El papel que está jugando últimamente Iván Redondo, el en otro tiempo todopoderoso número dos del presidente del Gobierno, se está acercando peligrosamente al ridículo y le está dejando en una posición casi patética.

Sus denodados intentos de hacer encajar una versión de su salida del Gobierno que deja en sus manos la decisión de abandonar libremente el puesto le ha llevado a cometer una sucesión de errores de bulto que le han dejado con las vergüenzas al aire ante el respetable público que lleva meses contemplando su actuación en pista.

Primero fue esa incalificable entrevista con Jordi Évole en la que surfeó sobre un puñado de frases huecas apoyadas por el "golpe de efecto", por llamarlo de una manera compasiva, de aquellas inolvidables dos piezas de ajedrez que se había traído en el bolsillo para rematar no sé qué reflexión pretendidamente profunda que se quedó finalmente en nada porque el peón y la dama acabaron comiéndose la escena entera.

Redondo ha seguido haciendo movimientos, cada vez más equivocados, que le están hundiendo poco a poco en el descrédito

Aquella entrevista fue un fracaso para lo que Redondo buscaba, que era dejar sentado que había sido él quien había abandonado por decisión propia su puesto al lado del presidente del Gobierno y también mostrarse como un brillante y agudísimo asesor capaz de llevar al éxito a cualquiera que quisiera contratar sus servicios.

Nada de eso le salió bien y desde entonces ha seguido haciendo movimientos, cada vez más equivocados, que le están hundiendo poco a poco en el descrédito como estratega de sí mismo y como colaborador de no fiar porque cuando sale de un puesto busca vengarse de quien le ha señalado la puerta de salida.

Uno de sus penúltimos episodios ha sido desmontado hace muy poco días en este periódico por Casimiro García-Abadillo, que ha contado la versión auténtica de la cena que el propio Redondo celebró el día 6 de julio con dos profesionales de la comunicación próximos al PSOE.

Al desvelar que esa cena se produjo Iván Redondo pretendía demostrar con datos precisos sobre un hecho que efectivamente había tenido lugar -la cena- que su versión de la salida del Gobierno era la cierta. Pero, asombrosamente, cometió un error de principiante o, en su defecto, de persona cegada por el afán de venganza o de supervivencia. Magna ineptitud.

Preguntado por uno de los otros dos comensales de ese encuentro por el motivo por el que había decidido desvelar esa cita, que era privada y con pretensiones de discreción, no se le ocurre otra cosa al nuevo Mago Merlín de la comunicación política que desvelar por escrito en un SMS la estrategia que había decidido seguir. Conviene repetir la literalidad de su mensaje:

"«La verdad mediática está en los detalles. Sacar una cena concreta, en un lugar concreto, es mi jugada para dar credibilidad a mi relato. Con eso basta. ¡Jaque mate!».

Jaque mate, en efecto, pero es a sí mismo a quien se lo ejecuta. Con esta confesión acaba de matar su propia "jugada para dar credibilidad" a un relato del que busca lograr eso, el "jaque mate" frente a la versión del entorno de La Moncloa según la cual el señor Redondo abandonó su puesto ofendido y despechado porque Pedro Sánchez no aceptó lo que él pretendía: ser nombrado ministro de Presidencia conservando además todos los cargos y responsabilidades que ya asumía como jefe de gabinete del presidente del Gobierno.

Con esa confesión desvela su maniobra para hacer con valer con una jugada estratégica la versión que a él le interesa que prevalezca aunque él mismo hace evidente que no es la verdadera. Conclusión: la verdad es que a Redondo le acaba echando Pedro Sánchez porque pretende ser nombrado lo que el presidente del Gobierno no le puede de ninguna manera nombrar para no desequilibrar el sentido político de la crisis abierta.

Torpes, muy torpes han sido sus movimientos respecto a la relación con Pedro Sánchez. Pero no menos torpes está siendo su afán por entronizar a Yolanda Díaz como posible presidenta del Gobierno, algo que repite una y otra vez basándose en la buena opinión que la mayoría de los ciudadanos encuestados tienen de la actual vicepresidenta y ministra de Trabajo.

Yolanda Díaz está apenas iniciando un movimiento cuyo objetivo último todavía no está claro, como tampoco lo están las futuras fuerzas con las que va a contar en una iniciativa que también carece por el momento de perfiles propios y hasta de nombre. Parece, pues, francamente prematuro lanzarse a la carrera de anunciar nada menos que la llegada de la señora Díaz a la presidencia del Gobierno de España. A menos...

A menos que esta insistente afirmación de Redondo sea lo que parece cada vez más y lo que perciben también los propios colaboradores de la señora Díaz: o es un intento de ser contratado por ella para que la lleve en volandas por la senda de la gloria electoral, o es una derivada del intento de venganza contra Pedro Sánchez, de quien asegura ahora que "es el pasado", por haber prescindido limpiamente de él.

De otro modo no se explica su insistencia carente de otra base más sólida que la de la buena opinión general de la que la ministra de Trabajo disfruta por el momento. Pero resulta que tampoco a ella ni a su entorno les hace la menor gracia que Redondo se haya convertido en su principal promotor sin que al parecer nadie se lo haya pedido. Prefieren mantenerlo lejos, según explican.

Yolanda Díaz tiene un proyecto político personal de amplísimo espectro, a lo que parece, dado que ya ha explicado que un lugar a la izquierda del PSOE, aunque incluyera al propio PSOE, le parece un lugar muy "pequeñito". Ella aspira a más, no sabemos aún a qué ni el papel que ella se ha adjudicado a sí misma en lo que parece ser más un movimiento que un partido político.

Desde ese punto de vista tendría sentido que se haya lanzado a visitar nada menos que al Papa Francisco, un jesuita argentino al que estos contactos con una dirigente del Partido Comunista le parecerán sin duda muy estimulantes.

Por sus declaraciones y por sus movimientos da toda la impresión de que Yolanda Díaz se siente llamada a muy altas empresas, mucho más altas que el simple y modesto liderazgo de un partido político. De otro modo no se entendería el desdén con que se ha referido a la mísera, raquítica, "esquinita" de la izquierda.

De entrada, con el Papa se dispone a hablar de los grandes problemas que padece hoy la humanidad, de los "retos comunes". Y de ahí para arriba, no vayamos a quedarnos cortos.

Lamentablemente para él, quizá no para ella, no parece que Iván Redondo vaya a tener sitio en el proyectado y aún desconocido itinerario de la señora Díaz. Tendrá que buscarse otro cliente.

El papel que está jugando últimamente Iván Redondo, el en otro tiempo todopoderoso número dos del presidente del Gobierno, se está acercando peligrosamente al ridículo y le está dejando en una posición casi patética.

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