Pablo Casado y Pablo Iglesias se han unido en el barbarismo, les faltan palabras para ser originales o creíbles y tienen que sacar ese cheli televisivo o ibicenco o boricua que es el inglés entreverado, que aquí queda siempre como una panceta idiomática o mental, como a Iván Redondo. “Esto no es un talent show”, dijo Casado de su partido en pleno congreso andaluz, porque en el PP ya se zurran unos a otros haciendo la ola en sus auditorios, como muñecotes de Mask Singer (otro inglés tontificado, porque debería ser Masked Singer). También Iglesias, desde su nuevo taburetito de Eugenio sin gracia, nos hablaba del lawfare, que es una manera de ponerle nombre de ataque aéreo a que las leyes y la justicia no digan lo que le conviene a él. Pero en inglés de Los Manolos los miedos y vicios no se disimulan, sino que más bien se confirman, como se confirma la ridiculez de Iván Redondo o de pronunciar “Cagolina Hegega” en francés de cagalera.
Casado ha querido ponerse serio en ese inglés de los perfumes navideños y en ese lenguaje del españolito, el de la televisión y los concursos epilépticos. Yo me he acordado de cuando Chicho Ibáñez Serrador quería ponerse serio dentro de la broma, o bromista en el cementerio (ah, nuestro Hitchcock elegantísimo y berlanguiano). Lo que pasa es que a Casado se le ve acojonado y angustiado de verdad, como si lo persiguieran realmente unas tacañonas zombis, que pueden ser Ayuso, Cayetana y hasta el soso de Moreno Bonilla. Casado ha elegido el lenguaje televisivo, el jingle, porque quiere que veamos a Ayuso como a una pequeña Pantoja de ojos desmesurados y a Cayetana como a una niña repipi con violín también desmesurado. En realidad, diciendo que el PP no es un talent show lo que proclama, por supuesto, es que el suyo es un PP sin talento.
El PP de Casado es algo así como un PP de segundos violines, si queremos retomar la polémica de aquella carta maternal que revindicaba la paz de la mediocridad y de su hija, feliz tocando blancas todo el tiempo. O un PP de concursantes de La ruleta de la suerte, que nunca llegarán a Pasapalabra ni falta que les hace para llevarse un premiecillo rellenando un refrán. A mí esto me parece muy de Rajoy, un PP de refranero y carrusel deportivo, de galeotes de empresariales y enchufe municipal en esa galera varada que es Génova. Incluso tienen a Egea, sudado de gomina, despechugado de frente como un mogol, tocando ese gran tambor aparatoso y cruel de las galeras.
Casado no quiere “solistas”, sino una charanga de cencerros; no quiere talento, sólo quiere obediencia
Casado no quiere “solistas”, sino una charanga de cencerros; no quiere talento, sólo quiere obediencia, y uno entiende que no aspira a llegar a la Moncloa, sólo a cantar Clavelitos o a salir con las Mamachicho, o no sé qué está haciendo. El talento sólo lo desprecia el envidioso o el miedoso, porque un buen jefe, incluso sin talento, lo aprovecharía. Casado parece incapaz de aprovechar a Ayuso, que es como no saber aprovechar a Marilyn, y no sabe aprovechar a Cayetana, que es como no saber aprovechar a Sheldon Cooper. Lo que a uno le extraña es que pueda aprovechar a Egea, que sólo sabe darle al bombo / zambomba. Casado se va mereciendo uno de esos rótulos lapidarios de Pantomima Full, como el que le dedicaban al aficionado al baloncesto patrio que alababa el “juego en equipo” y despreciaba a LeBron: “Prohibido ser bueno”.
Casado no quiere estrellitas de prime time, sólo hormiguitas grises del PP gris de toda la vida, con su hora del desayuno funcionarial en tartera. Iglesias, por su parte, no quiere jueces, que por lo visto le hacen lawfare, que a lo mejor es como se dice corte de mangas en Pensilvania. Resulta que aquí los tribunales no administran justicia según la ley, como en todas las democracias, sino que se dedican a hacerles putaditas a él y a los suyos, frotando sus bracitos negros con cricrí de grillo. Los jueces son de derechas y conspiran contra ellos y el pueblo, salvo cuando sus resoluciones les vienen bien, claro. Entonces, los mismos tribunales son aprovechables para un tuit o para una moción de censura. Esta gente lo que quiere es que no haya jueces, o ser ellos los jueces, o colocar algún aplausómetro en La Sexta a hacer de juez, pero sería muy descarado, así que hablan de lawfare, que suena a malo de Harry Potter.
La verdad es que la política no se judicializa ni más ni menos que la empresa o el fútbol o el periodismo, o sea en cuanto hay indicios de que alguien comete ilegalidades, y eso no merece ningún nombre de desembarco, sólo es lo evidente y lo civilizado. El poder judicial habría que despolitizarlo, ése es el mayor seguro contra la conspiranoia, pero Iglesias no dice eso. Lo que dicen él y los suyos es que la judicatura es un nido de derechones, todos de negro aguilucho, y que hay que compensar la cosa dejándolos a ellos colocar más jueces. Supongo que la ecuanimidad se conseguirá cuando todos los jueces sean de su gusto, cuando todas sus resoluciones sean de su gusto, y cuando sólo mande algún señor bigotón en un balcón. Mientras, todo será lawfare, o tongo, o zancadillas de grillo, o conspiración de Florentino.
Casado e Iglesias se han hermanado en el barbarismo, la contradicción y la desesperación, los dos atacadísimos de conspiraciones. Casado, una conspiración de señoritas con violín / metralleta, que denuncia ante un auditorio reservado sólo para él y el bombo cacerolo de Egea. Iglesias, una conspiración total, de jueces, policías, militares, medios y poderosos, que él denuncia cínicamente desde grandes conglomerados mediáticos y de poder. Casado, que no sabe qué hacer con el talento, no quiere un talent show. Iglesias, que en la democracia no puede hacer nada, sólo demolición, considera que la aplicación de la ley es lawfare, que suena a bombardero. Hay entre ellos una “afinidad magdaleniense, remota”, que decía Umbral sobre algo que ahora no recuerdo bien, puede que sobre la noche y la muerte. Quizá decirlo en el inglés de Los Manolos les resulta menos terrible o patético, pero no será menos inevitable.
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