El Rey emérito se ha defendido ante los tribunales británicos, en una especie de choque mitológico de pelucas, con el argumento de que es rey, como si fuera Mel Brooks. El caso es que aún es un argumento legal, en la Gran Bretaña imperial, con su reina de mesa camilla, orbe y gramófono, y quizá también en España, con sus reyes rijosillos, rosados, con nardo de lis y gallinita ciega con molineras, que son inviolables y campechanos. Corinna se ha querellado contra don Juan Carlos, pero él es ininvestigable, inescrutable, inmarcesible, inabarcable y todo eso. En un momento en el que el Rey Felipe VI es, por esas ironías de la historia, casi el único que defiende aquí la República, o sea el espacio público y de derecho frente a los espacios identitarios de clase, ideología o raza, Juan Carlos es todavía el rey rococó, con mano bajo el miriñaque, gotoso de oro y vicio, que estropea la idea de una monarquía civilizada.
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