La RAE ha presentado las nuevas incorporaciones de su diccionario, que uno imagina que se deciden en una especie de Juicio Final de Doré con Reverte haciendo de arcángel con espada o abrecartas. Las ha presentado Paz Battaner con un poco de susto, como si una dama victoriana presentara una bombilla. Battaner hasta se atrancó con “geolocalización” y parecía esos abuelos que se atrancan con Alexa. En realidad la RAE llega siempre tarde a las palabras, como si las trajera un correo del zar, y todas, hasta las más nuevas, le suenan a gramófono y a susto de primer gramófono. Cachopo, pifostio o poliamor sonaban igual, a académico dándoselas de cheli, porque no hay manera de que un académico quede académico trayendo palabras de la calle como si trajera a una florista. A veces, incluso, las palabras llegan ya pasadas de moda, o llegan ellos pasados de modernos y se les queda un bluyín ahí, como un tatuaje vergonzante de una noche loca de académico.
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