Pilló en domingo y no era como ahora, que la inmediatez es absoluta. Al día siguiente, el lunes 25 por la mañana, mientras el sol hacía brillar los tejados del Madrid de otoño, pulsé Play en el CD del estudio acristalado de la radio. Sonó en antena, claro, Show must go on (El show debe continuar)
La voz de Freddie Mercury, como el mito recién nacido que era, hizo su trabajo: llenar el silencio de su propia ausencia con una potente voz de cuatro octavas completas. Lo curioso es que cuando dije en redacción “voy a empezar con lo de Mercury”, más de uno pensaba que se trataba del reconocimiento oficial de su enfermedad. Porque fueron escasas horas las que pasaron entre ambas noticias en las terminales de las agencias.
Estamos hablando de un 1991 en el que la industria del espectáculo era todopoderosa, los jóvenes empezaban masivamente a tener ordenador personal y en España las televisiones privadas abrían las puertas a la música. Por ubicarnos.
Por la tarde, durante la grabación de mi programa del extinto Canal Plus, ya pudimos dar más detalles. Hacía algún tiempo que había abandonado toda medicación salvo la paliativa, y junto a él en todo momento estuvo Jim, su pareja.
Justo hoy se han cumplido treinta años desde aquel 24 de noviembre. En este tiempo, el mito se ha hecho grande y una película de enorme éxito hace inútil explicar detalles de su vida, porque ya pertenecen al respetable, como sus canciones. La que fue su banda sigue girando con otro cantante, habrá pronto un documental y otro disco recopilatorio de grandes éxitos de Queen. Sigue sin haber vacuna para el SIDA, aunque se ha llegado a avanzar enormemente en el control de la enfermedad, y la música ahora se alquila, no se suele comprar. Pero he vuelto a buscar el vinilo de su disco hecho en el cielo (textual) Made in heaven. El resto de la banda y su discográfica tardaron 4 años en terminar de rescatar el material que dejó en forma de tomas vocales, de piano, e imágenes del más grande para poder terminar su disco póstumo.
Me eleva escuchar de ese álbum, como si acabara de salir, la maravillosa y misteriosa extravagancia de su último corte, el 13 para más INRI. Pero mejor exporto yo en estas líneas la sensación de revivir ese tema con mensaje que llegó al número uno, ya en 1996, para recordar su figura: Too Much Love Will Kill You (Demasiado amor te matará)
Freddie Mercury: The Final Act es el nombre del documental de la BBC que se estrenará esta semana y centra la atención en su final como persona y el nacimiento del mito, incluyendo el concierto homenaje que unió a los más grandes y recaudó millones para luchar contra el SIDA. Escucharemos a personas que dieron positivo en la prueba del VIH y a quienes perdieron a sus seres queridos entonces.
Sustraerse a la admiración de cómo un ser de una enorme personalidad que llenaba estadios quiso enfrentarse al final de sus días, es imposible. Se hace necesario comprender ese melodramatismo que aprendió para poder encajar los bofetones de la vida. Los tuvo desde la incomprensión de los demás niños en sus años tiernos, hasta el “ya te llamaremos” de las audiciones por aquella extraña boca a la que le sobraban dientes - 4, para ser exactos - y de la que salían preciosas notas musicales. Esta cualidad sería inaudible para alguien superficial, pero no para May y Taylor, que le ficharon para ser una parte importante de la Historia de la Música del siglo XX. Treinta años después, lo es todavía más.
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