El PP va ahora por ahí penante, descabezado y antinatural, como un guillotinado de guillotina de museo de cera. Casado ya no es nadie y Feijóo aún no puede ser nada, sólo un señor que se niega a sí mismo ante la prensa y que hasta se viste de particular raso o de ornitólogo de sus campos gallegos para no parecer el líder del partido, sino sólo que está esperando el autobús. Pero el PP no está ahora para esperar el autobús con frío de todas las estaciones y paciencia caligráfica de todos los relojes, o sea que uno se sigue preguntando para qué sirve este vacío de poder. Este interregno, con Génova como Chernóbil, como una manigua de muerte, es eso, un gran vacío que no se puede llenar con el cadáver salmantino que es Casado ni con este Feijóo que contesta a los periodistas como un jubilado que recoge setas y que pasaba por allí.
Casado murió de puñalada tierna en aquella noche de los barones en Génova, como en un tercer acto, y quedó bien enterrado en el Congreso, con esa despedida como si se hubiera hundido en su galeón, cuadrándose por última vez ante la bandera y las gaviotas. Eso a uno ya le parece muy digno y muy borrascoso, al menos para alguien que conspiró contra su más emblemática baronesa usando chismes y chantajes, y que casi se carga el PP por hacer caso a ese Richelieu de partidito de squash que es Teodoro García Egea. Lo que no es digno, ni útil, es que el PP esté presidido por un muerto o por un no muerto, como una momia que preside su rico sarcófago. Quizá Feijóo quiere llegar a la presidencia sin sombra de culpa ni rastro de sangre, y quizá Casado quiere otro entierro mejor, un sobreentierro de santo sobre el entierro de político, o no quiere ser enterrado para nada. El caso es que estamos sin oposición, y en guerra, mientras el PP intenta no sólo negarse con Feijóo, sino con Casado. Aquí no ha pasado nada y se ha quedado hasta buen tiempo en una calle Génova que parece un musical en los Alpes.
Feijóo va por detrás de sus huellas, aún no es nada pero ya va a arreglar lo de los jueces y lo de Vox; aún está esperando su turno para la frutería pero ya es el favorito
Todos han visto a Casado sentenciarse ante Carlos Herrera, que parecía un cura de patíbulo; todos han visto a Casado tocar el órgano de fantasma de la ópera en Génova y caer apuñalado romanamente entre la necesidad, la torpeza y la tristeza, como un Julio César de campamento juvenil; y todos han visto a Casado llevado por duques con crespón negro en el Congreso, como si fuera María de las Mercedes. Nada de esto es normal, y no puede terminar en normalidad. Sin embargo, el PP se diría que espera su Congreso con total normalidad, como el particular que es Feijóo espera el autobús con su cesto de setas. En realidad, ya ven, Casado se va porque ha decidido hacerse cartujo o prepararse las oposiciones que ya parecía que se preparaba, y eso no requiere ninguna dimisión, ninguna gestora, ni ninguna decisión más urgente y grave que seguir mirando los relojes góticos de la estación dar sus horas eternas de castillo.
Nadie, salvo el PP, ve normal que un muerto siga presidiendo el partido ni que el liderazgo consista en que Feijóo niegue una y otra vez, entre níscalos, peras de agua, empresarios hosteleros, pisos piloto o lanzadores de jabalina, que él manda en el PP. Tanto si Feijóo manda sin ejercer como si no manda nadie o manda el muerto con bonete de cura muerto que es Casado, el PP ahora ya no es oposición ni es nada, sólo alguien sacando su reloj de bolsillo para ver si tardará mucho el autobús de La Sepulvedana, o preguntándoselo al reportero que se acerca con la alcachofa. Se puede decir que nadie podía prever que iba a estallar la III Guerra Mundial en el tiempo en que Casado se hacía la maletita de muerto, pero es que nada se ha hecho bien, tampoco por parte de los barones. Un escándalo no puede terminar con apariencia de normalidad, porque eso es otro escándalo. Ni siquiera por piedad, como parece que ha sido.
Recibimos las primeras encuestas en las que está Feijóo y sale con la moderación como otros políticos salen con la sonrisa de casa de la pradera o con el morrión de centenario colombino. Feijóo va por detrás de sus huellas, aún no es nada pero ya va a arreglar lo de los jueces y lo de Vox; aún está esperando su turno para la frutería pero ya es el favorito. Tenemos una oposición vaciada, sin cabeza y sin más discurso que una conversación de ambulatorio, justo durante este mes en el que Putin nos puede vaporizar apenas vea que ya no nos parece tan macho jugando a los gladiadores con los amigotes. Pero no sólo es eso. Si sobrevivimos a la erección nuclear de Putin, aún quedará tiempo en el PP para que en su vacío se perciba el riesgo o el olorcillo de herida mal cerrada, de momia mal vendada, de muerto mal enterrado. Que Casado se siga creyendo héroe y santo incorrupto de tanto sobrevivir a entierros sucesivos, que Teo se siga creyendo un Maquiavelo de despedida de soltero con agenda salpicante de chorbas, que se presente alguna candidatura con susto al congreso, y que el PP aún pueda desintegrarse en la guerra civil. Hay tiempo, que Feijóo se ha levantado muy temprano, con un librito de mareas, otro de refranes y una estampita de Rajoy, para esperar sin prisa lo que tenga que venir.
El PP va ahora por ahí penante, descabezado y antinatural, como un guillotinado de guillotina de museo de cera. Casado ya no es nadie y Feijóo aún no puede ser nada, sólo un señor que se niega a sí mismo ante la prensa y que hasta se viste de particular raso o de ornitólogo de sus campos gallegos para no parecer el líder del partido, sino sólo que está esperando el autobús. Pero el PP no está ahora para esperar el autobús con frío de todas las estaciones y paciencia caligráfica de todos los relojes, o sea que uno se sigue preguntando para qué sirve este vacío de poder. Este interregno, con Génova como Chernóbil, como una manigua de muerte, es eso, un gran vacío que no se puede llenar con el cadáver salmantino que es Casado ni con este Feijóo que contesta a los periodistas como un jubilado que recoge setas y que pasaba por allí.
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