"Hoy, en este día de enero, toda mi alma está en unir a Estados Unidos, a nuestro pueblo, a nuestra nación. Y pido a todos y cada uno de los estadounidenses que se sumen a mí en esta causa. Que nos unamos para luchar contra los enemigos que nos esperan: la ira, el resentimiento, el odio, el extremismo, el desorden, la violencia, la enfermedad, el desempleo y la desesperanza". Con estas palabras, en una soleada mañana de hace precisamente 365 días, Joe Biden citaba su mayor tarea al frente del Ejecutivo estadounidense: sanar heridas, acercar las dos orillas del mar polarizante que acechaba a la política de su país, y que había tenido su prueba más evidente tan solo unos días antes, con el asalto del Capitolio por parte de una horda de fanáticos de Trump, espoleados por su propio líder. Debía apagar el incendio que asolaba a la sociedad estadounidense, dividida y polarizada políticamente.
Biden se enfrentaba a un reto mayúsculo, con una sociedad que había cambiado respecto a cuando él era vicepresidente y, muchísimo más, respecto a cuando empezó en la política. Nunca antes se había llegado a cifras similares. Así llegaba Biden a esa mañana de enero:
1. Ideología y valores. Nunca hubo tanta distancia ideológica entre ambos partidos. Desde Pew Research analizaron el cambio en los valores políticos del público estadounidense durante las últimas tres décadas. La proporción de estadounidenses con valores más partidistas y más escorados a izquierda y derecha no ha hecho más que incrementarse. Lo que en 1994 era mayoría de centro izquierda o centro derecha, dependiendo del partido, ahora es mucho más izquierda y mucho más derecha. Esta variación destaca especialmente en el GOP (Grand Old Party, republicanos). Un estudio de Voteview sitúa la media del partido republicano en 0,51 (de una escala entre -1 (extrema izquierda) y 1 (extrema derecha)). Es el resultado más a la derecha jamás obtenido por este partido en la historia. Para encontrar resultados parecidos habría que remontarse al Partido Federalista en 1816. Por su parte, en el partido Demócrata están en el -0,37, que sigue siendo un nivel alto, pero no más de lo que era en 2002.
La indecisión ha disminuido a la mitad en los cuatro años de mandato de Trump. Y eso significa que se ha reducido la confianza en el otro"
2. Indecisión. Nunca antes se había registrado un nivel tan bajo de indecisión en unas elecciones como en 2020. Según estudios del UVA Center for Politics, tan solo un 5,6% del electorado dudó entre votar demócrata o republicano. En 1948 ese porcentaje era del 19,6%. En 1992 del 19,8%. En 2016 del 10,3%. La indecisión ha disminuido a la mitad en los cuatro años del mandato de Trump. Y eso significa, por ende, que se ha reducido la confianza en el otro. La polarización significa que debemos decidirnos. Porque se tensa tanto la cuerda que no estaremos a gusto en el centro, sino que deberemos tomar partido entre dos extremos (aunque no estemos situados en esos extremos). O blanco o negro. Polarizar consigue reforzar el voto duro, a quien ya nos vota, y acercar a otro público que siente que debe elegir entre las dos orillas, alejándose de la grieta que está en el centro y que nadie tiene interés ya en ocupar. Y ello es fantástico electoralmente para quien lo hace, a corto plazo, aunque a medio o largo plazo pervierta la propia democracia y nos preguntemos cómo hemos llegado ahí. Una cifra de 5,6% de indecisos indica que la gente ya ha tomado partido, que ya ha decidido. Y que será muy complicado volver atrás.
3. Valores fundamentales del país. Nunca hubo tan poca confianza en el adversario. Un análisis del Pew Research Center en noviembre de 2020 indicaba que el 80% de los demócratas piensa que los republicanos, independientemente de su ideología o ideas, no tiene sus mismos valores fundamentales, ni comparte la misma idea de futuro para Estados Unidos. En el caso de los republicanos, esa cifra es del 77%. Entre los miembros de ambos partidos, las proporciones con opiniones muy desfavorables del otro partido se han más que duplicado desde 1994. Es algo que no sucedía de manera tan radical desde que se tiene constancia demoscópica. Puede decirse que el 45% de los republicanos odian al Partido Demócrata (era el 16% en 1994). Y lo mismo (44%) ocurre al revés.
4. La normalización del lenguaje polarizado. Nunca antes el lenguaje había sido tan polarizante. El lenguaje político es básico a la hora de polarizar o no hacerlo. Rountree y Cournalia analizaron los discursos en las elecciones presidenciales de 2012 y demostraron que desde que el Tea Party logró atención mediática en 2009 aumentó sobremanera en el Partido Republicano la retórica que apelaba al miedo, los mitos políticos, las apelaciones raciales, las acusaciones conspirativas y los insultos personales. Este estudio probaba sin lugar a dudas que la exposición al discurso del Tea Party radicalizó el discurso político estadounidense y permitió que el discurso extremo fuera utilizado políticamente. Richard D. Elliot, en 2017, actualizó ese estudio al investigar el lenguaje político usado en los discursos de las elecciones presidenciales de 2016: demostró que Trump triplicó -como mínimo- el uso de retórica del miedo y los ataques personales. Añadió además algo insólito hasta la fecha: “acusaciones conspirativas y apelaciones raciales” (que no existieron en 2012). Así, lo que en 2012 se veía como retórica radical, en 2016 se había normalizado: una nueva retórica más radical estaba emergiendo. No ha parado desde entonces.
Dos tercios de los republicanos confían en Fox News como fuente principal de información (sin credibilidad entre los demócratas) y el 67% de los demócratas se informa por la CNN (sin credibilidad entre los republicanos)
5. Medios de comunicación como fuente informativa. Nunca antes la diferenciación en las fuentes en las que los electores se informan había sido tan grande. Los medios también polarizan y se sitúan en ese blanco o en ese negro, buscando a su público más fiel. Los republicanos y los demócratas depositan su confianza en dos entornos de medios de comunicación casi inversos. Por ejemplo, dos tercios (65%) de los republicanos confían en Fox News como fuente principal de información (sin credibilidad entre los demócratas). En cambio, el 67% de los demócratas se informa a través de la CNN (que no tiene credibilidad para los republicanos).
6. Amistades. Nunca antes hubo tanta burbuja y tantas comunidades ideológicamente separadas. Un estudio de Pew Research Center, de enero de 2020, indicaba que un 67% de demócratas y un 57% de republicanos no tienen amigos que piensen diferente a ellos, o que no tengan sus mismas creencias, o que no voten igual.
Y así llegamos al discurso de acabar con el odio, ese 20 de enero de 2021, en Washington, rodeado de guardia nacional después del asalto al Capitolio, lo que era la gran muestra pública de que la política estadounidense debía cambiar, moderarse, volver al diálogo y al consenso. El nuevo presidente tenía un año para mejorar las cosas, para intentar que esa grieta que separaba a dos Estados Unidos distintos, se uniera, para hacer olvidar a Donald Trump, para hacer que la política volviera a ser más racional que emocional. En estos meses, sin embargo, las cosas no han ido bien para ese Joe Biden centrado y centrista.
7. Culpas del asalto al Capitolio. Se ha pasado del partidismo al aumento del partidismo. Si justo después del asalto, muchos republicanos llegaron a culpar a Trump (un 20%) y un 79% querían perseguir a los culpables, cada vez son menos. De hecho, encuestas recientes indican que de ese 79% de republicanos, hoy son solo un 57% los que demandan justicia.
8. Aumento del apoyo a Trump. Otros estudios muestran cómo se ha pasado en un año de un 56% de republicanos que criticaban a otros políticos republicanos por no apoyar a Trump, a un 63% en la actualidad. El partidismo -y el apoyo a Trump- ha aumentado entre los electores más conservadores. Que Trump haya reaparecido, en Arizona, esta semana, no hará sino aumentar esas cifras.
Tan solo un 42,5% de la ciudadanía apoya a Biden: es la segunda peor valoración de la Historia, solo superado por Trump al terminar su primer año de gobierno"
9. Confianza en el gobierno. Aumento, pero poquísimo, de la confianza en el gobierno. Hoy en día, de media, un 24% de estadounidenses confía en sus instituciones. Con Trump, y los primeros meses de Biden, era del 17%. Un 24% sigue siendo una de las medias más bajas de la historia estadounidense en confianza institucional. Respecto a la aprobación del pesidente, Joe Biden está en una caída constante en su índice de aprobación. Hoy, tan solo un 42,5% de la ciudadanía le apoya. A estas alturas de mandato, es la segunda peor valoración de la Historia (desde que se tienen datos, en 1945). Tan solo lo supera Donald Trump, que estaba ligeramente por debajo al terminar su primer año de gobierno.
10. Enemigo vs. adversario. Según un estudio de UVA Center for Politics, en septiembre de 2021, para el 80% de los demócratas el Partido Republicano es un verdadero peligro para Estados Unidos. Lo mismo ocurre -pero al contrario- para el 84% de los republicanos. Pero lo preocupante es el estudio, citado por Roger Senserrich, que indica que hasta un 40% de republicanos cree que la violencia podría estar justificada para "defender" a su país de las malas políticas.
Ha pasado un año, y Biden no ha sido el bombero que debía apagar el incendio. De hecho, ese incendio sigue en marcha, devorando el centro, y alejando mucho más las orillas. La grieta que surge entre un partido y otro se agranda cada vez más. El presidente que debía apagar el fuego sigue ahí, con la manguera en la mano y diciendo que puede hacerlo. Aunque ya nadie le crea.
Xavier Peytibi es consultor político en Ideograma y autor de Las campañas conectadas y coautor con Sergio Pérez-Diáñez de Cómo comunica la alt-right. De la rana Pepe al virus chino.
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