La efectividad de las medidas para parar la barbarie y forzar una negociación de paz es discutible. El encarecimiento súbito del gas y el petróleo, la exposición y el riesgo mutuo en el sistema SWIFT y el desinterés por la gestión de la reputación desaconsejan pensar las sanciones sin contrapesos políticos y diplomáticos. La decisión es reactiva y necesitará una ventana de cinco a siete años para ser efectiva, esto es, afectar los fundamentos de la actividad económica rusa y sus dirigentes. Ahora sabemos que las sanciones debieron ser progresivas y crecientes tras la anexión de Crimea en 2014. Es tarde y en el sendero elegido hay multitud de escollos, pero se antojan fundamentales para el tipo de conflicto que el gobierno de Putin ha provocado.
Rusia es una economía en desarrollo basada en la exportación de energías y en materias primas. Su producción económica e industrial no genera valor añadido y sus servicios no son competitivos a escala global, comparado con las empresas estadounidenses, chinas o europeas. Su posición de debilidad se salva por la dependencia energética, ya que el 30% del consumo europeo es de origen ruso.
La demanda europea es inelástica y los otros proveedores disponibles – sean Catar, Estados Unidos o Australia- no pueden atender la demanda de gas licuado en las condiciones que Europa reclama. Rusia, por su parte, tampoco tiene donde elegir. China se ha comprometido a adquirir gas y petróleo, pero no está en su plan estratégico ni Nord Stream puede reconducirse hacia el mercado asiático. Otras materias primas (platino, titanio, aluminio, acero) y los populares semiconductores tienen poco recorrido fuera del mercado europeo. China no está interesada y Estados Unidos depende de Taiwán.
El oso ruso vende fuera materias primas, pero no puede producir, crear empleos de alto valor añadido o redistribuir riqueza interna. Es un caldo de cultivo ideal para el nacional populismo"
Esas condiciones, junto a la inseguridad jurídica y el riesgo real de conflicto extendido, anticipan el parón industrial ruso para la próxima generación. Intuyo un escenario de desinversión, cierre de industrias y fuga de capitales que requieran retornos a más de 20 años. El oso ruso vende fuera materias primas, pero no puede producir, crear empleos de alto valor añadido o redistribuir riqueza interna. Es un caldo de cultivo ideal para el nacional populismo.
La externalidad de la subida de precios es doble: inflación y transición energética. Por un lado, Europa presenta crecimientos de dos puntos en inflación y veremos algunos estados miembros -o sus mercados exportadores- con cifras cercanas al 10%. Representa un deterioro muy rápido de los activos y la capacidad de ahorro, así como un adiós a la capacidad transformadora de los Fondos Next Generation.
La presidencia Biden-Harris, ante las elecciones midterms, está obsesionada con el control de la inflación, porque este impuesto indirecto se nota ya en los hogares y la cesta de la compra. Cualquier decisión energética será postergada. En la Unión Europea, sin un escenario claro para el Nord Stream 2, habrá pocas oportunidades para ejecutar los planes de energía verde. El efecto inmediato, según apunta el FMI, es una caída del crecimiento del 4,4% al 3,5%. El agobio a corto plazo impide la visión general de cómo ejecutar el desacoplamiento energético.
El peso de Rusia en los intercambios SWIFT apenas alcanza el 1,5% del volumen total de operaciones. La expulsión del sistema bancario es una decisión tomada, pero que ahora hay que ejecutar para minimizar daños. Los bancos estadounidenses y alemanes están expuestos a este riesgo, mientras que Rusia ha promovido políticas financieras de defensa. Su exposición y deuda internacional ha decrecido, ha creado un sistema alternativo de pagos offshore (¿dónde estará el dinero?, pregunto sin cinismo) y ha experimentado con la criptomoneda.
Las empresas rusas han anticipado la exclusión y han aprendido a navegar la inestabilidad. La salida de SWIFT tendrá valor simbólico e incomodará sobremanera a las empresas de gas y petróleo, así como a sus pagadores alemanes. No obstante, no cuento un impacto mayor del ya descontado. Resta la incógnita de la economía financiera digital. En la última década, el gobierno ruso ha ensayado medidas y ataques esporádicos contra instituciones y particulares con el ánimo de causar daño crónico a las instituciones, la propiedad intelectual, la privacidad o las infraestructuras críticas. Veremos cuánto han aprendido a gestionar los activos fuera del radar de la banca internacional para asegurar pagos a proveedores, financiar una guerra a largo plazo o bloquear a terceros.
En cuanto a la gestión de la reputación, Rusia es paradójica. El gobierno de Putin y su grupo de oligarcas desprecia el sentido internacional del prestigio o el respeto, la seguridad reputacional que menciona Nicholas J. Cull. Representan el thymos de Fukuyama, entendido como el deseo de reconocimiento internacional o incluso placer por provocar temor. La expulsión de Eurovisión o la cancelación de los actos deportivos mundiales no afectan a la vida ordinaria de los sátrapas, que seguirán disfrutando de los espectáculos en otras geografías. La crisis de reputación refuerza la narrativa antioccidental, la brecha ellos-nosotros y sirve para coreografiar un sentimiento de ofensa.
El hecho de verse fuera de los circuitos deportivos o audiovisuales puede ofrecer un marco de entendimiento del mal generado por las decisiones de Putin"
En cambio, el descrédito internacional puede tener un efecto en la opinión pública rusa. En ausencia de un periodismo libre, la sociedad rusa apenas recibe información veraz sobre la agresión a Ucrania. El hecho de verse fuera de los circuitos deportivos o audiovisuales puede ofrecer un marco de entendimiento del mal generado por las decisiones de Putin. Para mí, estas medidas reputaciones son relevantes, aunque hayan circulado sornas y memes al respecto.
En suma, las sanciones económicas no son unilaterales, sino que permiten a Rusia jugar sus bazas. El error, por ser más directos, ha sido concebir estas medidas como reactivas y no haber preparado el entorno europeo para una transición energética desde 2014 que permitiera el desacoplamiento económico eficaz. Los dirigentes rusos sí lo hicieron. Me quedo con, al menos, una certeza: confirman las tesis de desglobalización basada en incertidumbre a largo plazo, renacionalización de las decisiones, bloqueo de las instituciones de gobernanza global y emergencia de nuevos campeones del desprecio por el orden liberal.
Juan Luis Manfredi es catedrático Príncipe de Asturias en Georgetown University.
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