La entrada de Vox por la puerta grande en el gobierno de Castilla y León no es una buena noticia para los que defendemos la moderación, el consenso y la conciliación entre las dos Españas. Esto último suena un poco antiguo, suena a Transición, pero es que en los últimos tiempos algunos partidos se empeñan en retroceder hasta 1975, e incluso a 1936. Mientras eso sea así, yo seguiré defendiendo la conciliación, que fue, por cierto, la clave de la Constitución del 78.
Sin embargo, que no invite a celebrar con champagne el éxito en la negociación de Santiago Abascal tampoco implica que por ello tengamos que rasgarnos las vestiduras, porque la democracia, señora Lastra, aunque usted no lo crea no está en peligro.
Tampoco fue una buena noticia que Podemos entrara en el Gobierno de España y que Pablo Iglesias fuera nombrado nada menos que vicepresidente, después de haber dicho Pedro Sánchez que él no dormiría tranquilo con socios así en el Ejecutivo. Fue una mala noticia para España y para los que creemos que hay que cerrar las heridas de la Guerra Civil, pero no, tampoco este suceso, con ser mucho más trascendente y grave que la entrada de Vox en el gobierno castellano leonés, puso en peligro la democracia.
De hecho, tanto una alianza (la del frente popular), como la otra (un gobierno de la derecha y el populismo en Valladolid), son el resultado y la manifestación de la democracia. Podemos y Vox son partidos legales, que cumplen las leyes y que, nos guste o no, tienen millones de votantes.
Trazar un "cordón sanitario" a Vox -como piden alarmados desde la izquierda- sería tanto como decir al 15% de los ciudadanos (probablemente ahora casi el 20%) que sus votos no sirven, que no tienen la calidad suficiente como para que se transformen en representación pública.
El PSOE no tiene ninguna autoridad moral ni legitimidad para decirle al PP con quién tiene que pactar. No sólo porque gobierna con un partido que odia a los votantes de centro derecha, sino porque se ha apoyado para llevar adelante esta legislatura en un grupo como ERC, que declaró la independencia de Cataluña desde la Generalitat (acto ilegal y anticonstitucional), y también en EH Bildu que, a día de hoy, sigue sin condenar a ETA (con casi 900 muertos a sus espaldas).
La entrada de Vox en el gobierno regional supone un cambio cualitativo. Abascal quiere demostrar que Vox no muerde: se prepara ya para ser el próximo vicepresidente del Gobierno
Lo lógico, lo sensato, hubiera sido que los dos grandes partidos hubieran acordado un gran pacto para gobernar en coalición. Pero no fue así. Y ahora hay que asumir las consecuencias.
Gobernar con Vox (como le ocurrió al PSOE con UP) no le va a resultar fácil al PP. Una vez acordados los cargos, luego toca aplicar las políticas. Me temo que en los próximos meses Fernández Mañueco va a sufrir en carne propia las arremetidas de Vox para imponer su agenda, sobre todo en temas educativos, sociales y de igualdad. Una posibilidad es que el partido de Abascal modere sus impulsos para ganar respetabilidad. Pero su programa es el que es y en algunos aspectos no tiene nada que ver con el del PP.
El pacto coincide con la llegada de Núñez Feijóo a la presidencia del PP, que formalmente se producirá el 3 de abril en Sevilla. Para el PSOE su visto bueno es la prueba irrefutable de que su moderación no es más que postureo. Pero, lo decíamos en un artículo en estas páginas, lo que demuestra su níhil óbstat al pacto con Vox es que el presidente de Galicia es, sobre todo, un pragmático. Si por él hubiera sido, al populismo no le hubiera dado ni agua, pero eso hubiera implicado la repetición de elecciones en Castilla y León, con el riesgo cierto de que el PP perdiera la mayoría que, aunque escasa, le va a permitir gobernar.
Lo que es un hecho es que Vox ya no es aquel partido que se conformaba con apoyar al PP sin exigir prácticamente nada a cambio. Abascal tenía muy claro, desde antes de las elecciones del 13-F, que, si se cumplían las expectativas de las encuestas, pediría la entrada en el gobierno regional. Y lo confirmó en la noche electoral, celebrada junto a un desconocido Juan García-Gallardo.
Vox pedirá lo mismo en Andalucía, si es que Moreno Bonilla necesita sus votos para gobernar. Y, por supuesto, exigirá entrar en el gobierno de la nación si, llegado el caso, el PP y Vox suman mayoría absoluta en las próximas elecciones generales.
Abascal quiere demostrar, ejerciendo en los gobiernos regionales donde pueda hacerlo, que Vox no muerde. Sabe que un radicalismo excesivo puede llevar a que muchos de sus votos vuelvan al PP. Esa moderación esperable, aunque tenga mucho de cosmética, implica que el líder de Vox ya se ve a sí mismo como vicepresidente del gobierno. Como poco.
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