A esta hora, las bombas siguen cayendo sobre Ucrania. La guerra de Putin y de sus oligarcas es ya mucho más que un conflicto bélico. Se trata de una guerra cultural, de una guerra ideológica, de una guerra entre democracia y totalitarismo, entre el bien y el mal. En ella, un papel clave, lo tiene, una vez más, la religión.

Desde hace años, el patriarca de Moscú, Kirill, es el mayor aliado de Putin en la manipulación de las masas y en la lucha en contra de los derechos humanos y en la imposición de una visión satánica del mundo. Lejos de mi ánimo el tratar de quitar importancia a los miles de ucranianos muertos, militares y civiles, y tampoco el desviar la atención de la tragedia de los millones de refugiados que deambulan ya por Europa en búsqueda de un futuro. Pero dentro de este drama global, hay muchos otros dramas de minorías que observan, con miedo y terror, lo está ocurriendo. Personas trans y homosexuales están viviendo la guerra como una pesadilla, conocedores de que la ocupación de Ucrania por parte de Rusia podría de un plumazo acabar con su vida o la de sus seres queridos, pero también eliminar cualquier derecho conquistado a lo largo de los últimos años.

En un sermón pronunciado el pasado domingo, el patriarca de Moscú contestaba algunas preguntas sobre esta guerra. Lo hacía asegurando que es correcto luchar porque es una guerra contra el lobby gay. La mano derecha ideológica y religiosa del Kremlin  justifica la guerra en Ucrania diciendo que durante ocho años ha habido intentos de destruir lo que existe en el Donbas, la región oriental ucraniana en la que están asentadas dos autoproclamadas repúblicas prorrusas donde, según él, hay un rechazo a los llamados valores que hoy son ofrecidos por quienes se arrogan el poder mundial. Para Kirill, "existe una prueba de lealtad a este poder, una especie de transición a ese mundo feliz, el mundo del consumo excesivo, el mundo de la libertad visible". ¡Libertad visible! Terrorífico solo de pensarlo.

Tan enfermo de odio está el patriarca para decir a los rusos que realizar un desfile del orgullo gay es la manifestación clara de la sumisión al mundo capitalista, al mundo de las libertades "visibles", al mundo del capitalismo. Una "aberración"… ¡en un país dominado por 120 oligarcas y que ha hecho del totalitarismo capitalista su verdadera religión!

Según el patriarca de Moscú, "lo que está pasando hoy en día en las relaciones internacionales no solo tiene un significado político. Estamos hablando de algo diferente y mucho más importante que la política. Se trata de la salvación humana, hacia dónde irá la humanidad". En su sermón ideológico reafirma a sus discípulos: "Nosotros seremos fieles a la palabra de Dios, seremos fieles a su ley".

"Nunca toleraremos a los que difuminan la línea entre la santidad y el pecado y más aún a los que promueven el pecado como ejemplo o como uno de los modelos del comportamiento humano". Las palabras del patriarca pueden parecer una alucinación mesiánica, una aberración, sin embargo, no son nuevas. Palabras parecidas se han usado, en un contexto diferente, durante la pandemia y en otras ocasiones en los años que lleva Putin en el poder. La religión es y seguirá siendo la mano religiosa en las manos del sátrapa.

La cuestión religiosa en Ucrania es clave. Por esta razón, las palabras de este sermón están llenas de significado. Los fieles ortodoxos de las Iglesias de Moscú y Kiev son más de 140 millones, de un total de 220 en el mundo. La propaganda religiosa es, de esta forma, tan importante como la mediática.

¿Cómo vive la comunidad LGTBI en Rusia y en todos los países de influencia rusa?

Durante años he investigado la situación de las personas LGTBI en Rusia para conocer en profundidad lo ataques de Putin y su Gobierno a los homosexuales. Se trata de una guerra enfermiza e hipócrita. En Rusia, en realidad, no es un problema tener sexo con una persona del mismo sexo. Lo importante es que mantengas la boca cerrada y que nadie lo sepa. O si lo sabe, que sea tan discreto como tú mismo… ¡Quédate en el armario y todo irá bien!

Putin y Kirill: dos grandes cínicos

El mismísimo Vladimir Putin, Zar de la Federación Rusa, que no ha ocultado nunca su admiración por todo símbolo de virilidad, insiste a menudo en que si se votara para aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo, él no tendría problema alguno en mostrarse a favor. Lo dice porque sabe que la Duma jamás lo hará, y si lo hace, las posibilidades de que la mayoría de los parlamentarios estén a favor serán nulas.

En tierras rusas lo que está realmente mal visto es enarbolar la bandera política acerca de la homosexualidad, hacer propaganda, demostrar admiración por algo que se considera un problema, una vergüenza, una lacra insoportable… algo que ocultar. Por esta razón, en su sermón del domingo, el patriarca enseñaba con uñas y dientes su odio hacia los gays. Quieren vender la idea de que, en Ucrania, se han desatado todos los fantasmas y peligros de la sociedad libre y moderna, entre ellos, la homosexualidad y su lobby económico.

La televisión, el teatro o el ballet están llenos de artistas clara y declaradamente homosexuales, pero no es bueno ni recomendable reivindicarlo en público, hacer apología de la homosexualidad o hablar de ello en los colegios, las universidades, en conferencias, en debates o hacer manifestaciones. Todo… en tu propia casa, intramuros y con mucho cuidado. En la calle reina un miedo total hacía cualquier tipo de movimiento social que tenga que ver con la homosexualidad. Está completamente prohibido. Los artistas no pueden libremente expresar sus emociones ni enarbolar símbolo gay alguno.

El arco iris no puede salir en Rusia

Ucrania es el eje del mal, según este mesías del totalitarismo y no porque no haya gays, como en todo el mundo, incluida la viril Rusia, lo peor, lo que les indigna son los desfiles el día del orgullo y un supuesto lobby que ha contaminado el país. Moscú y San Petersburgo son ciudades repletas de locales, bares y discotecas para homosexuales. Las tiendas y los ya casi incontables millonarios que viven en Moscú adoran -literalmente- a los diseñadores de moda gays y gastan ingentes cantidades de dinero en comprar su ropa… pero, eso sí, que no se diga que son homosexuales y que en sus camisetas y ropa no haya ningún tipo de referencia al colectivo LGTB o a la bandera del arco iris.

La oposición parlamentaria se encuentra completamente alineada con Putin. Por increíble que parezca, el propio Partido Comunista propuso que salir del armario fuera penado por la ley. Tal pareciera que Rusia, en esto como en otras cuestiones, viviera aún en pleno siglo XIX. Lo trágico es que no es una mera apariencia. Es la realidad.

El 11 de junio de 2013, fue promulgada en Rusia una ley contra la propaganda homosexual que condena la difusión de cualquier tipo de promoción de la homosexualidad dirigida a menores, castigando esta con fuertes multas o penas de prisión. Se trata de una legislación que prohíbe la normalización entre los menores de las "relaciones sexuales no tradicionales".

blico oprobio, persecución… ¡y hasta cacerías!

Una encuesta del Centro Levada revela que más del 37 por ciento de los rusos ven la homosexualidad como una desviación. Muchos activistas que han luchado durante años por el reconocimiento de los derechos del colectivo LGTB, últimamente han decidido abandonar el país tras admitir que no hay demasiadas posibilidades de que las cosas cambien a corto plazo.

Esa ley contra la propaganda gay, a la que acabo de referirme, ha disparado los episodios de violencia contra los homosexuales. No hay una contabilidad general y oficial de agresiones. Lo que está claro es que son muchas y la población y las autoridades no hacen nada para que se acabe esta barbarie.

Como si de una enfermedad contagiosa se tratara, es mejor no tener cerca homosexuales. Todo esto lleva a todos los que aspiren a llevar una vida tranquila, o a quedarse bien encerrados en el armario, o a irse del país. Es tan arraigada esta posición general que incluso cuando un gay ruso, de los que están en el armario, viaja al extranjero y se encuentra con homosexuales que viven libremente su condición sexual, siguen usando su grotesco disfraz de macho alfa.

La situación es muy grave en todas las grandes ciudades y casi insoportable en los pueblos y municipios más provincianos. En algunas de las repúblicas musulmanas, se tortura y persigue a los homosexuales, promoviendo delitos de honor entre sus familiares. Buscan en las redes perfiles de personas que, por alguna razón, muestren algún tipo de señal que denote su homosexualidad. Luego los buscan, los torturan, los humillan y retransmiten atrocidades para que valga de escarmiento general. Y todo ante el silencio cómplice de la comunidad internacional.

Chechenia y sus campos de concentración son una clara muestra del odio de la población contra los gays. El silencio de Putin al respecto y de la comunidad internacional no ayuda a normalizar la situación. Todos saben que, si Putin hablara con el criminal Ramzán Kadiróv, acabarían de forma inmediata las torturas, las detenciones y los homicidios. Pero no lo hace. Kadiróv es amigo y enemigo de Putin. Con la excusa de mantener tranquilo el pueblo de nuevas rebeliones en búsqueda de la negada independencia, este pistolero está creando en Chechenia un segundo estado islámico. Un peligro enorme, infravalorado por parte del Zar.

¡Ciudado! ¡Nos puede pasar!

Todo lo que comento, quiero que tenga eco en España y en todo el mundo. Muchas asociaciones LGTBI de Alemania, Francia y otros países de la Unión Europea se están movilizando para que trans y homosexuales que lo deseen puedan salir cuanto antes de Ucrania.

Ojalá que en España podamos hacer lo mismo para evitar que años de libertad y democracia acaben, de nuevo, encerrados en la cárcel, en el infierno, en el armario de Putin y su patriarca.

A esta hora, las bombas siguen cayendo sobre Ucrania. La guerra de Putin y de sus oligarcas es ya mucho más que un conflicto bélico. Se trata de una guerra cultural, de una guerra ideológica, de una guerra entre democracia y totalitarismo, entre el bien y el mal. En ella, un papel clave, lo tiene, una vez más, la religión.

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