Ayuso y Casado se reencontraron por fin en la presentación del libro de Rajoy, bajo la paz artificial y orientaloide de las palmeras de interior y de las lámparas de araña del Casino de Madrid, que son como sauces de cabello de ángel o de champán helado. El suyo pareció un saludo en el vagón comedor del Orient Express, con una distancia de carritos, sombrereras y sospechas, y la nieve queriendo congelar desde fuera las soperas y los bigotes. Ese frío que hiela grandes duquesas, solistas lánguidas de violín y abrecartas asesinos, eso es lo que había entre ellos. Rajoy había reunido a Ayuso y a Casado como un capitán de barco, ahí con su libro de capitán como para casarlos, pero nadie quería casarse, estaban todos como en el lento ascensor del trasatlántico, con conversaciones de ascensor y música de ascensor, deseando salir de allí antes de que se les cayera encima una lámpara como un alud o como una torre de champán.
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