Una vez más, me veo en la obligación de escribir sobre un asunto que me resulta especialmente doloroso. Lo es, por mis vivencias, y por los horrores que he tenido oportunidad de escuchar durante años, a través de cientos de testimonios, de chicos cuyas vidas se han visto devastadas. Niños que han soportado la crueldad y el abuso más vil y miserable por parte de quienes, teniendo la responsabilidad de tutelarles, espiritual y educativamente, han abusado de ellos o los han sometido a las más despreciables vejaciones y abusos sexuales. Este humilde artículo pretende ser, además de un grito y una denuncia, un homenaje a todos cuantos han sufrido abyectas violaciones por parte de curas y prelados miserables a quienes otro, en este caso el obispo de Tenerife, se empeñan en defender.
Su nombre, quede escrito desde el principio para el oprobio general, es el de Bernardo Álvarez. El ‘tipo’ -es el calificativo más amable que puedo emplear con él- lo ha vuelto a hacer… o en este caso, a decir: "La homosexualidad es pecado mortal si se hace libremente sabiendo que está mal". El obispo de Tenerife, que increíblemente sigue siendo protegido por la Conferencia Episcopal Española y pro el propio Vaticano, que algo debería decir al respecto ya que por fin el actual Papa Francisco es un hombre de mente abierta e ideas, creo, sinceramente aperturistas en el seno de esta fosilizada Institución, ha tenido la osadía de comparar a los homosexuales con los alcohólicos en una entrevista concedida al programa Buenas Tardes, Canarias, de la Televisión Canaria.
¡Qué sabrá este pobre indigente intelectual y espiritual sobre sexo y sobre adicciones! ¡Como si fueran ni remotamente comparables! ¿O lo ha vivido personalmente y puede hablar del tema?.
Un obispo que prefiere a una matricida antes que a un homosexual
El impresentable obispo tinerfeño trató de justificar su estúpida afirmación con un ‘alambicado’ argumento, según el cual, "la persona que bebe, cuando toma, hace cualquier disparate y se excusa (más tarde) con que estaba bebido. Lo que hay que hacer es no beber para no hacer lo siguiente, que lo hace sin darse cuenta". Dejando aparte la simplicidad intelectual de un tipo que no debe contar con más allá de medio dedo… de frente, quiero decir, el razonamiento se las trae. ¿Quiso decir que todos los homosexuales cometen eso que la Iglesia llama ‘actos impuros’ porque antes se han emborrachado?
La homosexualidad es pecado mortal si se hace libremente sabiendo que está mal"
Bernardo Álvarez
No crean que acabó aquí el razonamiento; el ‘avispado’ pensador, que se conformó con ser obispo resistiendo la tentación de abrumarnos al resto de los mortales con tratados de alta metafísica, mezcló también esto de ‘ser consciente de que la homosexualidad está mal’, con un caso reciente de matricidio y concluyó que quien lo cometió, la madre, no estaba en ese momento en sus cabales por lo que no era consciente de que lo que hacía estaba mal. Se lo haré fácil: para este personaje, es mejor ser una asesina que ser homosexual. ¡Cómo no lo habríamos calibrado antes todos los hombres o las mujeres que tenemos a gala nuestra libre condición sexual y vivimos felices al lado de nuestro marido y compañero, en mi caso, o junto a su compañera, en el caso de las lesbianas.
De la represión… nace la aberración
Tengo para mí, desde hace muchos años, que en el fondo de este pensamiento retrógrado y abyecto y que sí que debe ser considerado como una abyección, se esconden pulsiones personales muy íntimas reprimidas por estos pobres diablos, convertidos en sacerdotes que, en algunos casos, andando el tiempo llegan a ser obispos o cardenales. He expresado cientos de veces que cuando a un hombre o una mujer, a un ser humano, se le ahoga una de las vías de lo que es una natural necesidad biológica como la sexualidad, al igual que el comer, el respirar o el dormir, acaba por estallar tarde o temprano. Por una parte, o por otra, pero al igual que el agua o el gas de una olla, al final, siempre necesita alguna espita por la cual escapar. He conocido personas que, tras permanecer durante décadas en alguna secta de carácter integrista, pónganle el nombre que quieran, de las consideradas ‘respetabilísimas’ porque en ella moran políticos o líderes empresariales del máximo nivel, acaban escapando de sus garras, siempre de forma traumática, y rompen a… bueno, ya saben a qué, como si no hubiera un mañana, ya sea con personas de su mismo sexo o del otro.
Solo en fechas relativamente recientes, la Iglesia ha comenzado a pedir perdón por los excesos cometidos por 'algunos' de sus purpurados
Con muchos ministros de la Iglesia católica pasa igual; algunos no aguantan el celibato y se van, pero otros permanecen reprimidos y rabiosos, con una tremenda lucha y amargura interior, hasta el final de sus días. ¡Estos son los peligrosos! Sujetos que abusan, o directamente violan a niños en los internados o, en el mejor de los casos, ‘les meten mano’ en algún confesionario discreto. Solo en fechas relativamente recientes, la Iglesia ha comenzado a pedir perdón por los excesos cometidos por ‘algunos’ -son miles- de sus purpurados. Nunca he entendido esa anacrónica ‘castración’ de la confesión católica, a diferencia de otras, también cristianas, donde los pastores viven su existencia, felizmente casados, y en las que no suele haber problemas de este tipo. ¡Qué curioso!
Recomiendo vivamente el visionado, para quien no lo haya hecho, de la película Spotlight. En ella, se cuenta la historia de cómo el equipo de investigación del Boston Globe, llamado precisamente Spotlight, desenmascaró tras meses de arduo trabajo el escándalo en el que la Iglesia católica de Massachusetts ocultó centenares de abusos sexuales perpetrados por distintos sacerdotes, chocando con la férrea oposición y las insoportables presiones de las autoridades locales de la época. No es el único film en la historia reciente del cine que trata de este espinoso asunto, pero reconozco que este me impactó especialmente, por su crudeza y la dureza de los testimonios de decenas, cientos al final, de jóvenes que, al principio no querían hablar con los periodistas, presas del pánico, y cuando finalmente lo hacían, evidenciaban unos traumas absolutamente horribles.
¡Ni un minuto más en su puesto! ¡Por dignidad democrática!
La asociación LGTBi Diversas ha exigido el cese inmediato del obispo. Le acusa, con toda la razón, de reincidencia homófoba y de un evidente delito de odio. Bernardo Álvarez tiene un largo historial de conductas poco ejemplares, porque como se sabe, el que tiene algún defecto grave atesora muchos más. Fue, por ejemplo, uno de los primeros personajes con perfil público en ‘colarse’ en las listas oficiales de vacunación durante la parte más dura de la pandemia, en la primavera, sin ser jamás amonestado por sus superiores jerárquicos.
A quién hace más daño este señor es a la misma Iglesia
En 2013 ya había sentenciado que: "Si te descuidas, los adolescentes de 13 años te provocan". ¿De verdad le provocan, señor obispo? ¿Tanto como para verse obligado a ‘meterles mano’, con copas o sin ellas?
Siento que este artículo esté tan lleno de rabia pero no he podido encontrar un solo elemento positivo a semejante aberración. A quién hace más daño este señor es a la misma Iglesia, alejando de ella todo los que buscan fe y paz, todos los que necesitan mensajes positivos para creer en el ser humano.
Una vez más, me veo en la obligación de escribir sobre un asunto que me resulta especialmente doloroso. Lo es, por mis vivencias, y por los horrores que he tenido oportunidad de escuchar durante años, a través de cientos de testimonios, de chicos cuyas vidas se han visto devastadas. Niños que han soportado la crueldad y el abuso más vil y miserable por parte de quienes, teniendo la responsabilidad de tutelarles, espiritual y educativamente, han abusado de ellos o los han sometido a las más despreciables vejaciones y abusos sexuales. Este humilde artículo pretende ser, además de un grito y una denuncia, un homenaje a todos cuantos han sufrido abyectas violaciones por parte de curas y prelados miserables a quienes otro, en este caso el obispo de Tenerife, se empeñan en defender.
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