Djokovic ha trascendido el deporte, ya es otra cosa, un símbolo como el trofeíto de aparador de él mismo, un agente infiltrado con tapadera de gimnasio o de lavandería, otro político que vive en chándal de guacamayo o de banderas. Lo de siempre, en fin, porque trascender el deporte es lo que hace el deporte, que si no sólo sería cansarse en público igual que en privado. Nadie que habla de deporte habla sólo del deporte, como cuando se habla de Nadal, que ya era nuestro Superman, forzudo, guapo, santo y yerno a la vez, antes que Sánchez. A lo mejor lo que le ha pasado a Almeida ha sido esto, que nadie cree que se pueda hablar sólo de lo deportivo. Nadie aquí puede hablar ahora del tenis de Djokovic sin pensar en el antivacunismo, igual que nadie aquí puede hablar del tenis de Nadal sin que luego le salga una propuesta de matrimonio, de escultura o de avemaría.
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