Los agricultores y ganaderos parecían más recios después de haber estado arando el asfalto de Madrid y marcando sus leones de piedra con glifos al rojo. Aunque todo el mundo se venga a Madrid a protestar bajo los murallones de encaje viejo de los ministerios y los palacios, ellos tienen que venir con más razón porque nadie escucha al campo, que parece encerrado en sus tinajas, tan hondas de voces y reflejos. El campo sólo se escucha de vereda a vereda, como cuando se saludan los paisanos, pero fuera sólo es un decorado para hacer ideología de los chuletones, ternurismo de corderito en brazos y apología del botijo decorativo con viejo decorativo, como si fuera el Piyayo. Lo mismo alguno se creía que podíamos comer bitcoins, esa cosa que arrastra a un personal ansioso y compulsivo, como los de las tragaperras, con ojos de dólares y cerezas. Bitcoins o palabros, que es lo que come y avienta Sánchez. Ahora que nos quedamos sin grano, sin aceite, sin leche, sin entraña, lo mismo espabilamos. O no.
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