Aquí estamos, con la servilleta de esmoquin, con la braga roja, con la copa nevada, con el rímel dorado de alguna Nefertiti de Preciados, con un carillón de anillos, con un reloj de castillo, con un calcetín de gala, con una alegría triste de fiesta mojada, dispuestos a felicitar el año por no ser sieso o gafe. Los políticos ya se felicitan ellos solos, Pedro Sánchez hasta se manda a sí mismo postalitas musicales y muffins de una sola vela igual que en unas Navidades solitarias de Mr. Bean, así que felicitémonos los demás, pero de una manera desangelada, para no parecer tontos o estafadores. Aquí estamos, con la casa como un jardín robado por las ardillas, con la calle como un lago cercado, con la fuente de pescado que la inflación ha convertido en una barcaza de Cleopatra. Y con el bicho, ya doméstico, gorrón familiar, chinche castiza de cuando todo tenía una chinche, circo de pulgas de las pensiones, los soldados y las damas. Pero no me sean siesos o gafes y saquen esas uvas con galas flamencas de aceitunas.
Aquí estamos, que se va otro año y el calendario deshojado hace él solo los poemas, como los hace el otoño. Habrá que decir feliz año, feliz 2022, con petardos en el pelo, con almirantazgo falso de manteles, con un test de antígenos al baño maría, con esa cosa de vichisuá asquerosa que tienen los test. El 2020 lo felicitábamos ignorantes, el 2021 lo felicitábamos esperanzados, y el 2022 lo felicitamos más hartos que resabiados, pero lo felicitamos también. No seamos siesos ni gafes, que al fin y al cabo aquí estamos los que quedamos, manejando la Nochevieja, la gomina, el hisopo o la resignación como un cuchillito de untar paté. Aquí estamos, el bicho se acaba siquiera porque no le hacemos caso, las vacunas y la farmacología ya lo han dado todo y ahora habrá que pasar el nuevo catarro del siglo, orlado de muerte aunque sin tanta muerte. Los contagios están de fiesta, ómicron tiene nombre de discoteca y los muertos se han quedado en asteriscos, como precios sin IVA. Pero no me sean siesos y felicítense.
¡Feliz año 2022! Díganlo sin amargura, no me sean siesos, pero tampoco lo digan como Pedro Sánchez, que cree que el bicho lo ha llevado en crucero a un mundo mejor"
Aquí estamos, despidiendo otro año que no ha sido como se esperaba, o sea como todos, menuda novedad. Todos los años los despedimos y los felicitamos igual, con su gala de primos lejanos de Manolo Escobar, su pavo mojado en champán como un gato mojado en la bañera, su Anne Igartiburu vestida como para una ópera de amas de casa, su Cristina Pedroche haciendo ilusionismo de la teta, su protocolo de las campanadas explicado detalladamente como el protocolo para la reanimación cardiopulmonar tras un engollipamiento de hollejo... Llega el fin de año y se nos olvidan las crisis, se nos olvida el Gobierno (en Nochevieja, el Gobierno siempre es un Gobierno de Tip y Coll), se nos olvidan hasta los muertos y todo es recordar aquella canción de Los Amaya en los Cachitos de La 2 y brindar con un anillo dentro de la copa como dentro de los ojos que lo miran. O sea, que felicítense, qué trabajo les cuesta.
Feliz año 2022, díganlo sin amargura, no me sean siesos, pero tampoco lo digan como Pedro Sánchez, que cree que el bicho lo ha llevado en crucero a un mundo mejor. Aquí estamos, con una estrella de hielo en el vaso, con el piano cargado de azúcar e hilo como aquel piano de Supertramp estaba cargado de nieve, con la mesa como una catedral medio vacía, con la televisión lejana y brillante, como metida en el acuario de ella misma. Aquí estamos, al final de una Navidad como prerrafaelita, antigua, aparrada, pagana, ensimismada, extrañamente sensual. Hacemos lo de siempre, hemos hecho lo de siempre en estas fechas incluso durante el fin del mundo, como los aristócratas que no saben sino hacer lo de siempre en su castillo. El bicho, la inflación, Sánchez, Casado, Ayuso, Yolanda Díaz, durarán lo que tengan que durar, pasará lo que tenga que pasar, como siempre, mientras nosotros atendemos al reloj como a un eclipse de luna.
Aquí estamos, otro año, con zapatitos de Cenicienta, con comida de ratoncitos golosos, con mangas de mago o de dama con rueca, con velas salomónicas, con cañonazos de celofán, con el reloj de tinta china que convierte la casa por unas horas en el Orient Express. Aquí estamos, después de todo, tocando cristal como un arpa, desatando lazos y dando besos de esquimal con los ojos, odiando la música horrible e inevitable como los políticos. Aquí estamos, agitando ese test como un martini, esperándolo todo cada vez, como los ingenuos o los seductores. Feliz año, no me sean siesos ni gafes.
Aquí estamos, con la servilleta de esmoquin, con la braga roja, con la copa nevada, con el rímel dorado de alguna Nefertiti de Preciados, con un carillón de anillos, con un reloj de castillo, con un calcetín de gala, con una alegría triste de fiesta mojada, dispuestos a felicitar el año por no ser sieso o gafe. Los políticos ya se felicitan ellos solos, Pedro Sánchez hasta se manda a sí mismo postalitas musicales y muffins de una sola vela igual que en unas Navidades solitarias de Mr. Bean, así que felicitémonos los demás, pero de una manera desangelada, para no parecer tontos o estafadores. Aquí estamos, con la casa como un jardín robado por las ardillas, con la calle como un lago cercado, con la fuente de pescado que la inflación ha convertido en una barcaza de Cleopatra. Y con el bicho, ya doméstico, gorrón familiar, chinche castiza de cuando todo tenía una chinche, circo de pulgas de las pensiones, los soldados y las damas. Pero no me sean siesos o gafes y saquen esas uvas con galas flamencas de aceitunas.
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