sombra, lo vuelven a consagrar como catedral fascista, que es lo que les conviene para que no vayamos a creer que puede haber fascismo en otro lado, o que de hecho lo hay. El franquismo es una cosa de fascículo que no existe ya más que en esos marquesados del braguero, en unos cuantos bobos con cabeza de huevo y en las excusas y el bestiario de la izquierda. La única manera de hacer ver que sigue ahí es exponerlo así, como una cosa que aún hay que ir desmontando o taponando allí en Cuelgamuros, donde vive el franquismo como un dragón emparedado.
De vez en cuando hay que hacer algo ahí por el Valle de los Caídos, agitar los esqueletos como flores secas, sacudir el gorrito ridículo de dormir de Franco (que seguro que dormía con gorrito ridículo), cubrir una hornacina como si se cegara un pozo, descolgar un aldabón, sacar de allí a algún cura preconciliar de cuello delgado, gafas gordas y calva como una bacía bendecida... Seguir desarmando y desactivando aquello, en fin, para que no cojan vuelo sus aguiluchos de piedra y sus cruces de hueso. Ése parece que es el peligro, que cobre vida el pollo franquista como si cobrara vida el moño de Isabel la Católica, no que aún tengamos cantores de la raza y soldados de la patria asegurando que existen mitologías y melancolías por encima de las leyes y hasta de las vidas, y apoyando, mismamente, a este Gobierno dedicado a la heráldica, al escayolismo y a la colchonería.
De vez en cuando toca exorcismo en el Valle de los Caídos, como toca pasarle la bayeta a las tumbas / comoditas de nuestros cementerios sentimentales o ideológicos, y ya toca de nuevo. Auguro, por cierto, que aún irán a museizar y champollionizar todo aquello muchas veces, se llenará de hispanistas y de esas viudas de Lorca que nunca entendieron a Lorca. Antes o después, incluso, irán a volar aquella cruz que se ha hecho ya egipcia, extraña, y se ha hecho dolorosa, como una espada en nuestras costillas. Irán una y otra vez, a decirnos que aquello es el fascismo, que los cuatro que queden en el cruce con bandera de pollo o de braguero, o calendario de santo o de método Ogino, son el fascismo. Sin duda lo fueron, pero allí ahora sólo hay una cruceta que parece más carpintera que religiosa y una covacha más espeleológica que política.
Aun vacío de nombre, de muertos y de piedra, el Valle de los Caídos seguirá siendo la catedral del fascismo, no porque peregrine ese franquismo que no llena un mesón sino porque peregrina el progresismo que tiene que exorcizar su propio totalitarismo. Hace falta algo, ese Gólgota africanista, ese panteón de monja con yelmo, algo que nos señale el fascismo como se señala un barranco o un punto cardinal, no vaya a ser que nos dé por encontrarlo en otro sitio. Hace falta algo que baste con tapiar o descolgar o demoler o vaciar para sentir que se ha vencido al fascismo como a unas humedades. Después de cambiar el nombre otra vez al valle, o a una calle de artillero, o de sacar la próxima momia en silla de ruedas, como la Dama de Baza, o en helicóptero, como el cristo obrero de Fellini, se irán a pactar con los verdaderos racistas, supremacistas, colectivistas, joseantonianos, reaccionarios, meapilas y totalitarios. Y será muy lejos de la sombra de amuleto podrido de Cuelgamuros.
El Valle de los Caídos, con su nombre egipciaco, pasará a ser simplemente Cuelgamuros, con su nombre de apeadero. El Gobierno actúa más en las palabras que en la realidad, más en la historia que en el presente, es un Gobierno dedicado a la heráldica, a la grabación de medallas y a dibujar ramones acandelabrados de árbol genealógico como vides de los abuelos. Quitarle al Valle de los Caídos esa cosa de mapa tolkiano, degradarlo llamándolo como un polígono o como una venta, a uno le parece muy bien. Lo malo es que se dediquen a condenar grutas y barrancos del pasado y se perdone a sediciosos de hoy, que se desmantele la obra de aquel fascismo meapilas que fue el franquismo y se colabore con los nacionalismos joseantonianos que aún existen. Pero el Valle de los Caídos es esa gran losa que lo tapa todo: que Rufián te mangonee, que Bildu te coma los ojos o que siga saliendo Ayuso en la tele cada día, entre Heidi y Xena.
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