Ya no sirve. Ya no basta. El destrozo hecho al Partido Popular por sus dos máximos dirigentes Pablo Casado y Teodoro García Egea, ha adquirido unas dimensiones no sólo tan hondas sino tan enormemente extensas que no le queda más salida al presidente del PP que renunciar a su cargo, tal y como ha hecho su secretario general en un movimiento de última hora destinado a garantizar la permanencia en el puesto de su inmediato superior.
Pero ya no basta la dimisión de García Egea. Y eso por varias razones. La primera de ellas es que Casado no solamente ha secundado los ataques a Isabel Díaz Ayuso sino que en una desdichada entrevista el pasado viernes cometió un error mayúsculo y determinante al lanzar en formato de sugerencia gravísimas acusaciones contra la presidenta de Madrid sin tener mínimamente amarrada la base de esos ataques feroces.
La segunda es que él fue quien, en esa entrevista, dió por buenos unos datos que le habían llegado y cuyo origen se negó en varias ocasiones a desvelar, sin haberse preocupado ni por un segundo en constatar si la interpretación que él y García Egea hacían de esa información era la correcta.
Tampoco se preocuparon de considerar que estaban delante de una filtración ilegal porque los datos bancarios y fiscales de cualquier ciudadano únicamente pueden ser conocidos por una orden judicial o por una actuación de la Agencia Tributaria.
De manera que, sin ningún género de duda, el presidente del PP y el secretario general del partido estaban ante una ilegalidad flagrante. Y eso es algo que ninguno de los dos podía desconocer.
No contentos con eso, Teodoro García Egea -probablemente sin el conocimiento de Pablo Casado- ideó otra vía para destrozar de una vez por todas las aspiraciones de Isabel Díaz Ayuso de presidir el PP madrileño una vez se hubiera celebrado el congreso de Madrid: encargar a una agencia de detectives la investigación de las actividades y los datos fiscales y bancarios de su familia y allegados.
Una ilegalidad como una casa como la que había cometido el autor de esa información anónima que Pablo Casado le contó a Carlos Herrera que les había llegado a las manos y de cuya literalidad nadie tiene constancia salvo ellos dos. Naturalmente, las agencias de detectives se negaron a cometer semejante irregularidad porque no estaban dispuestas a poner en riesgo la reputación de sus respectivas compañías y su más que probable cierre posterior.
En medio de tanta basura, Pablo Casado se sienta ante los micrófonos de la COPE y en un tono exculpatorio y en defensa de la ejemplaridad, lanza una tras otra una sarta de insinuaciones de corrupción contra Ayuso sin más soporte que esa información ilegal que les había llegado a las manos. Incluso se atreve a especular con la hipótesis de que el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid pudiera esconderse detrás del nombre del empresario al que estaría utilizando como testaferro.
Aquello fue impresionante. Pero lo más impresionante de todo es que Pablo Casado no parecía ser consciente de la enormidad que estaba cometiendo. “¿Qué he hecho mal?” se preguntaba a sí mismo en la certeza de que todo lo que había hecho estuvo bien. Y según parece, se lo sigue preguntando, lo cual resulta aún más asombroso.
Después de esa entrevista y de las gruesas acusaciones contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, Pablo Casado quedó plenamente desautorizado para seguir presidiendo el partido que pretende ser la alternativa de gobierno en España. Su papel tendría que haber sido el contrario: apaciguar las aguas, reconocer el peso electoral de Ayuso y en todo caso y con toda la prudencia de que fuera capaz, haber vuelto a insistirle en la necesidad de que, para su tranquilidad, ella le proporcionara más detalles de la operación comercial de marras.
Claro que para eso el clima entre la presidenta de la Comunidad de Madrid y el presidente del partido y, sobre todo, el secretario general tendría que haber sido cordial y de confianza recíproca, clima que había quedado roto mucho tiempo atrás.
Pero, tras la denuncia que ella hizo el jueves pasado del espionaje de que había sido víctima su familia, vino el ataque a Ayuso por parte de Egea y, acto seguido, la fulminación de la presidenta madrileña a cargo de Casado, con lo que se esfumó definitivamente cualquier atisbo de reconciliación.
Fue a partir de entonces cuando se empezaron a abrir las grietas en el PP, cada vez más profundas. Una hemorragia imparable de abandonos, con anuncios constantes de dimisión acompañados de escritos pidiendo la salida urgente del secretario general, conversaciones telefónicas en las que ya se le pedía a él que diera un paso atrás y presentara su renuncia. Los cimientos del PP empezaron a temblar de manera peligrosa. El partido estaba a punto del hundimiento.
Pablo Casado debería renunciar antes de que el partido se deshaga aún más de lo que ya está
Y ni siquiera los miembros de su Comité de Dirección le respaldaron el lunes pasado en aquella reunión bronca e interminable: de un total de 13 asistentes a la reunión, tan solo cuatro le dieron su apoyo; los otros nueve le pusieron una exigencia sobre la mesa. O presentaba su dimisión o convocaba un congreso extraordinario para elegir un nuevo presidente del partido.
En estas condiciones, ya no hay marcha atrás posible. Pablo Casado debería renunciar antes de que el partido se deshaga aún más de lo que ya está deshecho. Toda resistencia que oponga será a la desesperada y por lo tanto inútil. Un hombre honesto a carta cabal y afectuoso con todo el mundo ha sido víctima de sí mismo pero yo creo que, sobre todo, lo ha sido de su secretario general, al que ha dado un crédito infinito y un poder casi omnímodo.
Y en este momento lo único que ya procede es su salida. El Partido Popular tiene, afortunadamente para la formación política, una alternativa, un hombre capaz de volver a aglutinar a su partido y ponerlo en la tesitura de ejercer de manera efectiva y creíble la oposición al Gobierno, que es Alberto Núñez Feijóo.
La sustitución de Casado por el presidente gallego está cuajada de dificultades. Pero también es verdad que estamos hablando de un hombre maduro, templado, con larga experiencia de gobierno y con unos espectaculares resultados electorales a su espalda que constituyen una garantía para el PP. Un político que sabrá rodearse de un equipo sólido, con formación y capacitación suficientes que proporcionen una imagen de solidez al partido. No es una apuesta políticamente arriesgada sino todo lo contrario.
Porque lo que es evidente es que los españoles no pueden permitir que, al mirar hacia el centro derecha de la vida política no encuentren más que un páramo, un desierto de debilidades y silencios.
Pero ese sería el triste panorama que en estos momentos y después de lo vivido en los últimos días, podría ya ofrecer Pablo Casado. Por eso es inevitable que presente su dimisión. Mejor antes que después.
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