Sánchez quiere gripalizar el bicho, le gusta más como gripecilla de caramelo mentolado y palomar de pañuelos que como pandemia todavía desestabilizadora y mortal. La OMS ha descartado que el virus pueda ser tratado, llamado y despachado como una gripe, pero Sánchez puede hacer ciencia igual que hace política, cambiando palabras como cambia los azulejos de las calles y esos aviadores y escritores a los que el mero bronce convirtió en fascistas. No es que al bicho degradado así, como un cabo confederado, se le pueda derrotar mejor por humillación. No, es que gripalizar es una palabra que le pone una aspirina efervescente a normalizar y a tranquilizar, y Sánchez no va a renunciar a esta solución tan sencilla y casera como una cataplasma. Si no quieres pandemia, no la llames pandemia. Si no quieres problema, no lo llames problema. Yo me pregunto si se podría gripalizar igual a Sánchez, hacer que sea menos dañino llamándolo concejal o mancebo en vez de presidente.
Si no quieres pandemia no la llames pandemia, llámala gripe o enfermedad del beso o incluso Liebestod. Si no quieres crisis no la llames crisis, llámala oportunidad e incluso recuperación. Si no quieres oposición, llámala antipatriota o negacionista. Si no quieres rendición, llámala diálogo. Igual se podría dejar de llamar virus al virus y llamarlo bichito de luz o cerdito vietnamita (se me ocurre que el ministro Garzón se imagina a todos los cerditos de granja así, entre mascota y huchita de niño). Igual se podría dejar de llamar paro al paro y llamarlo asueto proletario. Igual se podría dejar de llamar inflación a la inflación y llamarla progreso pecuniario. Aunque quizá aquí no hace falta, porque siempre podríamos decir, como Sánchez, que “descontando la inflación” los precios no han subido, o sea que para qué suavizar lo ya inocuo.
Yo me pregunto si se podría gripalizar igual a Sánchez, hacer que sea menos dañino llamándolo concejal o mancebo en vez de presidente
Sánchez quiere gripalizar el bicho y a uno le parece que esto es sanchismo puro, eso de no actuar en la realidad sino sólo actuar en las palabras, confiar en el poder performativo de las palabras, en esa tradición de la palabra mágica, del conjuro, que se puede rastrear hasta el Génesis y hasta los Evangelios, “hágase la luz”, “en el principio era el Verbo” y todo eso. Nombrar equivale a crear, ahí está el logos, ahí está otra vez la escolástica de Sánchez, aunque él usa todo esto como capirote de mago de cumpleaños. Pero le ha funcionado con todo: si quieres normalidad, habla de la nueva normalidad; si quieres vencer al virus, di que hemos vencido al virus, incluso cada pocos meses; si quieres inmunidad de grupo, haz una cuenta atrás con un reloj de Micky Mouse. A ver por qué no le iba a funcionar otra vez, para rematar al bicho definitivamente con un movimiento de varita mágica como un movimiento de pelvis o de ceja.
Sánchez quiere gripalizar el bicho y yo creo que eso no depende de la OMS, ni del bicho, ni de Simón, ya desaparecido entre sus huellas de nieve y sus cejas de nieve como si fuera el Yeti. Tampoco depende de la Real Academia, aunque termine haciéndola palabra del año y le dedique el nuevo diccionario y un guateque sólo para gafotas. Me refiero a que está ya hecho, el bicho está gripalizado desde el mismo momento en que Sánchez lo anunció en esa entrevista en la SER que parecía una cita con velas, entre ocres de manteles, cuadros y patés, todos lejanamente franceses. El bicho puede darse por gripalizado o por sanchizado, como el recibo de la luz, como la nueva normalidad, como el diálogo con los indepes, como lo de la “crispación”, como lo de “arrimar el hombro”, como lo del “Gobierno de progreso”, como lo de la recuperación. Nada de eso existe como tal, y a veces existe como justo lo contrario. Pero ya lo hablamos, ya lo asumimos, ya están los académicos bordando sus plumines, como puños bordados, con esas palabras.
Sánchez ya ha gripalizado al bicho, no lo duden. Desde sus entrevistas sin mascarilla, desde su voz de cucharilla moviendo miel, nos está recetando ya mantita, té de flores en taza de flores, un jardín de pañuelos como un jardín japonés, paciencia, besos, masajes en los pies, llamadas de mamá tras el teléfono como tras un vaporizador. Está hecho, esto se acabó. Lo ha decretado Sánchez, pero no como decretó el verano o las sonrisas. Ahora el bicho no puede existir no porque lo esconda o se lo encasquete a las autonomías o a Ayuso, malvada con ojos del Nibelheim, sino porque le ha quitado el nombre, o sea el ser. Sánchez ha gripalizado el bicho o nos ha gripalizado a todos, y yo me sigo preguntando si no se le podría gripalizar a él, hacer que sea menos dañino llamándolo travoltín o pichita en vez de presidente. O llamando, sin más, a las cosas por su nombre.
Sánchez quiere gripalizar el bicho, le gusta más como gripecilla de caramelo mentolado y palomar de pañuelos que como pandemia todavía desestabilizadora y mortal. La OMS ha descartado que el virus pueda ser tratado, llamado y despachado como una gripe, pero Sánchez puede hacer ciencia igual que hace política, cambiando palabras como cambia los azulejos de las calles y esos aviadores y escritores a los que el mero bronce convirtió en fascistas. No es que al bicho degradado así, como un cabo confederado, se le pueda derrotar mejor por humillación. No, es que gripalizar es una palabra que le pone una aspirina efervescente a normalizar y a tranquilizar, y Sánchez no va a renunciar a esta solución tan sencilla y casera como una cataplasma. Si no quieres pandemia, no la llames pandemia. Si no quieres problema, no lo llames problema. Yo me pregunto si se podría gripalizar igual a Sánchez, hacer que sea menos dañino llamándolo concejal o mancebo en vez de presidente.
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