A lo mejor esto que ha hecho Yolanda Díaz es justo lo de “sumar desde la diferencia”, el “nuevo espacio” y todo eso que decía ella desde el incensario de su voz, que parece que va limpiando chakras. Ésta debe de ser la verdadera transversalidad, ver a una comunista, aunque sea una comunista de festival, teniendo que apoyarse en Ciudadanos, en UPN y hasta en un voto cómico del PP para salvar nada menos que su proyecto personal, su proyecto estrella, algo así como su reforma luterana, ella que se fue vestida de puritano de Rembrandt a ver al papa. Hasta el voto erróneo del PP queda ahí como una astillita irónica. Una cosa es la transversalidad, que apenas recorre la distancia de Echenique a Errejón, como un teléfono de cordel, y otra meter ahí a las derechas de pedernal. Yo no sé si ahora Díaz va a poder volver a pasear con Ada Colau como las vimos, agarradas del brazo y dando saltitos como si llevaran requesón al abuelo de Heidi o sábanas al río, allí por una Barcelona convertida en musical de floristas o de colonos.
No sabe uno ya si las derechas están contribuyendo a la revolución o es que lo de Yolanda Díaz no es revolución, ni siquiera izquierda de carromato, sino sólo su propia causa. Aparte del PDeCAT, derecha maciza y herderiana pero amiga en la sedición, Yolanda Díaz ha pactado con Ciudadanos, un partido que la izquierda siempre ha visto como una derecha un poco ciencióloga, pero no tan diferente de la otra derecha de anillaco y latinajo, o incluso peor. También ha pactado con UPN, al menos con la oficialidad de UPN, aunque los diputados se hayan rebelado al final. UPN es la derecha foralista navarra, que es como decir el chorizo de Pamplona de la derecha, ahí es nada. Estos socios pueden resultar chocantes si uno recuerda que la derecha estaba fuera de la democracia, fuera de la moral, fuera incluso de la ciencia (“negacionistas” los llama Sánchez cuando se niegan a tirarle la capa para que el presidente pase los charcos sin mojarse, como la real hembra que él se cree en macho). Pero no es tan raro si se entiende que ese “nuevo espacio” de Yolanda Díaz es ella publicitándose, y que necesita sacar esta reforma por sacar algo y que no parezca que se lleva todo el tiempo buscando amigas para trenzar guirnaldas o coletas.
El peligro es que Yolanda ha llevado su espacio y su diferencia, su columpio de flores, hasta la frontera de la derecha, una frontera como la de ir a los toros con puro
El peligro es que Yolanda ha llevado su espacio y su diferencia, su columpio de flores, hasta la frontera de la derecha, una frontera como la de ir a los toros con puro o la de ir a un asador de mucho espadón, mucha sangre y mucha pezuña. O sea, que ahora lo difícil va a ser poder seguir manteniendo la pegatina de la izquierda en la frente o en la teta rigobertiana, quesera y pegatinera. La diferencia, la transversalidad, no puede ser tanta que admita que hayan pactado contigo el voto unos señores de UPN con servilleta de capote. Ni Ciudadanos, que a la izquierda siempre le ha preocupado o irritado más que el PP, como a Nietzsche le preocupaban e irritaban más los protestantes que los católicos (“cuanto más se acerca la religión a la ciencia, más aumenta lo que tiene de criminal”, decía más o menos, que no voy a buscarlo ahora). “Esta es la reforma laboral que hubiera aprobado Albert Rivera”, ha llegado a decir Rufián mentando a Rivera como el que mienta a Sadam Hussein.
Ahora Yolanda camina con Rivera, con el patrón de los diputados de UPN, a los que espera un pincho para carne, y hasta con ese pobre diputado del PP, Alberto Casero, con su metedura de pata que yo veo un poco entre el error y la conversión, como si esta reformita de Díaz, casi de derechas, le hubiera tentado o al menos confundido a la hora de darle al clic. La reforma ha salido (o no) de chiripa, quizá porque era una reforma de chiripa desde el principio, eso de que fuera rebotando por la derogación, por la actualización y por el matiz hasta quedarse en lo que en billar se llama un churro. La reforma laboral (o lo que sea) se ha aprobado (o lo que sea), pero uno ha visto a Yolanda Díaz ir más allá de la transversalidad en su columpio, tanto que lo suyo ya no puede continuar sino como otro proyecto de sanchismo, o sea algo sin más ideología que la aritmética.
Se corrija o no ese voto, estoy muy lejos de decir que Díaz ha salido triunfante de este churro de reforma y de negociación. Más bien diría que el proyecto de Díaz, su “nuevo espacio”, que sólo era su espacio escénico para bailar entre margaritas, cintas del pelo y resoles blancos, como Kate Bush; que su apuesta por una refundación de Podemos basada en su carisma y su tono de voz como de Julia de Verano azul; que su aventura, en fin, acaba de terminar con este sainete. Me imagino al personal preguntándose qué queda ya de la izquierda en Díaz, que se ha ido a los toros de Carabanchel con la derecha como con don Hilarión. Yo, la verdad, la veo más cerca de montar un centro cienciólogo con Rivera. O un asador con Macarena Olona, que le enseñará la verdad del campo como la verdad del matarife.
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