Casado y Garamendi son como Lennon y Yoko, según ha dicho Garamendi no sé si con ganas de ensabanar a Casado, de llevárselo a la paz social como a una sauna. Lennon y Yoko metieron en la cama su sarcófago de amantes, se llevaron la paz y el amor a la cama como el que se lleva el cenicero de mármol, un mármol que se contagió a las sábanas y a sus culos planos, feos, chatos como por el agua de una fuente de mármol. Eso no era paz ni amor, eso era un resfriado con migas de galletas que querían convertir en escultura o en musical de resucitado, con blanco de sudario blanco, de sepulcro blanco y de piano blanco. Yo creo que la paz tenía más que ver con lo que hizo la generación anterior ganando la Segunda Guerra Mundial, o sea salvar la civilización, que con cortarse las uñas de mármol en una cama de mármol y darse besos de esquimal bajo el iglú de las sábanas. La paz social quizá sea eso, una performance indistinguible de un perezoso domingo en bolas, y Garamendi lo sabe.

Casado y Garamendi, Lennon y Yoko, Yoko y Lennon, que no estoy seguro de qué papel jugaría cada uno. “Tendríamos que hacer como John Lennon y Yoko Ono, encerrarnos en una habitación y estar una semana recibiendo a la prensa para que vieran que esa relación es así”, eso es lo que ha dicho Garamendi. El presidente de la CEOE cree que el amor verdadero y la paz verdadera se demuestran así, anidando en una cama de plumón, dejándose crecer la pelusa del ombligo como una barba de profeta, poniéndose el pijama de hospital por los dolores del mundo, cultivando el pelo como enredaderas de castillo por los cabeceros, e invitando a la prensa para que les hagan fotos de Adán y Eva de Durero. Pero aquello de John y Yoko era un top manta de la paz, un escaparate de novias de la paz. “Vendimos nuestro producto, que nosotros llamamos paz”, reconoció Lennon. Lennon y Yoko lo que hicieron fue un anuncio, aprovechando el albedo de su luna de miel como se aprovecha una puesta de sol de amor playero para el producto playero. 

Casado no puede encamarse con alguien que le ha tocado la reforma de Rajoy, la reforma emblemática de su partido, que era como restablecer la receta de lentejas de la abuela después del Happy Meal de Zapatero

Garamendi quiere vender paz social como esa paz del pelo y esa paz de la cama, esa paz que se consigue sin hacer nada más que poner la palabra en los carteles con caligrafía de pintalabios, rodearse de flores en floreros de bote de pepinillos, y dejar que los líquenes colonicen los bigotes y la cama. La idea de la cama no fue sólo por aprovechar el amor, el lago del amor y el halo de amor de los recién casados, sino, como también confesó el Beatle, porque eran perezosos. Seguramente la paz social es complicadísima, más que la paz en Vietnam, pero un vendedor perezoso se conformaría con ese escaparatismo de mercería del amor y del bostezo. A lo mejor es lo que ha pensado Garamendi con la reforma laboral, que él se puede conformar vendiendo la reforma como reformita, igual que Díaz se puede conformar vendiendo la reformita como revolución. 

Garamendi no tiene pinta de pacifista, aunque uno se lo puede imaginar vestido con sábana como John Belushi. Pero sí le pega la metáfora de la paz de dormitorio de exposición, esa balada de John y Yoko en el Rolls blanco de una cama, ese producto pijiprogre o pijirrancio, según gustos. El que no tendría que estar en esta comparación, en esta escenita, en esta cama revuelta, mojada de cursilería y del agua de florero del amor o de sus colonias, es Casado. Casado no puede encamarse con alguien que le ha tocado la reforma de Rajoy, la reforma emblemática de su partido, que era como restablecer la receta de lentejas de la abuela después del Happy Meal de Zapatero. Casado puede estar al lado de Garamendi en un sarao, hablarle, sonreírle, pasarle la jarra de agua, pero tampoco es para exigirle prueba de encamamiento con el empresario.

Casado no está en el producto, no está en el escaparate, no está en la venta en la que está Garamendi. Quien sí está en la mercancía, en la estética, en el Rolls blanco, en esa pose de Dama del Lago en la cama de la blanca paz como la blanca Navidad, es Yolanda Díaz. Yo creo que Garamendi estaba pensando en ella, más que en Casado, que no tiene nada de jipi, de poeta de las sábanas ni de guerrillero de las flores de papel. Yolanda Díaz, ya ven, se apropió pronto del éxito del acuerdo, exactamente igual como Yoko Ono se llegó a apropiar del Imagine, no sé si por abrir la imaginación de Lennon igual que las ventanas del vídeo, esas ventanas proustianas llenas de sol que ella abría “como desvendando una momia egipcia” o sólo como una loca en camisón. Hasta se podría decir que Díaz ha alejado a Garamendi de la banda y lo ha metido en un solipsismo matrimonial enfermizo y en ese pantano de flores de la paz kitsch, como un colchón que te traga.

Garamendi ha querido ser ocurrente, que lo mismo es fan de los Beatles o de la iconografía de la paz con sitar y almohadones, o lo mismo es que conoce bien ese negocio comodón de la paz. Sin embargo, aunque la comparación da mucho juego, no era para Casado. En realidad, Yolanda Díaz es la Yoko Ono de Garamendi y Garamendi es el John Lennon de Yolanda Díaz. Son ellos dos los que están en ese negocio de la paz social como de vender tartas de sábanas y manitas. Sí que era buena, pero en esa metáfora Casado sólo podría estar de botones o de mirón.

Casado y Garamendi son como Lennon y Yoko, según ha dicho Garamendi no sé si con ganas de ensabanar a Casado, de llevárselo a la paz social como a una sauna. Lennon y Yoko metieron en la cama su sarcófago de amantes, se llevaron la paz y el amor a la cama como el que se lleva el cenicero de mármol, un mármol que se contagió a las sábanas y a sus culos planos, feos, chatos como por el agua de una fuente de mármol. Eso no era paz ni amor, eso era un resfriado con migas de galletas que querían convertir en escultura o en musical de resucitado, con blanco de sudario blanco, de sepulcro blanco y de piano blanco. Yo creo que la paz tenía más que ver con lo que hizo la generación anterior ganando la Segunda Guerra Mundial, o sea salvar la civilización, que con cortarse las uñas de mármol en una cama de mármol y darse besos de esquimal bajo el iglú de las sábanas. La paz social quizá sea eso, una performance indistinguible de un perezoso domingo en bolas, y Garamendi lo sabe.

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