Pocos son los años en los que recuerdo mayor expectación por el contenido del mensaje navideño del jefe del Estado. Durante décadas se han tendido a considerar estas alocuciones como algo puramente protocolario y sin un mayor conceptual que el de reforzar el andamiaje institucional del Estado y las claves de arco que lo sustentan. Discursos de apenas diez minutos que eran consumidos entre vagas referencias a los problemas más acuciantes que en cada momento tuviera planteados la nación, España en el caso que nos ocupa, con esbozos también muy genéricos, dado el mero papel representativo que nuestra Carta Magna otorga al Rey, y poco más. Pero en esta ocasión, al igual que ocurriera en 2020, en pleno azote de la pandemia, o en 2017, con los gravísimos sucesos de Cataluña aún frescos, las cosas también eran diferentes.
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