Iñaki Urdangarin tiene novia, una novia como de videoclip con la que pasea de la mano por la playa o los embarcaderos como si fuera José Luis Perales con pantalones arremangados. Si Urdangarin se divorcia ahora de la infanta Cristina, se divorciará como un particular. La infanta, sin embargo, se divorciará como una monja, que ni siquiera se puede divorciar. La tragedia de la realeza es que no puede dejar de ser realeza, que es como estar casado para siempre con el Dios de letra gótica de la Constitución. Urdangarin dejó de ser familia real y duque prestado como dejó de ser jugador de balonmano o velón del museo de cera, y vuelve a ser jovenzuelo con novia de guitarra, una rubia de la catequesis. Quiero decir que Urdangarin, que ha estado en la cárcel, puede volver a ser un particular, pero la infanta, la realeza, no puede dejar de ser esa monarquía a la que pringó de corrupción un ladronzuelo de sombreros. Urdangarin se queda con la novia nueva y la monarquía se queda con la corrupción.
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