Los balances que para cerrar el año suele hacer los responsables políticos, ya sea desde el Gobierno de la nación o sea desde los gobiernos autonómicos, son inexorablemente un resumen de lo mucho conseguido, de la abundante legislación siempre aprobada “en aras del interés general” y, si hay que pararse a mencionar algún problema que, por evidente y generalizado, no puede ser ignorado, se apela indefectiblemente a lo que se ha mejorado en su solución y en los esfuerzos que el equipo de gobierno está haciendo para solventarlo.
Y también se incluye siempre un puñado de puyas y de reproches a la oposición por no colaborar lealmente a la superación de los problemas que padece el país o la comunidad autónoma.
Esto es así año tras año, dirigente tras dirigente, y por esa misma razón tienen un interés muy relativo las declaraciones que en este contexto hacen nuestros políticos. Ha sido el caso de la efectuada esta mañana por el presidente del Gobierno, que se presentaba además ante los periodistas y ante el país eufórico, aunque contenido, con dos importantes triunfos en la mano.
Uno, la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado y la recepción de la primera remesa de los fondos europeos. Y dos, el acuerdo sobre la reforma laboral firmado el jueves pasado entre los representantes del Gobierno, la patronal y los sindicatos, acuerdo que fue aprobado por decreto en el último consejo de ministros del año y que luego deberá ser convalidado, o no, por las Cortes.
Y ahí está el escollo para el presidente del Gobierno porque sus socios de legislatura no parecen dispuestos a dar el visto bueno a una reforma que es, para todo el que tenga ojos en la cara, una mera manicura hecha a la reforma laboral de Fátima Báñez aprobada en 2012 bajo el gobierno de Mariano Rajoy.
Yolanda Díaz soñaba con utilizar la derogación de la reforma laboral como trampolín para su proyecto político en ciernes. No va a poder ser. Tendrá que buscar otra cosa
Pedro Sánchez, Yolanda Díaz e incluso Adriana Lastra se habían comprometido una y otra vez -por escrito lo dejó dicho la señora Lastra ante sus socios de Bildu- a “derogar íntegramente” la reforma laboral de Rajoy. La ministra de Trabajo lo dijo alto y claro el pasado octubre durante el congreso de Comisiones Obreras: “Vamos a derogar la reforma laboral, a pesar de todas las resistencias. A pesar de todas aquellas personas que, estén donde estén, jamás han tenido la intención de alterar el modelo laboral de precariedad que ha impuesto la derecha en nuestro país”.
Bueno, pues la tan anunciada derogación no se ha producido en absoluto pero no era ése el punto en el que el presidente del Gobierno estuviera el miércoles por la mañana interesado en detenerse.
Sí quiso apelar a sus socios parlamentarios argumentando lo fuera del “sentido común” -una expresión que repitió una y otra vez durante su intervención- que resultaría que un acuerdo alcanzado entre todos los agentes sociales no fuera respaldado por el Parlamento.
Y en ese sentido extendió la contradicción hasta el Partido Popular, que efectivamente tenía la posibilidad de abstenerse dándole así un golpe irreparable a quienes han venido sosteniendo que la reforma laboral de 2012 era un ataque inadmisible a los intereses de los trabajadores.
Con su abstención hubiera enviado un mensaje diáfano: “Esta es nuestra reforma laboral, que no os habéis atrevido a derogar porque es buena, mejor que lo que os proponíais aprobar y por eso os la habéis tenido que tragar casi en su integridad”.
El mensaje era contundente pero tenía una vuelta -en boca de su principal adversario político- peligrosa para los intereses electorales de los de Pablo Casado : “Hasta el Partido Popular se ve obligado a aceptar que los cambios introducidos en su reforma eran necesarios y convenientes. Por lo tanto, nos dan la razón en un aspecto crucial de nuestra estrategia”.
Con estos cálculos de tipo exclusivamente electoral, el PP va a votar en contra pero sabiendo que “su” reforma ha quedado prácticamente intacta a pesar de tanto anuncio derogatorio y de tantas y tan radicales descalificaciones.
La principal perjudicada por el resultado de la negociaciones ha sido, aunque ella procurará que sus seguidores crean lo contrario, la propia Yolanda Díaz, que soñaba con utilizar este éxito -la derogación definitiva- como trampolín para dar un salto importante en su proyecto político en ciernes. No va a poder ser. Tendrá que buscar otra cosa.
No quiso Pedro Sánchez hacer foco en Yolanda Díaz para elogiar específicamente su trabajo y decidió diluir su persona y su cargo entre el equipo gubernamental. “Todos somos ministros del Gobierno de España, éste es un órgano colegiado”.
A eso se le llamaba antes no hacerse cargo de las responsabilidades propias. Y ahora se llama “cogobernanza”
El presidente del Gobierno habló, claro está, de la pandemia y de la situación en la que el país se encuentra hoy, con los contagios multiplicándose como nunca hasta ahora y con la incertidumbre y el creciente desconcierto de la población. Pero no era eso lo que él quería subrayar sino que “ahora estamos mejor que el año pasado” porque, gracias a las vacunas, el ingreso en los hospitales se está conteniendo por el momento y las UCIs no están colapsadas.
Pedro Sánchez se felicitó del éxito de lo que él ha llamado “cogobernanza” y que consiste básicamente en que el Gobierno se limita a convocar a los presidentes autonómicos o a los consejeros de Sanidad de las comunidades pero no asume ninguna medida de aplicación general. A eso se le llamaba antes no hacerse cargo de las propias responsabilidades. Ahora se llama “cogobernanza”.
Naturalmente, preguntado por la famosa y nunca nacida ley de Pandemias, se limitó a celebrar con gran sonrisa el buen funcionamiento de las cosas tal y como están y pasó a recordarnos lo importante para él: que este año estamos mejor que el anterior y que saldremos de ésta.
De la anunciada y nunca hasta el momento abordada ley de la Corona no quiso hacer el menor comentario. Y, eso sí, dijo que agotaría la legislatura, una afirmación que siempre sale gratis aunque después se incumpla.
Pero lo que quedó más claro es que el presidente del Gobierno está plenamente satisfecho y orgulloso de todos los logros conseguidos por su Ejecutivo en apenas dos años, la mitad de su mandato. Lo previsto.
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