Todas las guerras son odiosas, pero la reciente invasión de Ucrania por parte de las tropas del sátrapa Putin, han roto todos los códigos, si es que las guerras tienen alguno, más allá de los tratados internacionales o de la Convención de Ginebra. Como siempre, además de muerte, destrucción y miseria, los conflictos bélicos conllevan graves divisiones entre las ‘clases políticas’ y también entre las opiniones, públicas y ‘publicadas’, sobre todo las pertenecientes a las naciones más cercanas a los actores confrontados.
¿Qué tiene esta ‘guerra de especial’?
Lo primero que quiero subrayar es la tremenda hipocresía, una vez más, de la comunidad internacional y de sus organismos e instituciones supranacionales, la propia UE y la ONU, para empezar. Sus acomodadas élites, políticas y económicas, se han encargado de difundir que estamos ante el escenario bélico más grave… ¡desde 1945!, desde la II Guerra Mundial. Probablemente es el episodio bélico que podrá revelarse más grave pero discrepo profundamente que sea al momento el más grave.
¿Nadie se acuerda ya de los 10.000 muertos -como mínimo- contabilizados en las cruentas guerras balcánicas que abarcaron entre 1991 y 1995? Por no citar conflictos más locales, pero igualmente sangrantes y horribles como por ejemplo la guerra civil que asola Yemen desde hace años -uno de los países más pobres del mundo- y que a nadie en el mundo occidental parece importarle sencillamente porque el noventa por ciento de su población no sabe situar Yemen en los mapas. ¿Y Siria? ¿Alguien se acuerda de las matanzas y de la destrucción en ese país?.
Hipocresía sobre hipocresía, también en el debate o la discusión sobre si hay refugiados -desplazados los llaman, eufemísticamente- de ‘primera’ o de ‘segunda’. Al juzgar por la extraordinaria reacción de los países de la Unión Europea frente a los más de un millón de ucranianos que han huido ya de Ucrania, podría decir que está habiendo una auténtica carrera entre países para acoger a todos. Lo aplaudo, pero a la vez me provoca rabia echar la mirada atrás a lo que ha pasado en los años pasados.
Durante años en Lampedusa, más de quinientos mil inmigrantes llegaron, con su desesperación, a la pequeña isla italiana. Italia pidió de forma desesperada ayuda a la Unión Europea…¡No hubo! Tampoco la reacción ha sido tan generosa con los refugiados de Siria. Desafortunadamente la conclusión es que también, para los refugiados, hay un trato diferente y, mucho me temo es por el color de piel y su religión. Supongo que para Hungría, Polonia y resto de países de Europa del Este, le es más fácil ser generosos con blancos y cristianos, que con negros y musulmanes.
¡No es más que la guerra de Putin y sus millonarios y corruptos amigos!
No existe, en mi opinión, un conflicto sustentado en motivaciones políticas, históricas o étnicas. Al menos, no sólo en ellas. No estamos ante una lucha entre patriotas ucranianos que reivindican su libertad y soberanía y la defensa de su territorio frente al invasor anexionista ruso… o en la reconquista por parte del ‘pequeño caudillo’, todos tiranos que en el mundo lo han sido adolecen de una escasa estatura, como Hitler o Napoleón, que busca recobrar el sueño de la Gran Rusia recuperando territorios que considera parte de ella, como la región de Donbass, o la península de Crimea. Lo que tenemos en realidad ante nuestros ojos es la batalla particular, a costa de miles de vidas humanas, de uno d ellos hombres más ricos del mundo, el propio Putin y un centenar de amigos oligarcas, mafiosos sin escrúpulos que campan a sus anchas por más de medio mundo y que defienden sus multimillonarias ganancias sustentadas en negocios petrolíferos o relacionados con el gas y la energía.
El conocimiento público de los nombres de algunos de sus aliados, antiguos políticos muy respetados en su día como el excanciller alemán Gerhard Schroeder, con intereses en empresas como Gazprom, han puesto a muchos en el auténtico foco al que hay que apuntar para entender las claves de esta guerra. Un conflicto que el mentiroso Putin prometió al presidente francés Enmanuel Macron que nunca iniciaría. Es lo que vale la palabra de un dictador, ahíto de poder, de dinero y de sangre. Un tipo que en absoluto representa a la totalidad de su pueblo, sino más bien a una minoría elitista y selecta, como se ha encargado de recordar estos días el excampeón mundial de ajedrez Garry Kasparov. Rusia es una nación-continente cuyo PIB apenas rebasa en unas décimas al italiano, pero en el que la mayoría del pueblo vive casi en la miseria.
Vladimir Putin, efectivamente, no es Rusia, ni representa a todos los rusos. Para la historia quedará en nuestra retina la imagen de esa brava anciana, de 94 años, enfrentándose a la guardia pretoriana del tirano, con su humilde y pequeño cuerpo y unas pequeñas pancartas en las que condenaba la invasión y pedía libertad para Ucrania.
Putin, antes de desatar esta guerra, ha ‘matado’ su pueblo. Lo ha matado negando libertad de prensa, libertad de expresión; aislando las minorías, ‘asesinando’ los derechos lgtbi, cambiando la constitución en diferentes ocasiones para eternizarse en el poder.
¿Y quién es ‘ese tal’ Zelenski?
El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, se ha revelado como un sorprendente líder, presidente de su país, que desde las calles y con las botas puestas, encabeza la lucha de su gente, sin ser un político en estado puro, ya que su anterior profesión era la de actor y cómico, pero que tampoco es un ‘outsider’ en materia de liderazgo.
Llegó al poder a sus 44 años, en abril de 2019. Hace por tanto apenas sólo tres años. En ellos, ha consolidado una constante lucha contra esos oligarcas, que le ha costado ser objeto de varios intentos abortados de acabar con su vida. Volodimir Zelenski representaba, nada más pero tampoco menos, que los valores del pueblo ucraniano frente al ‘Sistema’ que vertebraba ese poder de los oligarcas mafiosos, amigos de Vladimir Putin.
Su familia, judía y soviética, fue exterminada casi en su totalidad por los nazis en el Holocausto, y por ello las referencias ‘putinescas’ tildándole de ‘nazi’ son algo más que una grave ofensa. No creo exagerar si le bautizo como un ‘nuevo Churchill’ que está demostrando que a él Ucrania, su patria, le duele, y que a pesar de ser el presidente es un ciudadano más, dispuesto a defender en las calles, con su vida, su territorio y a sus compatriotas. Un auténtico ‘comandante en jefe’… ¡cuán diferente de Putin, que sólo defiende sus intereses y el dinero, el suyo y el de sus amigos!
Todas las guerras son odiosas, pero la reciente invasión de Ucrania por parte de las tropas del sátrapa Putin, han roto todos los códigos, si es que las guerras tienen alguno, más allá de los tratados internacionales o de la Convención de Ginebra. Como siempre, además de muerte, destrucción y miseria, los conflictos bélicos conllevan graves divisiones entre las ‘clases políticas’ y también entre las opiniones, públicas y ‘publicadas’, sobre todo las pertenecientes a las naciones más cercanas a los actores confrontados.
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