Podemos ha acusado a la ministra Margarita Robles de “furor militar”, que a uno le ha sonado a cuando aquellos médicos que parecían curas o aquellos curas que parecían médicos hablaban del “furor uterino”, especie de estampida diabólica por las cavernosidades femeninas incendiadas. Si España, con apenas una fragata y un dragaminas, una cosa casi de suvenir, como barquillas de espetos, está con el furor militar, cómo estará Putin... Pero Podemos vende guerra e imperialismo como el cura vendía pecado y aquellos médicos de jeringa gorda y ventosa para los bajos vendían histeria femenina y balnearios. La verdad es que España no tiene por dónde pecar, apenas tiene cosa militar, menos para darle furor y vicio a la guerra. Yo creo que el único furor, el único exceso, se lo he visto a Sánchez poniéndose camisa de color coral, a juego con su Miró de cuarto de baño, para hacer una diplomacia o una guerra sólo de probadores y galanes de noche.
Hay más furor guerrero entre el propio Gobierno de coalición que en nuestra misión en la OTAN, donde apenas aportamos barcos escoba. Fíjense que nuestro gabinete de crisis, nuestro puente de mando, es Sánchez rellenando la primitiva solo, en un rinconcito, al lado de cacharritos de escritorio como mantequilleras, mientras se pasa el teléfono y el boli de mano como Sara Montiel se pasaría un cigarrillo de larga boquilla y humo rizado por sus propias pestañas. En vez de generales, Sánchez se lleva camarógrafos; en vez de expertos, Sánchez se lleva a relojeros de palacio; en vez de chaleco de kevlar, Sánchez se pone esa camisa coral, que uno ni sabía que existía ese color (me lo descubrió en su pieza radiofónica Chapu Apaolaza), un color que pega igual con el cóctel de marisco que con las bombillas rojas de alerta roja. Y lo peor es que, en vez de interlocutores, Sánchez se lleva el menú de configuración del contestador.
Hay más furor guerrero entre el propio Gobierno de coalición que en nuestra misión en la OTAN, donde apenas aportamos barcos escoba
El único furor que ve uno es el de la propaganda, que además no es una propaganda de la guerra ni de la diplomacia, sino sólo de Sánchez. Sánchez no sale cabalgando cañones de buque, como Cher, ni en otra cumbre del minuto como el Vals del minuto, con ese Biden de diplomacia o vejiga prioritarias y urgentísimas. No, únicamente sale Sánchez, solo, callado, como en el batiscafo de su misión silenciosa e insignificante, que parece menos insignificante con esa aprensión de las profundidades silenciosas. No tenemos para más furores, sólo podemos vestir a Sánchez de cita a ciegas, asomarnos a su despachito con movimiento de cámara de Michael Corleone, y darle un teléfono como a aquel niño del anuncio, hola, soy Edu, feliz Navidad. Si fuéramos a una guerra de verdad, la tendría que hacer Sánchez sólo en el Falcon, como el presidente de Independence day, porque aquí no hay más gobierno ni más solución que sacarlo a él en plano medio o plano americano, tócala Sam.
Uno no ve furor militar, ni siquiera furor gobernante. Sólo está ese furor fotográfico de Sánchez, de novato con Leica, y ya, eso sí, la guerra fría o no tan fría dentro del propio Gobierno de coalición. Todo el camuflaje y todos los sacos terreros que no vimos en la sala de crisis de Sánchez, que sólo parecía que atendía a una crisis de sus cortinas o de la afinación de su piano, los tiene que usar Sánchez en el consejo de ministros. Sánchez tiene en el Gobierno ministros ingobernables, posturas irreconciliables, ideologías incompatibles y hasta saboteadores que le queman la mesa, la bandera y la Constitución por un pico, como una foto del ex. Si con Putin usa teléfono de góndola, es al Consejo de Ministros donde tiene que llevar teléfono de trinchera, de ésos con manivela de coche de Buster Keaton. Que España pueda sobrevivir o no a esa guerra dentro del Gobierno, eso le parece a uno más inquietante ahora que nuestras fragatas, excesivas, tremebundas, con nuestros marineritos letales, como si mandáramos la Estrella de la Muerte vestida de comunión.
Podemos dice que el PSOE sufre “furor militar”, que suena al sarpullido que daban las mantas de la mili o a las ganas de ver a la novia del pueblo después. En el fondo, uno siempre ha visto más militar a este Podemos del “no a la guerra”, que al final no hace otra cosa que convertir todo en una guerra: guerra con el varón, con el diccionario, con la judicatura, con la ley, con los periodistas, con la lógica, con la historia, con Florentino que tiene cosa de curita de MASH... Hay más guerra en el hembrismo de hembra de guerrilla de Ione Belarra o Irene Montero, o en el uso aplastador o desinfectante de la masa, del fuego o del cascote que defiende Pablo Iglesias, aunque ahora lo defienda como desde la barbería (esa política que se hace en el sillón de barbero); hay más guerra ahí, decía, que en nuestras fragatas sardineras y en nuestros soldados a los que nos hemos acostumbrado a ver sólo con chocolatina o pala de jardín. Hay más guerra en Podemos que en todo lo que pueda hacer Sánchez, que ni siquiera se atreve a hacerle la guerra a Podemos, imaginen a Putin. En realidad Sánchez no puede hacer la guerra, que le dejaría arrugas para su cita a ciegas.
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