Ya no somos una democracia “plena”, somos una democracia “defectuosa” (flawed), como una batidora defectuosa, ahí entre la suciedad, el caos y el crimen doméstico. Lo ha dicho The Economist desde sus torres londinenses, esas torres relojeras o carceleras que lo mismo sirven para grandear el imperio, para escalar mapas o para presentar a Benny Hill. A mí lo que me parece es que allí, donde empezaron las revoluciones burguesas y el verdadero fin del Antiguo Régimen (Cromwell antes y hasta por encima de Robespierre), han tardado mucho en darse cuenta de lo que estaba haciendo / deshaciendo el sanchismo. Es como si The Economist acabara de descubrir a Pedro Sánchez, justo ahora que se nos ha desenmascarillado del todo y es como el tunante Zorro desenmascarado.

Estas evaluaciones y escalafones que se hacen con catalejo desde la Gran Bretaña o por ahí no suelen dejarnos bien, que allí viste mucho, aunque no tenga mucha sustancia, como sus sombreritos y paraguas caligráficos, cierta superioridad paternalista o revanchista del norte protestante, industrioso y rico sobre el sur santero, vago y pobre. Desde aquí podríamos decir, en la tradición de Heródoto, que la verdadera civilización es mediterránea y que el norte sólo ha dado bárbaros y valquirias gordas y lo demás es copiado (un joven Locke comparó a Cromwell con César y Augusto, no con Carataco, claro). Pero no vamos a ponernos historicistas, esencialistas y coñazos, como sí lo haría un inglés seguramente

El CGPJ no es un problema porque no se renueve, sino porque los mecanismos para la elección de sus miembros siguen siendo oscuros, ambiguos y venales

Aunque la Gran Bretaña nos mire siempre con el monóculo caído en la taza de té, aunque el inglés leyendo la prensa parezca en realidad ese francés de diligencia de las películas del Oeste, aunque sus periódicos de porcelana y sus corresponsales, más de cocidos y gitanerías que de política, se hayan comido el relato totalitario indepe en diversos grados de condescendencia, conciliación o autoridad; aunque, en fin, el inglesismo nos inspire para la guasa y hasta para el tocomocho, como un americano de Ramón J. Sender (La tesis de Nancy, recuerden), uno cree que hay que dejar atrás todo el pique de la pérfida Albión y todo el estupor ante el gambón de balconing y darles la razón. Sí, The Economist tiene razón al irnos acercando un poco más al bananerismo, y uno diría que incluso lo ha hecho tarde, con todo el retraso de sus grandes relojes de muelle y sus lentas instituciones de muelle. También, eso sí, diría uno que han acertado de casualidad.

En realidad, el catalejo de The Economist deja unas explicaciones bastante vagas o desenfocadas, o sea que han ido un poco al bulto, al nubarroneo, incluso al grosor de los titulares, que allí se evalúa todo un poco así, por la heráldica con la que viene, igual los periódicos que los colegios que los cigarrillos. Quiero decir que no creo que Villarejo haya superado ahora a los ERE, ni a la Gürtel, ni a Marbella, que fueron todo un barroco de oro y pillería, para que se cite la corrupción en el suspenso. Además, confunden lo coyuntural o lo anecdótico con lo sistémico o lo fundamental. El CGPJ no es un problema porque no se renueve, sino porque los mecanismos para la elección de sus miembros siguen siendo oscuros, ambiguos y venales. Tampoco el independentismo nos devalúa porque “plantee retos a la gobernabilidad”, que dice el informe bastante estúpidamente, sino porque niega el imperio de la Ley. Como lo niegan miembros del propio Gobierno, en realidad.

Yo creo que The Economist, al final, nos ha examinado otra vez atendiendo a los informes sobre los cocidos y los tablaos de los corresponsales, y uno quiere darle la razón pero con mejores razones. Ahora mismo, nuestra democracia es “defectuosa” no porque el CGPJ no se releve como si fuera la Guardia Real, sino porque Sánchez y sus socios se oponen a que los jueces sean elegidos por los propios jueces, la mejor manera de afianzar su independencia. No es defectuosa porque los parlamentos estén muy fragmentados (chocante el hincapié que hace el semanario londinense en esto), sino porque hay autonomías, partidos, ministros y vicepresidentes que niegan la igualdad y los derechos ciudadanos, y hasta el mismísimo principio de legalidad, sustituidos por becerradas en las plazas, linchamientos peñistas y timbas en las que se puede tumbar la Constitución como se tumba un vaso de chupito. Es defectuosa porque todas las instituciones y todos los recursos del Estado están ocupados por el colchón de Sánchez como si fuera un zepelín. Es defectuosa porque hemos tenido estados de alarma y cierre del Congreso ilegales, vulnerando derechos fundamentales, y aquí no ha pasado nada. Otros aspectos que se podrían mejorar, como el sistema electoral o de representación, parecen veleidades de interiorismo al lado de estas auténticas salvajadas antidemocráticas.

The Economist ha elaborado un índice que parece una quiniela de barbería, o mejor una quiniela del Reform Club, aunque allí no haya quinielas. Aun así, o sea sin considerar lo más importante, lo más dañino, lo más brutal, y quizá confundiendo la democracia con el gazpacho, como la ultra americana confundió la Gestapo, nos ha degradado como si nos suspendiera en el inglés de Francis Matthews. Nos deja justo detrás de Francia e Israel, mejor que Estados Unidos y muy por encima de la Bélgica de Puigdemont y de los etarras protegidos por reverendísimos jueces de escobero. Pero es todo mucho peor. No, no es que en la Gran Bretaña hayan descubierto a Sánchez justo ahora, como parecen haber descubierto a Boris Johnson. Más bien, como algunos aquí, todavía toman a nuestro presidente por un torero.