Para ilustrar su entrevista en Onda Cero, al ministro Luis Planas le pusieron en Twitter con un fondo de vacas paseantes o peregrinas, entre suizas y gallegas, como para un anuncio de quesos o del Camino de Santiago. Planas en realidad no es un especialista en vacas turísticas, lecheras ni despiezadas, ni siquiera en la ciencia o la cartelería agropecuarias, sino un especialista en negociación, en diplomacia, que es como decir un especialista, a la vez, en el disimulo y en la realidad. La diplomacia es un oficio casi tan delicado y pegado a la realidad como ordeñar una vaca matriarcal y primigenia o cultivar abejas al borde siempre de la plaga egipcia. O sea, Planas es todo lo contrario a Alberto Garzón, que es un diletante, un agitador, un propagandista, que no ve vacas ni filetes ni ganaderos ni coces, sino murales, símbolos, bueyes de altar, rebaños quijotescos, hecatombes ideológicas. Es la distancia que hay entre un ministro y un profeta.
A Garzón no es que se le entienda mal, sino al contrario, se le entiende todo, con traducción o sin traducción, como el cine mudo soviético. Un comunista al frente del Ministerio de Consumo es una ironía gloriosa, porque el consumo es precisamente el combustible del capitalismo. O sea que a Garzón sólo le quedaría el sabotaje, que me parece que es justo lo que está haciendo. Quiero decir que un ministro de Consumo se dedicaría a hacer cumplir la normativa o a intentar cambiarla, pero sólo un saboteador se limitaría a la desinformación, a la contrapropaganda, al desprestigio del sector, buscando no la protección del consumidor sino el descrédito de todo el sistema. Garzón no puede convertir su ministerio en una larguísima cola de repartir mijo y cecina, por irnos acercando al romanticismo de su ideología. Pero sí puede hacer un poco de estropicio al capitalismo y un poco de propaganda de su mundo perfecto, tan parecido, ya lo sabemos, a una granja perfecta.
Garzón se choca con Planas, que es como chocarse con el tractor, pero en realidad los de Podemos (IU ya no es nada) están ahí para chocar
Garzón va tropezándose cómica y estrepitosamente, como un hombre orquesta o un hombre manifestación, con los ciudadanos estupefactos, con el sentido común y con otros ministerios, y ha terminado tropezándose con Luis Planas. Garzón es un profeta que degüella cabras y Luis Planas es el diplomático entre rancheros como ese reverendo entre cowboys de las películas. Si Manuel Chaves reclamó a Planas en su día para la Consejería de Agricultura de la Junta de Andalucía, una consejería que es como media Junta y como media Andalucía, no fue por su presencia ovejera sino por su experiencia en las instituciones europeas e incluso como embajador en Marruecos, que era donde se repartían el dinero y el pescado.
Luis Planas no es ya que conozca el campo, sino que conoce muy bien dónde se decide lo que le pasa al campo, y no es en festivales de abrir cercados y soltar gansos y potros cimarrones. El campo no son sólo sus mieses ni sus terneritos, se conciban como alimento o se conciban como estampado hippie o mascota vietnamita, sino que el campo es sobre todo su gente, sus habitantes, sus supervivientes habría que decir. El campo no está ahí como un fondo prerrafaelita para que Garzón pose entre musas y animales de Noé, el campo no es su mástil para el arcoíris, no es su pecera para el aire ecológico ni su bol para el humus ecológico, sino que es la vida de mucha gente y no se puede confundir el asco ideológico a los torreznos con la supervivencia de todo el sector. Esto es lo que le ha venido a decir Planas en sus entrevistas con fondo de vereda y cencerrito feliz.
Garzón se choca con Planas, que es como chocarse con el tractor, pero en realidad los de Podemos (IU ya no es nada) están ahí para chocar. Yo no sé si la táctica de Sánchez al final consiste en dejar que se destruyan ellos solos mostrando su incompetencia, su ridiculez o su aburrimiento, como pasó con Iglesias, para quedarse con toda la izquierda como se ha quedado con todo el bronceador de la política. Planas, hay que decirlo, no sólo es un sanchista fiel ahora, sino que yo veo en él el germen del primer sanchismo, cuando todavía parecía rebeldía en vez de un negocio de colchones. Planas llegó a enfrentarse a Susana Díaz en primarias después de que Griñán la designara heredera con cortijo y poni, y aquel poni, por supuesto, le pasó por encima. La campaña de Planas, por cierto, la llevó Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, que luego sería apóstol sandalio de Sánchez ya para siempre.
Garzón habla de las macrogranjas como el profeta que habla de Babilonia, mezclando todos los pecados y vicios en una confusión de muslamen y jamonería. Pero la vida del campo no es el huertito de un progre miniaturista de apios. La vida del campo lo mismo necesita sucio gasóleo, y lo mismo necesita granjas y comederos, al menos mientras no vengan los descendientes de Noé o de Lenin a pastorear. La vida del campo lo mismo necesita su PAC en Bruselas, negociada como entre tratantes antiguos de ganado, con Mercedes blanco de Kiko Veneno si hace falta, que a lo mejor Arias Cañete tenía un poco de eso. Esto es lo que hacía Planas mientras Garzón coleccionaba chapas de la RDA, darle vida al campo, y esto lo que le ha recordado el ministro de verdad al ministro del bombo y la armónica.
Planas tiene razón, pero a él lo ha puesto el mismo que puso a Garzón, o sea Sánchez. Planas es el sanchista que hace el trabajo de serio, como el payaso serio. Garzón ya saben qué otro trabajo hace, y para el mismo jefe, ese jefe como de Mercedes blanco de verdad.
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