Interpretaciones interesadas al margen, lo sucedido este domingo en las elecciones anticipadas en Castilla y León deja las cosas muy claras: el PP ha fracasado en su intento de conseguir la mas amplia mayoría posible que le permitiera gobernar en solitario y, aunque ha logrado dos escaños más de los que tenía, el hecho es que ha perdido 55.000 votos.
Nada ha salido como esperaban en la dirección nacional del partido y ahora se enfrentan a un panorama endemoniado porque los resultados de estas elecciones dicen que Alfonso Fernández Mañueco depende de Vox para gobernar, justamente lo que Casado y García Egea pretendían evitar en este caso y en los sucesivos, que incluyen elecciones en Andalucía, las municipales y autonómicas de 2023 y las elecciones generales cuando se convoquen.
Dice Teodoro García Egea que van a hablar "con todos los partidos" para conseguir un gobierno estable en esa comunidad. Y, dado que no es ni remotamente probable que se alcance un acuerdo de coalición con el Partido Socialista, al PP no le queda otro interlocutor que sume con él la mayoría absoluta que el partido de Santiago Abascal, dado que ni siquiera con el resto de partidos provincialistas los populares consiguen sumar esa mayoría absoluta que otorgaría la buscada estabilidad al gobierno de Castilla y León.
Y ahora el PP se tiene que plantear en qué términos quiere y puede relacionarse con Vox dado que Abascal ya ha dicho que reclaman entrar en el gobierno. Es más, ha dado por supuesto que su candidato, Juan García Gallardo, que se estrena ahora en política, va a ocupar la vicepresidencia del gobierno castellano y leonés.
A partir de este momento Pablo Casado y Alfonso Fernández Mañueco son rehenes de Vox. Y sus posibilidades de eludir las exigencias del partido verde en el sentido de entrar en el gobierno son prácticamente nulas. En una palabra: o el PP gobierna con Vox, o no gobierna.
Casado y Mañueco son rehenes de Vox. En una palabra: o el PP gobierna con Vox, o no gobierna
Todas las demás combinaciones que se hagan están destinadas al fracaso salvo que los de Santiago Abascal aceptaran gobernar "desde fuera", esto es, imponiendo sus exigencias al rehén, Mañueco, que estaría obligado a aceptarlas asumiendo además el coste de poner en práctica políticas que no son las suyas pero que habría asumido a cambio de "gobernar en solitario".
Esa fórmula, que no es más que una hipótesis, garantizaría al Partido Popular su práctico hundimiento en las siguientes elecciones en Castilla y León y una notable pérdida de votos en el resto de las autonomías -hay que recordar que están pendientes las elecciones en Andalucía- y desde luego en las elecciones generales.
No tiene muchas más alternativas el PP que la de hacer un pacto de coalición con Vox para gobernar el territorio castellano y leonés. Y a Vox se le presenta la ocasión, no exenta de riesgos, de demostrar que además de denunciar a otros por sus políticas equivocadas, están en condiciones de gobernar y saben hacerlo.
Vox tendrá que explicarse a sí mismo cómo se puede ser contrario al diseño de la España autonómica y contrario, por lo tanto, a la existencia de las autonomías y reclamar al mismo tiempo nada menos que la vicepresidencia de un gobierno autonómico. Y resolver su posición contraria a la Unión Europea como instancia supranacional limitadora por lo tanto de las soberanías nacionales y estar esperando desde la vicepresidencia del gobierno castellano y leonés la llegada como agua de mayo a su comunidad de los fondos europeos de solidaridad entre naciones.
Vox está inédito en la gestión de la cosa pública. Y no es lo mismo gritar asomado al balcón contra los que hacen el trabajo que bajar a la calle y ponerse a tirar del carro.
Algo así es lo que le ha pasado a Podemos, que se decía dispuesto a tomar el cielo por asalto pero que, una vez metidos en faena, ha visto cómo se iban desinflando sus pretensiones y sus ínfulas hasta encontrarse, como ahora se encuentran, asomados al borde del abismo. Después de haber conseguido 10 escaños en las elecciones de 2015 y casi 164.000 votos, haber caído a sólo dos en las de 2019 y haber salvado por los pelos a su único procurador en los comicios de ayer, pero perdiendo, eso sí, más de seis mil votos de los casi 68.000 con los que se habían quedado en 2019.
Por lo que se refiere al Partido Socialista, estas elecciones suponen un fracaso estrepitoso con siete diputados y 110.000 votos menos que en las anteriores elecciones. La realidad es que el PSOE va perdiendo apoyos en cada convocatoria electoral, excepción hecha de Cataluña, y que es poco probable que los recupere agitando, como sin duda va a hacer a partir de ahora, que el PP "va a gobernar con la ultraderecha", su letanía favorita, letanía que hasta el momento no le ha dado el menor resultado.
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