La Junta Directiva Nacional del PP se celebró ayer empezando a cerrar algunos pocos de los muchos desgarros que el acoso con intención de derribo de la presidenta de Madrid por parte de la dirección nacional del partido ha abierto en su interior.
Pablo Casado se despidió de su gente repitiendo una vez más que no merecía el trato recibido sin ser consciente todavía de la enormidad que supuso que la opinión pública conociera que desde la cúpula del PP alguien intentó la ilegalidad flagrante de tratar de obtener los datos fiscales y bancarios del hermano de la presidenta de Madrid para impedir que ella presidiera el partido de su región.
Que esos intentos se hicieron está demostrado por la declaración del director de una de las varias agencias de detectives con las que una persona del PP -se acabará sabiendo quién fue y de quién o quienes procedieron las órdenes- pero es que también en las redacciones de varios periódicos se recibieron en mitad de aquellos días turbulentos sugerencias procedentes de Génova para seguir husmeando en el entorno de la presidenta.
Y sin embargo Pablo Casado sigue sin darse cuenta del gigantesco error y de la extraordinaria torpeza que cometió al acusar en su entrevista en la radio a uno de los activos más sólidos del partido, Isabel Díaz Ayuso, de posible tráfico de influencias, es decir, de corrupción, acusación en la que insistió una y otra vez a lo largo de su entrevista.
Hay que pedirle a la presidenta de Madrid la contención que no tuvo ayer en su intervención ante la Junta Directiva Nacional"
Por eso y por haber intentado impedir que la señora Ayuso presidiera el PP de Madrid con la excusa de una información anónima obtenida de forma delictiva y sin más soporte que un mensaje de Whatsapp, ni Pablo Casado ni el autor de esa estrategia disparatada y suicida, Teodoro García Egea, podían seguir el frente del PP.
Mientras Casado no sea consciente de la barbaridad perpetrada y de los sucios métodos utilizados para intentar corroborar el contenido de ese anónimo, no sabrá hasta qué punto su continuidad al frente del PP resultaba ya imposible una vez que la víctima, Ayuso, había decidido denunciar en público el acoso al que estaba siendo sometida por su propio partido.
Dicho esto, y dejando claro que su salida de la dirección del PP se la han ganado los dos, Casado y García Egea, a pulso, hay que pedirle a la presidenta de Madrid la contención que no tuvo ayer en su intervención ante la Junta Directiva Nacional.
Es verdad que ella sigue sangrando por la herida y es verdad que buena parte de lo conseguido por su partido el 4 de mayo, cuando se celebraron las elecciones anticipadas en Madrid se lo han cargado quienes han urdido tal persecución contra ella. Pero no puede, y tampoco le conviene, reclamar “que sea puesto de inmediato en la calle a todo aquel que haya participado en la campaña” contra ella.
Para empezar porque eso supondría que está pidiendo la expulsión del todavía presidente del partido y de su número dos y esa demasía, ese desafuero, no hay partido que lo soporte en pie. Y para seguir porque, aunque esté rabiando por lo padecido personal y familiarmente y por el daño causado al PP, su pretensión tiene todas las trazas de un afán de venganza que en nada favorece a su imagen pública.
Isabel Díaz Ayuso ya se ha cobrado las piezas más importantes, nada menos que el presidente y el secretario general del Partido Popular. Eso ha dado lugar a la convocatoria de un congreso extraordinario donde se elegirá al nuevo líder del partido. Bien. Ya basta.
Ayuso debería preservar ese talante que tantos éxitos le ha proporcionado. No se deje envenenar. No le conviene. Ni personal ni políticamente
Otra cosa es que ella reclame que se extirpen de las filas populares los comportamientos inicuos que, además, han dado lugar al movimiento de la oposición de la izquierda en la Comunidad de Madrid y a la investigación de la Fiscalía. “El caso quedará en nada. Pero cuánto tiempo tardarán en darle carpetazo?” se preguntó ayer Ayuso ante sus compañeros asistentes a la Junta Directiva Nacional.
Tardarán lo que tarden y es tarea suya defenderse durante ese tiempo de los inevitables ataques por parte de la oposición que, por otra parte, va a cumplir con su obligación de ponerle las cosas difíciles al gobierno de turno.
Y aunque todo esto no habría sucedido de no mediar la sucia persecución de la que ha sido objeto por parte de sus superiores orgánicos en su partido, tiene que tener muy presente que ha sido ella la que ha ganado la batalla, y ya se verá más adelante si también la guerra. Y que del vencedor se espera siempre la clemencia y no la fea y desagradable imagen de un contrincante victorioso en busca de más sangre hasta aniquilar radicalmente al adversario.
Y ésa fue la imagen que dio ayer Isabel Díaz Ayuso, que dijo hablar en defensa de su partido pero demostró con sus palabras y su actitud estar hablando desde la comprensible indignación por lo sucedido pero también desde el rencor y el deseo de represalias y de ajuste de cuentas final.
Pero ésa no es la imagen que de la presidenta de Madrid tienen sus millones de votantes. Al contrario, lo que transmite, y una de las razones que le proporciona ese impresionante aluvión de votos, es la impresión de ser una mujer valiente, sincera y limpia de artimañas, ajena a las sinuosidades de un carácter malévolo.
Debería preservar ese talante que tantos éxitos le ha proporcionado. No se deje envenenar. No le conviene. Ni personal ni políticamente.
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