Europa reacciona o se despereza contra Putin tocándose los bolsillos, aún parece que nos buscamos el tabaco mientras el trampero ruso, borracho de póker (el juego emborracha más que el vodka), estará pensando que podría llegar a Helsinki con el mismo farol de sargento de cantina. Las sanciones se hacen esperar y se escalonan porque preocupan el negocio del gas y el que dejan los ricos rusos chungos, que les compran mucho Gucci y mucho diamante con forma de lágrima a sus lánguidas Natachas enjauladas en jacuzzis o iglús. Draghi presionó para excluir a las firmas de lujo italianas del paquete de sanciones y Borrell se sentía satisfecho de haber expulsado a Rusia de Eurovisión y de la Champions, como si la expulsaran del bar con cuponero, tranca y tragaperras de la esquina. Aquí quizá estamos pensando en el turismo y en la exportación de marisco, y por eso sólo hemos mandado a Ucrania mantas, paracetamol y no sé si parchises, como si en vez de guerra allí sólo tuvieran paperas.
Putin puede que esté en guerra, pero Europa todavía está en sus negocios, igual que España. Estamos en esos negocios de Florentino, que es como nuestro único jeque con turbante de servilleta de restaurante de la Castellana; o esos negocios de escaparate de la calle Serrano, donde los rusos y los que no son rusos hacen safaris de bolsos como de cebras; o esos negocios de paellera donde caen los guiris como carabineros.
Incluso estamos con esos negocios de la política, que es nuestro mayor negocio. El negocio de subastas de Sánchez, que tiene más probabilidad de enviar munición más o menos figurada a los indepes que a los ucranianos, o el negocio de cartones de IU y demás, que todavía, con lo que está pasando, convocaron una manifestación contra la OTAN, supongo que por aprovechar su colección de chapas y la muy venerable pluma de indio con manta de Javier Krahe. La única guerra que parece preocupar aquí es la del PP, esa guerra de huesos de aceituna, batallones de gaiteros y costureras de Malasaña.
Ahora dicen mucho eso de que Putin ha despertado traumáticamente a Europa, como un oso de Ricitos de Oro (con Putin siguen saliendo muchas metáforas de osito, sobre todo de osito con pajarita o algo así), pero yo no veo que haya despertado de nada. Europa sigue con el negocio cani de sus futbolistas canis, o con el negocio quesero de sus identidades queseras (Macron ante Putin parecía sólo un maestro fromager endomingado de hule), o con el negocio grecolatino de sus moños y frisos grecolatinos, o con el negocio metalúrgico de sus cabezas norteñas y metalúrgicas. Si te preocupa más que nada el negocio del butanero, o del hamaquero, o la venta de bolsitos ridículos para meter el caniche ridículo, es seguro que no ves en Putin la mayor amenaza para la democracia y para el mundo desde la II Guerra Mundial. Europa no ha despertado ni siquiera con ese campanazo de cazo de trampero contra la sartén de trampero de desayuno de tramperos, y eso que el desayuno somos nosotros. O sea, que quizá ya no despierte.
La única guerra que preocupa aquí es la del PP, esa guerra de huesos de aceituna, gaiteros y costureras"
Europa va poniendo sus sancioncillas, pensándoselas mucho, no vaya a ser que perjudiquen a los tenderos, a los exportadores, a los jeques de aquí o a los jeques que viven aquí, que les perjudiquen más que la propia destrucción de Europa o del mundo, quiero decir. Empezamos con Eurovisión y con la Champions, como si Putin fuera ese marido o esa señora a los que se puede sedar o chantajear con el fútbol o la telenovela, luego llegaron las sanciones sin lujo (dejarlos sin lujo sería una crueldad, casi más que dejar al marido sin liga y a la señora sin serie turca), luego la expulsión del sistema SWIFT pero sólo para bancos “seleccionados” (no sé si los medirán también por el lujo, como hoteles con grandes sábanas de dólar), y el cierre del espacio aéreo, que suena a espantar moscas de una sandía.
Pero a Putin esto le da igual, no hubiera hecho nada si no contara ya con esta valentía y esta saña de occidente que podría dejar a Rusia sin quesos, sin chiringuitos, sin Messi y sin Chanel (la cantante, no el perfume, que ya digo que Occidente no es tan cruel).
No estamos en guerra, seguimos en el negocio. Es la ventaja que lleva Putin, que él hace la guerra y Occidente aún hace cuentas. Hasta nosotros seguimos con nuestro negocio de vocación maternal, cosas de la Matria del Gobierno, y enviamos papillas, mantas, manoplas, aspirinas, algo así. Aunque haya otras cosas, cascos o chalecos antibala, lo que hay sobre todo en nuestros cargamentos, también en ése que acariciaba Margarita Robles con una ternura chocante, como si acariciara un cachalote; lo que hay, decía, es como esa nana de guitarra española con la que solventamos igual guerras que inundaciones, o incluso el fin del mundo: o sea mimos, cariños y sana sana culito de rana. Faltan solamente aplausos en los balcones para los ucranianos.
A Putin lo consentimos, lo engordamos, lo adulamos incluso; hicimos de la política con Rusia una especie de negocio de pelucos horteras, disculpando la corrupción, el delito y la autocracia como si sólo fuera kitsch, como esas fotos suyas pescando despechugado en las que parece un osito en albornoz. Ahora, puede destruir Europa, o el planeta. Sí, se debe hacer mucho más, se debe arriesgar mucho más, aunque sufran el brilli-brilli europeo o Florentino, nuestro jeque con helicóptero alicatado. Se debe hacer más y se puede hacer más. Y sin tener que enseñarle las ojivas nucleares como las enseña él, como si fueran huevazos de mandril.
Europa reacciona o se despereza contra Putin tocándose los bolsillos, aún parece que nos buscamos el tabaco mientras el trampero ruso, borracho de póker (el juego emborracha más que el vodka), estará pensando que podría llegar a Helsinki con el mismo farol de sargento de cantina. Las sanciones se hacen esperar y se escalonan porque preocupan el negocio del gas y el que dejan los ricos rusos chungos, que les compran mucho Gucci y mucho diamante con forma de lágrima a sus lánguidas Natachas enjauladas en jacuzzis o iglús. Draghi presionó para excluir a las firmas de lujo italianas del paquete de sanciones y Borrell se sentía satisfecho de haber expulsado a Rusia de Eurovisión y de la Champions, como si la expulsaran del bar con cuponero, tranca y tragaperras de la esquina. Aquí quizá estamos pensando en el turismo y en la exportación de marisco, y por eso sólo hemos mandado a Ucrania mantas, paracetamol y no sé si parchises, como si en vez de guerra allí sólo tuvieran paperas.
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