Todos los propósitos del año del españolito se resumen en uno: ganar las encuestas, salir siquiera en las encuestas. A lo mejor hay algún raro preocupado por la inflación, por la economía, por el ómicron con su nombre de utilitario feo, de primo del Twingo, pero la mayoría sólo atendemos a las encuestas. Cómo moverá las encuestas Mañueco, que uno diría que viene como un Ayuso románico que no funciona como Ayuso; o Moreno Bonilla, que parece que sólo se presenta a la reelección de delegado de clase, más aplicadito que brillante. Cómo queden las Cortes de Castilla y León, de “tedio y plateresco” umbralianos, o el parlamento andaluz, aún lleno de fantasmas socialistas emparedados, no importa tanto como el temblor nacional que generen. El PSOE cae, la derecha sube, el populismo no termina de morir, Sánchez ya sólo parece que presenta las campanadas, Casado ya sólo parece el triste viudo de sí mismo, y queremos saber cómo va a terminar esto.
Estamos en la cuesta de enero, la prensa y la televisión, que siguen con el cajón lleno de mazapanes, como todos, y de nieve que no se gastó, están de saldo con los buenos propósitos y los horóscopos a voleo, que a uno siempre le han parecido relleno y material de carpeta de adolescente. Cada año lo de quitarse las lorzas navideñas, hechas de puro hojaldre, cada año lo de dejar los vicios que son vicios precisamente porque nunca los dejamos, cada año lo de arrepentirnos de lo votado. Pero seguimos en la sexta ola, que ha venido y que estamos surfeando como las demás, sin más previsión ni plan que la supervivencia del instante, y seguimos en una política pendular o pendulona, que va y viene también en la barcarola del desastre, de la venganza y del regodeo. O sea, que no aprendemos nunca, ni en la política ni en nada. Yo creo que las encuestas están ahí para hacernos creer que algo cambia, aunque sean quesitos de colores más que nuestra vida.
Las encuestas siempre están entre la profecía autocumplida y lo evidente, salvo las del CIS, que son simplemente locas
Este no es un año de carrerilla electoral, sino de carrerilla para alcanzar a la encuesta, que va lanzada por delante con sus colores y clanes como un rebaño de llamas andinas. La última ha sido la de El País, que pone al PSOE por delante del PP, que equilibra los bloques, que aúpa a Vox, que desinfla un poco a Yolanda Díaz, fenómeno que uno sigue viendo como si se presentara para arreglar el país aquella Ana de Barrio Sésamo, la mejor amiga de los niños, tierna, excesiva y sospechosa como la felicidad del fuagrás de los anuncios. Aquí ya sabemos que cada encuesta tiene su cocinero, su aliño, y que, salvo alguna excepción, nos hablan más del deseo que de la realidad. Es como si asumieran que el españolito vota copiando a las encuestas, igual que en el colegio copiaban del empollón, o de aquel boli esculpido de chuletas, con poemas y jeroglíficos, como un obelisco egipcio.
Ahora miramos las encuestas como miramos la lotería o la predicción que hizo Rappel domésticamente, o sea viendo a través de sus gafas de bola de cristal, que son sólo gafas normales con las que él ve igual el futuro, la comida del gato o la colada. Se habla de cambio de ciclo quizá como se habla del cambio de año, no tanto por superstición sino por necesidad de trazar fronteras psicológicas. Claro que el PSOE cae, cae siempre tras las grandes crisis, que no puede resolver esparciendo polvo de hada ni con Sánchez firmando discos suyos como de Luis Miguel. Claro que Vox sube, es lo que quiere Prisa y parece que incluso es lo que quiere Casado, que a lo mejor así se libra de gobernar y se puede quedar bajo la mantita de Génova, con miedo a Ayuso como a los monstruos de los armarios. O sea, que las encuestas siempre están entre la profecía autocumplida y lo evidente, salvo las del CIS, que son simplemente locas.
Todos los propósitos del año se resumen en entrar en las encuestas, mejorar en las encuestas, sobrevivir en las encuestas. Todo a partir de ahora, en realidad, será una encuesta y se esperará que se refleje en una encuesta. El Emérito volviendo o no con majestad gotosa, como un rey de bastos con el basto de la pierna; la carne de Garzón como la carne putrefacta y revolucionaria de El acorazado Potemkin, y hasta Djokovic, héroe con miedo a las agujas, adalid de la libertad infecciosa, ese nuevo derecho de los hombres y de los pueblos, y que se podría presentar por Vox en cualquier lugar; todo esto acabará en encuesta, en proyección, en horquilla. También las elecciones autonómicas, en clave madrileña que dirían los de provincias, siempre mucho más centralistas que los de la capital.
Cambio de año, cambio de ciclo, las encuestas casi rituales, como una vela doméstica de Rappel que usa igual para el conjuro que para cuando se funden los plomos. Pero insisto en que no aprendemos de los años. La antipolítica, la politiquería, el populismo, eso de que nos quieran gobernar publicistas de Martini, madrecitas reposteras, mesías de la raza o de los billares, autócratas con trinchera de pueblo, chaqueteros de revolera, burócratas de partido con miopía de escritorio como esa miopía del futuro de Rappel, que con esfuerzo llega a ensartar la aguja o a la cena del gato... En eso no aprecia uno mucho cambio de ciclo ni mucho vaivén en las encuestas. Escriban sus propósitos, apuesten a su horóscopo o a su partido si quieren. Y miren hacia atrás, que no verán más que la risa de Papá Noel alejándose como su gran culo de bola de nieve, mientras quedan las mentiras, la inflación, la crisis, el bicho, y la vida como una especie de Twingo viejo.
Todos los propósitos del año del españolito se resumen en uno: ganar las encuestas, salir siquiera en las encuestas. A lo mejor hay algún raro preocupado por la inflación, por la economía, por el ómicron con su nombre de utilitario feo, de primo del Twingo, pero la mayoría sólo atendemos a las encuestas. Cómo moverá las encuestas Mañueco, que uno diría que viene como un Ayuso románico que no funciona como Ayuso; o Moreno Bonilla, que parece que sólo se presenta a la reelección de delegado de clase, más aplicadito que brillante. Cómo queden las Cortes de Castilla y León, de “tedio y plateresco” umbralianos, o el parlamento andaluz, aún lleno de fantasmas socialistas emparedados, no importa tanto como el temblor nacional que generen. El PSOE cae, la derecha sube, el populismo no termina de morir, Sánchez ya sólo parece que presenta las campanadas, Casado ya sólo parece el triste viudo de sí mismo, y queremos saber cómo va a terminar esto.
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