En la política, como en la vida, hay que saber que tan importante como llegar a las fiestas es saber cuál es el momento exacto en el que debes abandonarlas. Los sucesivos escándalos acumulados en las últimas semanas, por acción o por consentimiento de los desmanes de otros, hacen presagiar que, para Boris Johnson, la fiesta política, está a punto de terminar. Mal ejemplo, pésimo, el que dejará como legado para la historia el ‘premier’ británico. Los caprichos trágicos del azar han querido que los escándalos del pelirrojo más excéntrico de la geopolítica mundial hayan coincidido con la muerte de un hombre bueno y político de los de verdad, de los que dejan huella por su ejemplo y su vocación de servicio público, David Sassoli, último presidente del parlamento europeo. Que descanse en paz mi querido compatriota y que pague por sus errores el indefendible Johnson.
Boris Johnson, ese histriónico outsider de la política mundial, en quien hasta su pelo -como le ocurriera a Donald Trump- es singular, lucha durante estas últimas jornadas por sobrevivir políticamente, ahogado en una ciénaga de escándalos en la que no falta de nada: acusaciones de corrupción, tratos de favor irregulares en favor de sus amigos prevaliéndose de su cargo, y lo más grave: una conducta reprobable e irresponsable, durante los momentos más terribles de la pandemia que, a corto plazo, no me cabe duda de que se convertirá en su tumba política.
Hace apenas una semana, el pasado lunes 10 de enero, varios medios de comunicación revelaban datos sobre una nueva fiesta ilegal en los jardines del número 10 de Downing Street, acaecida en la noche del 20 de mayo de 2020 y que ya era un secreto a voces desde hacía algunos días en los mentideros políticos londinenses. En el propio momento de entregar este artículo, viernes 14 de enero, conocemos informaciones acerca de… ¡otras dos fiestas más!, una de ellas para despedir al exjefe de Comunicación presidencial. En esta no habría estado Boris Johnson, pero el alcohol y la juerga camparon por sus respetos hasta altas horas, mientras los ciudadanos que se saltaban por aquellos días el confinamiento eran sancionados.
La multitudinaria y lúdica reunión de aquel maldito 20 de mayo de 2020, organizada para más de cien personas, se sumaba a una lista de otras diez celebraciones del mismo jaez, en lo más crudo de la pandemia. Algo muy poco ejemplar, insisto, habida cuenta de que por aquellas fechas 67 millones de ciudadanos británicos padecían un durísimo encierro domiciliario.
Mentiras, más mentiras… y torpes y exasperantes excusas
Al premier británico se le han acabado ya las excusas -como la verbalizada en forma de disculpa el pasado miércoles día 12, en una peregrina declaración en la que, torpemente, argumentaba que se trataba de una reunión de trabajo. Ha pasado ya el tiempo de las excusas. Sobre todo, cuando crece la sensación de que Johnson ha mentido, algo que se paga muy caro en la vida pública, sobre todo en el mundo político anglosajón.
Se multiplican las voces en las filas de su propio partido exigiendo su dimisión o su inmediata destitución y gritando a los cuatro vientos que Johnson es ya un auténtico ‘cadáver político’.
El último y destacado dirigente conservador en sumarse a la indignación contra su jefe de filas ha sido el líder de los conservadores escoceses, Douglas Ross, que le ha exigido con toda la rotundidad el cese de su, hasta hace no mucho, líder indiscutido. Ross viene a unirse así a la desafección de otros cuatro parlamentarios, de momento porque sin duda surgirán muchos más, miembros también de su grupo y que han hecho lo propio en los últimos días. Todo ello a pesar de que el gabinete trata de aparentar una sensación de unidad… más aparente que real y con ciertas modulaciones que van desde las prudentes reservas -en política llamamos a esto ‘perfileo’- del titular de economía y aspirante a la sucesión de Johnson, Risi Shunak, que ha señalado que Boris ‘hizo lo correcto al disculparse’ pero a la vez ha pedido ‘paciencia’ hasta que la investigación oficial determine lo ocurrido y señale las posibles responsabilidades, hasta la posición más firme en la defensa de su jefe de filas del ministro para Irlanda del Norte, Brandon Lewis, que parece querer creer a su jefe… por el momento.
Villano y cobarde
¿Qué ha hecho el macarrónico líder británico en medio de esta tormenta de reproches y de exigencias de que ponga fin a su carrera? ¡Encerrarse! Desde el pasado jueves ha cancelado varios actos oficiales, como la visita a un centro de vacunación del condado inglés de Lancashire, temeroso sin duda de que los periodistas le preguntaran por la ya célebre fiesta, a la que un incalificable Boris reconoció haber acudido. En vez de dar la cara, Johnson se ha confinado en su residencia oficial, en principio hasta el martes, con la excusa, sin duda cierta, de un miembro cercado de su familia había dado positivo por Covid. No ha trascendido, de momento, si la persona infectada es su joven esposa Carrie o alguno de sus dos hijos, pero al ‘premier’ parece haberle venido de perlas porque seguirá manteniendo sus cometidos habituales, con despachos y encuentros, pero de manera virtual.
Villanos y embusteros, que solo buscan hacer carrera, ‘trepando’ en la vida pública para su enriquecimiento y envanecimiento personal, aún a costa de conducir a sus pueblos al desastre"
Justificado o no este encierro, como suele ocurrir en estos casos a los políticos villanos y cobardes, esta actitud no ha hecho más que crispar los ánimos de una ya caldeada opinión pública, que le exige a gritos que se vaya. Como es sabido, en la alta política, a la comisión de un error suele sucederle la acumulación de muchos más. Las palabras de uno de sus portavoces oficiales indicando que el responsable del Ejecutivo británico estaba completamente centrado en sacar adelante los asuntos del día a día y en absoluto preocupado por interiorizar una reflexión autocrítica de lo ocurrido han propiciado que el clamor contra Johnson haya ido subiendo de temperatura día tras día.
De los aplausos, a la caída en barrena
La carrera del histriónico primer ministro británico, desde su triunfal elección en 2019 heredando el nefasto legado de su antecesora Theresa May no ha parado de caer en barrena en los últimos tiempos. Aterrizó en Downing Street, con un apoyo sin precedentes, tras unos comicios en los que había llegado a conseguir arrebatar a los laboristas algunos de sus tradicionales bastiones del norte del país, los más industrializados y proclives al voto obrero. Su más difícil papeleta: gestionar un Brexit, que su antecesora había sido incapaz de ‘vehicular’ y que ambos heredaron de un torpísimo David Cameron, al que yo en su día concedí, públicamente, el Premio Nobel a la estupidez política. A la complejísima y catastrófica gestión del Brexit sucedió la del Covid. Ahí vimos ya con claridad cómo el ‘inteligente’ y ‘preparado’ primer ministro pasaba de bascular entre la renuncia a articular medidas de excepción, en los primeros compases de la pandemia en los que abogaba por las presuntas bondades de la ‘inmunidad de rebaño’ y animaba a la población a seguir yendo a los ‘pubs’, a terminar él mismo en la UCI infectado por el virus. Todo un dechado de virtudes, el tal Boris.
La fiesta terminó, Boris
¡Cómo ha cambiado el cuento en apenas tres años para que un sondeo de YouGov, encargado por uno de los más reputados tabloides británicos, The Times, sitúe a los laboristas diez puntos por encima de los tories en cuanto a popularidad!
La crisis constitucional tiene ahora dos vertientes al menos: la primera, la ya mencionada de las mentiras al parlamento. Recuérdense los casos del célebre John Profumo, secretario de Estado de Guerra, que en 1963 tuvo que renunciar a su cargo tras haber negado una relación extramatrimonial con Christine Keeler, o el Lewinskygate, que obligó a Bill Clinton a someterse a un proceso de impeachment, el más grave trago por el que puede pasar un presidente de los EEUU. El ‘culebrón’ Johnson no ha acabado, ni mucho menos, pero cobra cada vez más visos de llevarse por delante la carrera, no sólo del primer ministro sino las expectativas electorales del partido conservador.
David Sassoli: la cara ejemplar de la moneda
La ironía del destino ha querido que en los últimos días nos haya abandonado una figura política ejemplar: la del presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, fallecido el pasado miércoles a consecuencia de un fallo en su sistema inmunitario. Periodista de carrera y de formación, político -y de los mejores- por vocación, Sassoli deja, a sus 65 años, un legado de ejemplaridad y de buen hacer que es como un bálsamo en estos convulsos y corruptos tiempos de actitudes muy poco edificantes por parte de muchos líderes. En su último adiós, fue despedido por el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri y por miles de italianos, que quisieron acompañar a la esposa de Sassoli, Alessandra Vitorini y a sus hijos, Livia y Giulio. Valga como imagen para la historia la de su cuerpo colocado bajo una gran foto en la que este coloso de la política sonríe, un gesto muy característico en él y una gran bandera de la Unión Europea.
Descanse en paz un hombre bueno, íntegro y honrado. Quede para el oprobio y el bochorno general el recuerdo de ‘antilíderes’ como Boris Johnson, villanos y embusteros, que solo buscan hacer carrera, ‘trepando’ en la vida pública para su enriquecimiento y envanecimiento personal, aún a costa de conducir a sus pueblos al desastre.
En la política, como en la vida, hay que saber que tan importante como llegar a las fiestas es saber cuál es el momento exacto en el que debes abandonarlas. Los sucesivos escándalos acumulados en las últimas semanas, por acción o por consentimiento de los desmanes de otros, hacen presagiar que, para Boris Johnson, la fiesta política, está a punto de terminar. Mal ejemplo, pésimo, el que dejará como legado para la historia el ‘premier’ británico. Los caprichos trágicos del azar han querido que los escándalos del pelirrojo más excéntrico de la geopolítica mundial hayan coincidido con la muerte de un hombre bueno y político de los de verdad, de los que dejan huella por su ejemplo y su vocación de servicio público, David Sassoli, último presidente del parlamento europeo. Que descanse en paz mi querido compatriota y que pague por sus errores el indefendible Johnson.
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