Pedro Sánchez tenía el mundo en sus manos aunque en el vídeo lo viéramos arrinconadito en un pico de la mesa y de los papeles, como un niño con trona atacado por todos sus juguetes. Ucrania, Putin, la OTAN, todo parecía enfilado por el rompehielos de sus ojos. La cámara se movía hacia él con dramatismo de escena de atropellamiento ferroviario, y ahí estaba la clave, en el tiro de cámara. Sánchez estaba arrinconado en su escritorio para que la cámara fuera a su encuentro. El teléfono a contramano, los documentos apilados, los pisapapeles arzobispales o marineros que le hacían como una columna a su busto, todo había sido dispuesto para dejar limpio pero adornado el tiro de cámara, el raíl de la cámara. Cuando nos dimos cuenta de que Sánchez se cambiaba el teléfono y hasta el boli de mano, ya resultaba evidente que aquello era un vídeo musical y que sólo estaba hablando por un teléfono de yogures, de Stevie Wonder o de Gila.
Sánchez no está escribiendo nada porque no está haciendo nada, sólo dándonos el cambiazo en esto como en todo (escamoteo, que se llama en magia)
Sánchez no es sólo un recién descubierto ambidiestro, sino un virtuoso de la elegancia y del ilusionismo que se cambia el teléfono y el boli de mano como una chistera, como una paloma o como un as de picas. Lo que más se ha comentado del vídeo es esto, que Sánchez escriba igual con la izquierda que con la derecha, pero es un misterio que se resuelve asumiendo que Sánchez no está escribiendo nada porque no está haciendo nada, sólo dándonos el cambiazo en esto como en todo (escamoteo, que se llama en magia). Uno no puede imaginarse a Sánchez “siguiendo muy de cerca la situación en Ucrania” y “en permanente contacto con los líderes de la OTAN y la UE” mientras un equipo de realizadores, camarógrafos, iluminadores, guionistas y directores de arte le preparan el escritorio como para una escena de Master and commander y planifican un trávelin de suspense. Pero sí me lo imagino haciendo todo esto sin hablar ni con la OTAN ni con nadie, si acaso cantando en playback para un videoclip.
Sánchez seguramente no tiene para montar un gabinete de crisis en un búnker lleno de puertas remachadas, luces rojas girando y generales sudando por sus medallas como una grifería mal ajustada. No tiene material y no tiene necesidad, dada la importancia de Sánchez y España en todo esto. Lo que sí tiene para montar es una escenita de seducción, que es lo suyo y lo que me ha fascinado del vídeo. Las escenas de seducción son complicadas porque todos los objetos tienen que cambiar su posición, su secuencia y su misión para servir al propósito de seducir. Mirando los objetos, más que la coreografía de Sánchez, que era una coreografía como de anuncio de alarmas del hogar, es como se da uno cuenta del montaje. Por ejemplo, nadie pondría la cartera presidencial donde se ve en el vídeo, de pie en la mesa, tras el ordenador. Pero esa cartera es algo así como la tabla de surf que colocaría a la vista, en un lugar absurdo si hace falta, alguien que quiere ligar con eso del surf.
Nunca se puede planear todo, sin embargo, y el equipo del presidente menospreció la importancia del teléfono, que es como ese teléfono por el que te terminan cogiendo en una de Hitchcock o de la señora Fletcher. Con el teléfono en una mano o en otra, Sánchez sólo parecía articular monosílabos, que eso ya es una pista de que ahí no hay sustancia ni emergencia, de que Sánchez no tiene el teléfono conectado al Despacho Oval, al maletín nuclear ni a la puerta del garaje. A Biden le soltó aquella vez por los pasillos una retahíla como de acordeonista del metro, pero a las puertas de una guerra, en ese contacto permanente y en ese tenso contexto, sólo parecía decir “sí´”, “ya”, “ah”, como si hablara con la suegra o probara un equipo de sonido.
Sánchez pasó de una a otra incomodidad sin sentido no por habilidad sino por necesidad del guion
De todas formas, lo que me llamó la atención fue la posición del teléfono. El teléfono estaba a la derecha de Sánchez, a pesar de que nadie diestro tendría el teléfono a la derecha: o te estorba para todo el cable atravesado, si lo coges con la izquierda, o te obliga a tomar nota con la izquierda, si lo coge con la derecha. Sánchez pasó de una a otra incomodidad sin sentido no por habilidad sino por necesidad del guion: el teléfono debía estar a la derecha porque la izquierda, en el tiro de cámara, estaba reservada para los papeles, esa evidencia del grosor de la tarea de Sánchez y de la aplicación que demuestra en ella.
Tenemos un presidente torpe, que se pone el teléfono a contramano y tiene que elegir entre ahorcarse con él o escribir con la izquierda, o tenemos un presidente fenómeno que escribe como toca el piano o redacta presupuestos, a dos manos e incluso a dos pies. Tenemos un presidente sobrado o inconsciente, que al borde de la guerra mundial se rodea de cineastas y peinadoras, o tenemos un presidente fake que gobierna con trucos de cámara. La gente ha hablado mucho del teléfono de Gila, pero Gila, sin nadie al otro lado, hablaba de verdad con el enemigo, que era la guerra, y hasta lo desarmaba. Sánchez creo que no hablaba con nadie ni de nada ni para nada, sólo se cantaba “I just call to say I love you” a él mismo, poniéndose morritos en el auricular.
Yo me imagino al equipo de Sánchez en ese momento y me doy cuenta de que, si es un videoclip, repetir la toma, parar, recolocar algo, cambiar de mano el boli o el teléfono, sólo hubiera supuesto perder el tiempo. Pero si la escena era real, eso mismo podría haber supuesto perder un aliado o una de esas fragatas que mandamos, simbólicas, voluntariosas, solitarias, frágiles, como tamborileros de batallón. Espero, por nuestro bien, que Sánchez sea un chufla y no ambidiestro, que sea Stevie Wonder en playback y no un payaso hablando de verdad con un general.
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