La reciente aparición de la variante ómicron del Covid-19 era algo previsible y esperado. Mientras existan en el mundo millones de personas sin vacunar, el virus tiene una capacidad enorme de mutar en múltiples variantes, y alguna de ellas podría escapar al efecto de las vacunas actuales.
Por ello, perdonen mi ingenuidad: pensé que ómicron daría por fin un vuelco a nuestras agendas y colocaría como prioridad la vacunación global. Nada de esto ha sucedido. Ha habido unas apresuradas reacciones basadas en el cierre de fronteras, aislando al país que compartió de forma transparente el descubrimiento de la variante. Eso no significa que Sudáfrica sea el país de origen, sino que, gracias a su sistema avanzado de secuenciación genética, ha sido capaz de detectar la variante.
Frente a viejos estereotipos sobre el continente, África austral no sólo tiene esos sistemas avanzados, sino que también desarrolla tratamientos y vacunas como la de la malaria, enfermedad que sólo en 2020 mató a 627.000 personas. Un verdadero hito con escasa repercusión, por desgracia.
Todo el debate a nivel europeo se centra en la necesidad de una tercera dosis, en adoptar de nuevo medidas restrictivas y en la obligatoriedad de la vacunación y el certificado covid-19. Y, sin embargo, el 96% de la población de los países de bajos ingresos está sin pauta de vacunación completa. Lo digo de otra manera: solo el 3,8% la tiene. En el continente africano, el porcentaje de personas con la pauta completa es tan sólo de un 7%.
No saldremos de una pandemia sin una campaña de vacunación global y eficaz, y eso exige un ejercicio colectivo de honestidad para reconocer que hemos fallado en la respuesta sanitaria mundial
"Vacunar al mundo" se ha quedado en un lema vacío, como otros repetidos hasta la extenuación: "saldremos mejores" o "no dejaremos a nadie atrás". El hecho de que nadie estará a salvo hasta que todos lo estemos no es sólo un lema. Es una realidad que nos apela y golpea. No saldremos de una pandemia sin una campaña de vacunación global y eficaz, y eso exige un ejercicio colectivo de honestidad para reconocer que hemos fallado en la respuesta sanitaria mundial.
Qué lejos quedan los debates sobre la necesidad de un protocolo global de vacunación basado en dar prioridad a las personas vulnerables, las de mayor edad, inmunodeprimidas y con patologías previas. No tan lejos están las promesas de COVAX, que se había comprometido a principios de año a distribuir 2.000 millones de dosis en 2021, lo que rebajó a 1.400 millones en septiembre. A 6 de diciembre, tan sólo se han entregado 610 millones de dosis. Mientras, los países del G20 han recibido 25 veces más dosis que los países de renta media-baja.
Podemos no hablar de estos datos, pero son la realidad que marcará el ritmo y la salida de la pandemia. Mientras que este virus circule libremente y exista un reservorio vírico mundial del 96%, la salud de todos estará comprometida.
Por lo tanto, sería esperable que los que inundan calles y redes manifestándose por las vacunas de la Covid-19 fueran aquellos que, en el Sur Global, quieren vacunas y no las tienen. Aquellos a quienes se hizo promesas que no se han cumplido, aquellos con quienes la desigualdad global se hace, una vez más, evidente.
Sin embargo, en las calles europeas se suceden otro tipo de manifestaciones.
En Europa, al ritmo que se expande ómicron, también lo hace otra peligrosa variante que seguro que hace muy feliz al virus: la de los antivacunas, que se caracterizan por desacreditar la ciencia, banalizar el conocimiento y restar credibilidad a los expertos. Incansables con sus críticas e impulsados por la desconfianza, no proponen soluciones; se guían por una dinámica muy parecida a la de los populismos. Algo muy peligroso en una crisis de salud en la que el discurso anticientífico pone en peligro la convivencia y el bienestar mundial.
La supuesta libertad que reclaman para ellos pone en peligro el derecho a la salud de todos e impide el ejercicio de una libertad individual comprometida con la sociedad
Estos pretendidos héroes de la disidencia defienden su pobre concepto de libertad extrema basados en una interpretación negativa de la libertad entendida como no interferencia. Estos libertarios actúan como reservorios del virus, es decir, como "población de seres vivos que aloja de forma crónica el germen de una enfermedad que puede propagarse como epidemia", en definición de la RAE. La supuesta libertad que reclaman para ellos pone en peligro el derecho a la salud de todos e impide el ejercicio de una libertad individual comprometida con la sociedad.
Este es uno de los motivos principales de la divergencia en el avance de la vacunación en la UE, que alcanza el 81,9% en Portugal o el 74,2% en España, mientras sigue estancada en un 39% en Rumanía o en un 26,1% en Bulgaria.
Las vacunas nos permiten convivir. Y los gobiernos son los responsables de garantizar esa convivencia. Nuestra gran prioridad debe ser vacunar a los no vacunados, en el mundo y en Europa. Combatir la nueva variante con sentido común y pedagogía para tener sociedades críticas, pero informadas, más impermeables a los mecanismos simplistas del populismo.
En este sentido, sería muy útil publicar datos de incidencia, mortalidad y hospitalización, según el estado de vacunación, el tipo de vacunas y el número de dosis. Tener información desagregada sobre la situación epidemiológica y sanitaria ayudará, sin duda, a orientar mejor la toma de decisiones, pero también a combatir a los negacionistas.
No lo lograremos solo con vacunas; seguiremos necesitando un abanico de medidas que son responsabilidad colectiva, porque convivimos en sociedad. Creo que no es posible establecer nuevas restricciones para todos, sino para aquellos que han decidido, pudiendo hacerlo, no vacunarse.
Paralelamente, los gobiernos tienen que facilitar la transferencia de tecnología y el acceso y despliegue de vacunas, y actuar además para cortar las cadenas de contagio, y proteger el derecho a la salud global, garantizando que la vacuna es verdaderamente un bien público global.
La mejor respuesta ante esta variante será aquella que esté respaldada por la ciencia y por acciones claras para que las vacunas lleguen rápido y de forma segura a todos los ciudadanos del mundo.
Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento europeo en la delegación de Ciudadanos
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