Los leones del Congreso, que son como las patas de león de la mesa de mapas que forma el Palacio de las Cortes en Madrid, parecían hacerle la cobra a Sánchez. Los leones de Ponzano, que a veces parecen los únicos que oyen allí, que hasta resuenan de todo lo que han oído, como caracolas, habían escuchado decir al presidente que la Constitución había que cumplirla “de pe a pa”, y eso es capaz de hacer revivir hasta el bronce. El presidente de los estados de alarma inconstitucionales, de la cogobernanza inconstitucional, del cierre del Congreso inconstitucional, de los socios que hablan de Régimen Corrupto del 78 y de presos políticos y de derechos no de los ciudadanos sino de la raza y de la orogenia; nuestro presidente, en fin, vestido como de maestro de primera cartilla, se permitía precisamente leernos la cartilla con la Constitución. Y yo juraría que los leones giraron un poco más la cabeza, con ruido de aldabón o de ajedrez gigante o de gárgola viviente, para estar más vigilantes o más protegidos.
La Constitución pasaba el frío de las banderas y las banderas pasaban el frío de los abetos en la Carrera de San Jerónimo, donde habían hecho de nuevo con la fachada del Congreso un altar druida para discursos aromáticos. El Gobierno formado en las escalinatas seguía pareciendo un equipo ruso de gimnasia o de burócratas de escalafón, mientras las palabras contradecían los hechos y hasta la memoria. En realidad pocos quieren esa Constitución de pe a pa, sino que cada uno toma lo que más le conviene y rechaza lo demás, es ya como la Biblia o la historia, troceada por las sectas. Hasta Pablo Iglesias, que niega el imperio de la ley, la enarbolaba como un ayatola, reducida a un par de mandamientos como cimitarras llameantes. Y Sánchez puede haber cumplido un año enteramente inconstitucional y ahí estaba, hablando de la Constitución como en España se habla del Quijote, sin saber y sin gustarle.
La Constitución es su “hoja de ruta” pero en Cataluña no se cumplen las sentencias judiciales y hay discriminación y acoso ideológicos
La Constitución es la “hoja de ruta” del Gobierno, había proclamado Sánchez antes. Más que hoja de ruta uno diría que es un libro decorativo, como esos tomitos cosidos en oro, igual que capas de mosquetero, que están huecos o sólo guardan botellitas de licor. La Constitución es su “hoja de ruta” pero en Cataluña no se cumplen las sentencias judiciales y hay discriminación y acoso ideológicos. Claro que esto no importa, porque la Constitución para Sánchez no es el marco de civilidad y democracia, sino que sólo funciona como cuerno de la abundancia, como cajita mágica próvida: “Es la educación pública, la pensión digna, es la salud de todos”, ha dicho también en sus discursos levemente constitucionales de estos días. También usa ese truco Podemos, que sigue creyendo que el Estado debe regalarnos una casa a todos y que la Constitución básicamente es un cajón con pan y con nuestra lista de peticiones a Mr. Marshall. La verdad es que educación, pensión y salud te las pueden dar en Cuba o te las podía dar Franco. La Constitución es otra cosa, debe ser otra cosa.
Son 43 años, años de pureta ya, y todavía la gente no sabe qué es ni para qué sirve la Constitución, que se celebra como unas fallas de académicos, con ese falso cervantismo ignorante con el que se celebra aquí todo, o como una fiesta del potaje de la olla pública. La Constitución no te arregla los problemas, no hace política, no te da una mula y cuarenta acres, sólo detalla el marco común de convivencia y derechos democráticos que luego hará posible la política, las políticas en realidad, que puede haber muchas, afortunadamente. Son 43 años y quieren reformarla sin haber entendido aún para qué sirve y cuáles son sus limitaciones. Para algunos es la Biblia, para otros un libro de conjuros, para otros un cuento de princesas, para otros el mal puro y para otros, simplemente, el taco que les sostiene la mesa presidencial con sus patas de león.
Se desplegaba en Colón una bandera como un gran foque mojado, se buscaba luego el eco mágico de la piedra en la Puerta de los Leones, que parece la entrada a una pirámide, y la Constitución en realidad se perdía entre los fruncidos y los fustes como una novia a la fuga. Sánchez se metía la Constitución en el abrigo como una carterita; Vox la exhibía como otra cacerola de cacerolos (ellos, que tienen una concepción identitaria de la nación, son en realidad tan poco constitucionalistas como ERC, lo que ocurre es que, de momento, sí se someten a las leyes); y Podemos se quedaba con una esquinita pellizcada para pedir casa gratis, jueces de los suyos, y que el Rey se convierta en un ciudadano igual que los otros, cuando esa igualdad no existe entre los catalanes, sin ir más lejos. Ni siquiera Batet, especie de institutriz institucional, pudo evitar feas contradicciones en su discurso. ¿Qué es eso de que se judicializa la política? En un Estado de derecho, lo único que se judicializa es la ilegalidad, sea alrededor de la política o de la ferralla. Los que no estuvieron (los de siempre) no es que no quieran la Constitución, es que no quieren la democracia, llevan toda la vida queriendo sustituirla por el gobierno de árboles mágicos o repugnantes ancianos de uñas largas.
A la Constitución le hicieron, otra vez, una ceremonia como de entierro, al relente, entre sarcófagos de nubes y ángeles de piedra, con el frío de los adioses y de la hipocresía. Hasta estaban por allí, otra vez juntos y separados, como sepulcros vecinos, Casado y Ayuso, que ya llegan a los sitios como llega el viento helado a una telaraña. La Constitución parecía de entierro y encima el constitucionalismo se divide y se malogra por culpa de un líder apocado y de un mindundi con pinta de banderillero cursi. Sí, parecía un entierro, no sólo por todo esto, sino porque la Constitución nunca estuvo tan atacada. Sánchez y sus socios han asaltado o intentado asaltar todas las instituciones, han hecho desaparecer la ley de territorios enteros, quieren trocear la soberanía popular en múltiples morriñas de aldea y niegan los fundamentos del Estado de derecho desde el mismísimo tabernáculo del Gobierno. Pero ahí estaba Sánchez, diciendo que hay que cumplir la Constitución de “pe a pa”, con bufanda y canción de Teresa Rabal. Fue cuando yo juraría que crujieron los leones, entre cañonera cívica y esfinges heladas, al girarse un poco más por prevención o por vergüenza.
Los leones del Congreso, que son como las patas de león de la mesa de mapas que forma el Palacio de las Cortes en Madrid, parecían hacerle la cobra a Sánchez. Los leones de Ponzano, que a veces parecen los únicos que oyen allí, que hasta resuenan de todo lo que han oído, como caracolas, habían escuchado decir al presidente que la Constitución había que cumplirla “de pe a pa”, y eso es capaz de hacer revivir hasta el bronce. El presidente de los estados de alarma inconstitucionales, de la cogobernanza inconstitucional, del cierre del Congreso inconstitucional, de los socios que hablan de Régimen Corrupto del 78 y de presos políticos y de derechos no de los ciudadanos sino de la raza y de la orogenia; nuestro presidente, en fin, vestido como de maestro de primera cartilla, se permitía precisamente leernos la cartilla con la Constitución. Y yo juraría que los leones giraron un poco más la cabeza, con ruido de aldabón o de ajedrez gigante o de gárgola viviente, para estar más vigilantes o más protegidos.
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