En el ejercito aprendí que es ante la adversidad cuando mejor se retratan las personas con sus reacciones y comportamientos y emerge su verdadera naturaleza.
La adversidad colectiva como la que estamos viviendo atónitos con esta guerra retransmitida en directo mientras cenamos con la calefacción de nuestras casas a 24 grados y todas la luces y televisores encendidos para no perdernos ni una sola imagen y cenamos alimentos en exceso que después tiramos en, por supuesto, multitud de cubos de reciclaje, está siendo una oportunidad única para retratarnos como sociedades, como naciones y como bloques de poder.
Hasta el final del siglo XX, el mundo se dividía tan solo en dos bloques, el capitalista y el comunista. No había mas. La aceleración del desarrollo económico, el de la innovación y la tecnología -que abría brechas entre las diferentes sociedades- hizo emerger tres bloques más vinculados a su visión del desarrollo que a sus ideales políticos: Los Estados Unidos, motor del capitalismo liberal apalancado en la conquista del mundo de la mano de las empresas; China, empujada por su economía planificada y el estado empresa, y finalmente la vieja Europa con su estado del bienestar como bandera y la regulación como arma. En este reparto, Rusia no tenía casi ni sitio e intentaba buscar su hueco tras la caída del comunismo, sin abrazar el liberalismo y con añoranzas del imperio que fue y que, como estamos viendo, estaba muy en el subconsciente de Putin y pronto en su estrategia, sus planes y sus acciones.
El reciente conflicto, preparado, anunciado y amagado por Rusia durante meses se lanza una vez verificado por este estratega del mal la enorme debilidad de una Europa desunida, dependiente y obesa de bienestar, y el cansancio de Estados Unidos como garante y pagador de la seguridad mundial anunciado por Trump y llevado a la práctica por Biden.
Así, este conflicto, esta adversidad provocada por Rusia y todavía de insondables consecuencias está poniendo a estos bloques frente a sus verdaderas naturalezas con sus reacciones y comportamientos.
Pronto hemos visto el pragmatismo de los Estados Unidos arriesgando el mínimo ante el cansancio de su sociedad tras las numerosas guerras infructuosas pagadas por los contribuyentes con escaso retorno para ellos. Un Estados Unidos pragmático que apostando por la sostenibilidad siempre ha planificado su autonomía energética, no ha desterrado el fracking y ha tomado sus decisiones sobre energías alternativas siempre con la competitividad por bandera, adaptando su carrera por reducir la huella de carbono a estas necesidades de competitividad.
Una China egoísta, muy egoísta, preocupada exclusivamente por sus intereses, que en el momento de la verdad contempla desde la ventana la guerra mientras se asegura acuerdos comerciales con el agresor al que casi ríe la gracias, se regocija en la desestabilización de los otros bloques y se desmarca durante años de la lucha por la sostenibilidad del planeta siendo su principal destructor.
Europa vive de sueños que no se puede permitir por mucho que ahora haga esfuerzos por mostrarse ante el mundo enérgica y contundente
¿Y Europa, la vieja y cada día más vieja Europa? Pues, en mi opinión, instalada en un romanticismo inasequible desde hace años. Me explico. Europa vive de sueños que no se puede permitir por mucho que ahora haga esfuerzos por mostrarse ante el mundo enérgica y contundente. Europa ha abrazado el sueño del bienestar y la sostenibilidad sin una planificación energética pragmática con su apuesta por la descarbonización a toda costa en solitario mientras se hacía dependiente de Rusia y de otros países en el suministro, como ya denunció Trump durante su mandato. Un mix de recursos energéticos que destierra las nucleares, demoniza el petróleo y se entrega al hidrógeno y las renovables, quizá a una velocidad más acelerada que lo que la tecnología aún permite.
De aquellos polvos, estos lodos en los que nos encontrábamos cuando estalló la guerra. Europa se enfrenta a su verdadera naturaleza definida por la obsesiva protección de un estado del bienestar sacrosanto. Europa no entrará en guerra porque los ciudadanos europeos jamás se calzarían, obesos y subvencionados, unas botas militares, ni se alistarían para el combate como los ucranianos. Ni uno. Europa se plantea sanciones económicas tan fuertes como puede, en mi opinión acertadas y necesarias, pero intentando que no lleguen a ponerse en peligro los suministros de gas que atenazan a Alemania. Y cuando, ahora, nos planteamos dejar de depender de Rusia en una emergencia como la que vivimos, plantea periodos de 30 meses para hacerlo (¿dónde estará Ucrania en treinta meses?) y todo porque ningún alemán pase frío o a ningún español le suba el precio de la luz más. El sacrificio y la solidaridad es dar lo que a uno le falta, no lo que le sobra. El sacrificio por un ideal romántico es afrontar la posibilidad de parón energético, de que los costes suban, que los ciudadanos europeos podamos sufrir no combatiendo sino arrimando el hombro.
Pero lo más sorprendente es a qué precio el mundo desarrollado se desconectará de Rusia. Al precio de nuestros principios y valores me hacen pensar las noticias que nos llegan de retomar unos oportunistas acuerdos con Irán o Venezuela que pocos meses antes manteníamos aislados por su regímenes opresores. Todo por y para nuestro estado de bienestar.
Y después, ¿qué? Cuando esta guerra termine -y esperemos que lo haga pronto-, ¿daremos el episodio por terminado volviendo a retomar los suministros con Rusia?, ¿olvidaremos los males que oprimen a Venezuela y las amenazas de Irán?
Con Putin al frente seguramente nada volverá a ser igual con independencia del incierto resultado de este abominable conflicto que ha creado. Ahora bien, él, Putin, es parte de la solución. Probablemente su desaparición sea la única garantía de nuestra vuelta al amenazado estado del bienestar.
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